Perdió su juventud en medio de la destrucción de la Guerra Civil Española, huyendo de su Málaga natal acompañado de su familia y terminando en Francia. Pero allí no encontró un refugio, sino que fue una parada antes de terminar en el horror de un campo de concentración nazi. En concreto en uno de los más mortíferos y conocidos, Mauthausen. La historia del malagueño José Marfil Peralta resume muy bien las penalidades sufridas por los más de 9.000 españoles, de los que se tiene constancia oficial, que acabaron entre los engranajes de la máquina de terror nazi. Sólo uno de cada tres sobrevivió y son ya pocos los que apuran su vida para transmitir esa memoria, que recoge el libro Los últimos españoles de Mauthausen (Ediciones B), escrito por Carlos Hernández de Miguel y que reivindica el carácter heroico de estos españoles, reconocido así por el Gobierno francés e ignorado en su país de origen.

No fueron pocos los malagueños que experimentaron en sus carnes la crueldad nazi. Hernández de Miguel ha encontrado expedientes de 82 vecinos de la capital, 19 de Antequera, 7 de Ronda y otros muchos de Archidona, Fuengirola, Nerja, Cártama... Así hasta 223. Sin embargo, la historia de José Marfil Peralta es significativa por dos aspectos. Primero porque sigue vivo y sus recuerdos en primera persona suponen un trozo vivo de historia. Pero también porque acabó en el tristemente conocido campo de concentración de Mauthausen, donde también fue internado su padre, José Marfil Escalona, en agosto de 1940 y poco tiempo después se convirtió en el primer español fallecido en estos campos.

La historia de la familia Marfil comienza con la huida de Málaga durante la Guerra Civil y el largo camino hasta Francia, para huir del empuje de las tropas nacionales. Ese refugio no fue lo esperado. Los primeros meses malvivieron en un campo de internamiento junto a otros miles de refugiados españoles y, poco después, padre e hijo se integraron en los batallones de trabajo del Ejército Francés. El inicio de la Segunda Guerra Mundial y el colapso francés ante el empuje nazi los llevó a las playas de Dunquerque, donde fueron apresados en junio de 1940 al no ser evacuados por los británicos.

Estos dos malagueños se separan poco después. El padre, que tenía algo más de 40 años y el físico castigado por cinco años de penalidades, fue llevado a Mauthausen en camión. José Marfil Peralta no sabía que era la última vez que lo vería. Él terminó en un campo de transición antes de ser transferido a Mauthausen en enero de 1941. Pero era tarde. Su padre apenas había aguantado un mes el trabajo esclavo en la cantera. Murió en septiembre de 1940. Era el primer español en fallecer prisionero de los nazis y eso llevó al resto de españoles a dedicarle un minuto de silencio ante los sorprendidos guardias de la SS. No se volvió a repetir este gesto.

La supervivencia de José Marfil Peralta fue una cuestión de suerte y habilidad. En los cuatro años y medio en los que estuvo en Mauthausen estuvo a punto de morir varias veces. La primera fue por la sarna al poco de llegar. Le llevaron a un campo cercano llamado Gusen y conocido por los prisioneros como «El Matadero». Sobrevivió robando comida y gracias a su habilidad como carpintero, un oficio útil para el campo.

Su vuelta a Mauthausen no le libró de penalidades. Aunque al trabajar como carpintero se salvó de estar en la cantera, su vida pendía de un hilo. En una ocasión un oficial de las SS lo eligió para ir a la cámara de gas, algo habitual cuando se apreciaba un deterioro físico en un prisionero. El capo -prisionero con privilegios- de su barracón intercedió por él. El SS le puso una prueba. «Corre un poco», le dijo. José Marfil recuerda: «Corrí más rápido que en toda mi vida». Esa carrera le permitió burlar a la muerte.

Casi setenta años después de su liberación sigue marcado con el 3787, su número de prisionero, y se despierta todas las mañanas «feliz porque por la noche he estado en el campo de concentración otra vez y he vuelto». Las pesadillas le acosan diariamente y sólo el amanecer las espanta un tiempo.