Naumaquias, siniestros, golpes de azar y de timón. La historia de Málaga no podría escribirse nunca sin un mirador permanentemente instalado sobre el mar. A su influencia económica, indisociable en el nacimiento del turismo, se une una inagotable sucesión de intercambios y sucesos que, desde la llegada de los fenicios, ha ido forjando la suerte y el temperamento de las épocas. La Costa del Sol, además de un referente de catálogo para los bañistas, es una inmensa bóveda en la que burbujean los restos de importantes naufragios y contiendas, algunas de ellas de importancia universal. Y tan desconocidas como poco tratadas en el conjunto de sus dimensiones.

El derribo del Gneisenau, elevado a la categoría de emblema, no es el único acontecimiento de peso que se entrevera con las corrientes de Málaga. La documentación facilitada por Javier Noriega, de la empresa Nerea, habla de batallas navales entre grandes ejércitos, hundimientos de acorazados y hasta catástrofes con fallecimiento incluido de aristócratas. Historias de diferentes periodos, azotadas por pasiones regias e individuales.

El hundimiento en Estepona del Ark Royal, el portaaviones que despedazó al todopoderoso Bismarck durante la Segunda Guerra Mundial; el pecio de Los Santos, con sus esculturas de Baco y Apolo o la caída de El Miño, que le costó la vida a Trinidad Grund, son algunos de los acontecimientos que desfilarán por esta serie de naufragios. Muestras, al fin y al cabo, de un patrimonio cincelado por la casualidad, la tragedia y la fortaleza geográfica del mar de Alborán, que ha sido siempre un punto estratégico de paso para las expediciones. Poseidón abre la boca, con sus relatos incrustados en el tridente.