Las reglas del sentido común dictan que cuanto más se vea, mejor. Si el estado de ánimo es óptimo, favorece el ejercicio, e incluso acompañar la tarea con música lo convierte en algo más rítmico y ameno. Aun así, habrá quién se sienta más cómodo a oscuras. La incertidumbre de no saber qué encontrará cuando recorra la próxima curva debe aumentar los niveles de excitación.

Esto último no es mi caso. Yo me siento cómoda y segura cuando conduzco sin elementos que intervengan entre la carretera y mi persona. Lo único que puede dificultar este ejercicio y asumo con naturalidad es lo que decida Tiáloc. El resto -casi- siempre es mejorable por parte del ser humano. Y sin necesidad de invocar a los dioses.

Desde hace meses observo que el camino de Málaga a Torremolinos, o viceversa, está más apagado de lo habitual y la razón no es otra que la falta de iluminación que sufren algunos tramos.

Ese trayecto forma parte de mi camino y no solo literalmente. La A-7 y la antigua N-340 (M-20 para los que acaban de aterrizar) me han visto crecer. Y lo que les queda.

En un auténtico ejercicio periodístico he descubierto qué tramos son los que tienen peor visibilidad. Digo esto porque la propia institución que está a cargo de ellos no ha sabido decirme los tramos. Menos mal que cuelgan los planos en su web y una puede acceder a ellos.

A grandes rasgos, los tramos que menos iluminación tienen son los que gestiona el Ayuntamiento de Málaga. El Estado cedió parte de las carreteras a los ayuntamiento, en un claro ejercicio de reducir gastos, y desde 2013 el Consistorio de Málaga se encarga del mantenimiento de parte de mi trayecto.

Mi afirmación está basada en hechos empíricos y a continuación lo detallo. La salida de la avenida de Andalucía e incorporación al carril para encaminarme hacia la Costa del Sol es el primer tramo afectado. El enlace que a mí me toca coger ha estado durante mucho tiempo sin apenas luz en el primer tramo. A partir de la curva la cosa mejora sustancialmente. Durante unos minutos subo la música e incluso me dejo llevar por los Rolling Stones. Conducir es genial.

Dejo a la derecha el polígono Santa Bárbara y me adentro en un camino tercermundista con escasa iluminación. Esto es un ejemplo de que Málaga aún no es todo lo ortodoxa que muchos quisieran. Y es que tengo la convicción de que el tráfico y los cementerios de un lugar definen el nivel de riqueza del sitio en cuestión.

A escasos metros del aeropuerto, las luminarias custodian la carretera y muchos de esos gigantes grises no alumbran. Aunque a la altura del desvío de Churriana todo es mucho más tenebroso. La oscuridad es absoluta y si no fuera por el neón de la DGT y su campaña para concienciar sobre el uso del cinturón estaría perdida. Entiendo todo esto como una fórmula para disminuir gastos pero ¿a qué precio?

Aún tengo la esperanza de que con esto del año electoral caiga alguna bombilla. A mí no me pueden ganar como votante por cuestiones geográficas pero como conductora se lo agradeceré. Lo prometo.