Los cofrades malagueños, después de sentirse perseguidos tras la destrucción de 1931, volvían a manifestar públicamente su fe en la Semana Santa de 1935. El retorno de los desfiles procesionales fue producto de la constancia de la Comisión Pro-Semana Santa, contribuyendo en el último momento las autoridades republicanas a calmar el ambiente. Tanto el alcalde Benito Ortega, como el gobernador Alberto Insúa, apoyaron la celebración de las procesiones el Jueves y Viernes Santo; incluso dándoles apariencia de festivos para que pudiera acudir más público. La única condición era que debían ser de día para poder garantizar la seguridad.

El Domingo de Ramos era 14 de abril, se celebraba el cuarto aniversario de la proclamación de la República. Un desfile militar centró los actos, instalándose a tal efecto una tribuna en la plaza de la Constitución para las autoridades. Durante toda la jornada, la archicofradía de la Expiración expuso a su nueva imagen cristífera en la iglesia del Sagrado Corazón. En un bando dictado por Insúa ese mismo día decía que, ajeno al carácter religioso que las informa, las procesiones tradicionales contribuyen al prestigio de la ciudad y a la afluencia del turismo con el consiguiente beneficio para todas las clases sociales.

Los desfiles se organizaron desde la secretaría de la Agrupación, donde debían acudir a inscribirse todos aquellos que desearan participar. Se colocaron sillas en calle Larios a razón de cincuenta céntimos; y la tribuna municipal que se colocó para el desfile militar no fue desinstalada. Parecía una vuelta al pasado, a las suntuosas procesiones perdidas.

El gobernador, en las horas previas y como respuesta a rumores infundados, hizo una determinante alocución en la radio, dando un paso más en su apoyo a la celebración de las procesiones; alocución considerada por algunos como el primer pregón de la Semana Santa malagueña. Parecía una persona distinta a la que en 1932 había escrito la novela sobre la quema de conventos Ha llegado el día, donde criticaba duramente a las cofradías.

Llegó el tan ansiado Jueves Santo, con cierto sabor a Domingo de Ramos; día en el que, a pesar de los apoyos recibidos, existía temor e incertidumbre sobre lo que pudiera pasar una vez que las cofradías estuvieran en las calles. Se había desplegado un amplio dispositivo de seguridad compuesto por seiscientos efectivos entre fuerzas de asalto y de seguridad, agentes de vigilancia y Guardia Civil.

La Pollinica salió a las diez en punto de la mañana de la iglesia del Sagrario, haciendo lo mismo la Sagrada Cena Sacramental desde la Victoria. A primera hora la afluencia era escasa, pero conforme avanzó la mañana las calles comenzaron a llenarse. La cofradía victoriana se adentró en el Centro pasando por Especería y buscando la calle Nueva. A las cuatro de la tarde el público se congregó a las puertas de la iglesia del Sagrado Corazón para ver por vez primera la procesión del Cristo de Ánimas de Ciegos. A esa misma hora salía de la iglesia del Sagrario la cofradía de Jesús El Rico; en su recorrido, como muestra de gratitud al gobernador Insúa, giraron el trono hacia el balcón donde él se encontraba. Llegaron pasadas las nueve de la noche y, al igual que sucedió en el discurrir de las demás, no hubo ni un solo incidente.

Málaga había respondido llenando las calles y los balcones, aclamando a sus cofradías; volviéndose a ver mujeres vestidas con la clásica mantilla. Este Jueves Santo, por las circunstancias, había resplandecido especialmente.

El Viernes Santo incluso superó al día anterior, y desde muy temprano. A las once de la mañana abrió la jornada Expiración saliendo del Sagrado Corazón, abriéndose paso poco después por una atestada calle Salvago; regresaría a las cuatro de la tarde. Tras la archicofradía efectuó su salida desde el mismo templo Zamarrilla. A partir de las siete de la tarde salió de la Victoria la cofradía del Amor; el Sepulcro lo hizo a las ocho y media de la noche. Ambas llegarían de madrugada, ya no había temor alguno. El Domingo de Resurrección, la procesión del Resucitado puso el colofón.

Se había superado la dura prueba de la vuelta de las procesiones a las calles de Málaga. La difícil convivencia, característica de nuestra historia, entre política, religiosidad, cultura y tradición no quedó pacífica. En días posteriores hubo opiniones opuestas en la prensa, como las que consideraban las procesiones como actos utilizados por los enemigos de la República para pulsar las cuerdas sentimentales del alma popular; otras afirmaban que Málaga había lavado con su devoción y religiosidad la negra mancha que sobre ella echaran manos criminales. Posiciones irreconciliables con un trágico desenlace.

@nosoloalameda