Con frecuencia leemos que tal o cual concejal o técnico del Ayuntamiento de Málaga se ha desplazado a otro punto de España e incluso al extranjero para comprobar in situ cómo se ha resuelto el problema de la recogida de cacas de perros, despegar de las aceras los chicles masticados que los masticadores escupen impunemente sobre el pavimento después de agotar el sabor a fresa o a menta, ordenar el tráfico y otras muchas misiones encaminadas a mejorar el nivel de la ciudad y sus habitantes.

Pero no siempre necesitamos copiar de los demás en asuntos municipales. Hace una pimporrá de años (nada menos que ochenta y cinco) una comisión del Ayuntamiento de Tarragona (una comisión la forman varias personas) visitó al alcalde de Málaga para conocer las obras de pavimentación y alcantarillado que se realizaban en nuestra ciudad. ¿Tan listos eran nuestros técnicos de entonces? ¿Tan torpes los tarraconenses? ¡Nada menos que una comisión para conocer cómo se pavimenta una calle con sus alcantarillas o madreviejas, como decimos en Málaga!

Claro que hace 105 años...

Exactamente en 1899 el Ayuntamiento de Málaga acordó que para ingresar en la Guardia Municipal los aspirantes tenían que saber leer y escribir. El analfabetismo hace un siglo y menos aún era tal que en la clase obrera pocos sabían leer porque no existían las escuelas públicas y la posibilidad de aprender lo más elemental estaba vedado a las clases más humildes. Que hubiera que acreditar saber leer y escribir para ingresar en la Guardia Municipal era prueba de la incultura que presidía la vida malagueña de aquellos años.

Muchos años después, para ingresar en el cuerpo, se exigía bastante más, hasta el punto de que una convocatoria fue objeto de una chufla general. En el cuestionario de preguntas figuraba una así redactada: «¿Qué es un peripato?».

Los aspirantes a guardar el orden ciudadano, la circulación, controlar los ruidos, cortar el tráfico para atender un accidente, rellenar el boletín de denuncia por exceder la velocidad máxima permitida, intervenir en una riña callejera y separar a los contendientes, auxiliar a una señora que rompe aguas y va a dar a luz..., se quedaron en blanco con lo del peripato. Ignoraban de qué se trataba.

Hubo que recurrir a una enciclopedia para saber qué se escondía tras una palabra nunca oída ni vista escrita. Los que tuvimos la curiosidad de investigar en una enciclopedia y seríamos muchos, nos enteramos de que un peripato era un bicho del género de los artrópodos de cuerpo alargado, cilíndrico, bastante blando, retráctil con dos antenas y numerosas patas cortas parecidas a las falsas patas de las orugas, algo imprescindible para poder intervenir en un botellón no autorizado, denunciar una obra ilegal que carece de la correspondiente licencia, proteger a un político en un tumulto o ayudar a un anciano a cruzar un lugar no señalizado o de tráfico intenso. Podía darse el caso de que un policía municipal descubriera en la calle Salinas un bicho parecido a un ciempiés y por el móvil comunicara a su superior el hallazgo de un peripato y antes de proceder le consultara si era una especie protegida.

Lo del peripato, suceso de hace unos treinta años, fue el cachondeo nacional porque traspasó las fronteras locales y provinciales. Como no ha transcurrido demasiado tiempo muchos de los lectores lo recordarán.

Adelantados en el tiempo

Ahora que la jueza Alaya está dispuesta a acabar con todas las corrupciones habidas y por haber en Andalucía en general y en la Junta en particular, voy a recordar la reunión secreta celebrada en el Ayuntamiento de Málaga el 18 de septiembre de 1872, «para ocuparse de graves asuntos y punibles hechos cometidos en la recaudación de Consumos, en los que aparecían también comprometidos algunos concejales».

Las cosas del dinero y de la corrupción no son de ahora. Lo que sucede es que en tiempos de libertad se nota más porque todo se divulga a través de las llamadas redes sociales, y acabar en la cárcel no es tan denigrante como antaño. Hogaño es casi una distinción. Hasta se presume de pasar una temporadita en cualquier cárcel del país.

Un peso, por favor

Ahora que un día sí y otro también los medios de comunicación (periódicos, radios, televisiones) nos obsequian con casos de corrupción, corruptelas, cohechos, abusos de poder, tráfico de influencia y otras zarandajas que ponen en duda la honestidad de demasiados políticos, sindicalistas, funcionarios y otras gentes que tienen el deber y la obligación de ser decentes por las responsabilidades que tienen ante la sociedad, traigo a colación dos ejemplos de honradez, uno en forma, digamos reglamentario o seria, y el otro de forma irónica.

Los dos personajes de esta historia tienen nombre y apellidos, y los dos fueron de la corporación municipal malagueña aunque en etapas diferentes. Me refiero a don José Cristófol Álvarez y a don Rafael Crooke Campos.

El primero (yo estaba presente en el pleno de la corporación para cumplir mi trabajo como periodista) corresponde a la propuesta que hizo el señor Cristófol, que entonces era profesor en la Escuela de Peritos Industriales, nada más tomar posesión del cargo. Propuso que todos los miembros de la corporación hicieran una declaración de bienes para salvar cualquier malentendido el día que cesaran como concejales.

El segundo caso, anterior al citado, lo interpretó don Rafael Crooke, que era médico de profesión y estaba dotado de un gran sentido del humor. Después de tomar posesión del cargo de concejal o teniente de alcalde se dirigió al secretario de la corporación para que le facilitara enseguida una báscula y arrojó un peso de 104 kilogramos. Era bastante grueso.

Después de que todos los compañeros comprobaran la veracidad de su peso, el nuevo miembro de la corporación dijo: «Cuando cese de concejal quiero que me pesen otra vez para demostrar que yo no he venido al Ayuntamiento a hincharme sino a cumplir un deber ciudadano».

Barredora mecánica

Málaga fue bastante adelantada en otras actividades, como por ejemplo en la incorporación de elementos mecánicos para la limpieza y aseo de la ciudad. Ahora no nos sorprende tropezarnos en la vía pública con pequeños vehículos dotados de surtidores de agua y cepillos de gruesas cerdas con la finalidad de barrer las aceras y calzadas de la suciedad natural -la de las hojas de los árboles que se desprenden por la acción de viento o porque les ha llegado el momento de morir- y la antinatural, que es la que los ciudadanos mal educados producen arrojando al suelo papeles, plásticos, envoltorios de dulces y helados, colillas, botellas y todo un catálogo de residuos.

En 1925, el Ayuntamiento de entonces se adelantó a la Limasa de hoy y adquirió una barredora mecánica para sustituir a los barrenderos de escoba y recogedor. No debió tener mucho éxito porque el artilugio no respondió a las necesidades que se le exigía.

Lo mismo sucedió más recientemente cuando a bombo y platillo (no recuerdo si en la presentación estuvo la Banda Municipal que entonces dirigía el maestro Artola) se presentó en las playas de Huelin una máquina limpiadora de playas que iba a dejarlas limpias con solo una pasada. Presentó la máquina ante los medios de comunicación el entonces primer teniente alcalde , don Javier Peña Abizanda.

A los pocos días dejó de funcionar porque se averió y nunca más se supo de su uso y destino. Ahora, por suerte o por mejora de la tecnología, otras máquinas funcionan a satisfacción; lo que no funciona es la colaboración de los usuarios de las playas que las enguarran (el verbo no está en el diccionario) a placer refocilándose en su propia porquería. Contra los puercos no se han inventado máquinas... todavía.