Hay un antes y un después en la vida de Iván Nicolás Perchante y se resume con un nombre: Amélie. Esta camerunesa falleció de cáncer a los dos días de que Iván dejara Camerún, después de cuidarla a diario durante un mes en el hospital San Martín de Porres para enfermos terminales de Yaundé, la capital del país, a donde acudió como voluntario en febrero de este año.

«Me llamaron del hospital para darme la noticia. No pude ir al entierro», lamenta. Iván, argentino de 28 años, lleva viviendo la mitad de su vida en Málaga. Desde 2011 trabaja en un barco turístico gracias a su increíble dominio de idiomas: habla ocho, entre ellos ruso y chino y estudia cuatro más.

En febrero pidió un mes sin sueldo para cumplir su sueño: viajar a África a echar una mano. «Tengo un amigo médico, Santiago, que está trabajando en un hospital de Camerún. Desde que tengo uso de razón quiero ir a África. Mi vocación es servir y cuando quieres servir las perspectivas son altas porque todo en la vida es servir», confiesa.

Gracias a su amigo, entró en contacto con Cristina Antolín, la médico y monja española que dirige el hospital de Yaundé, que cuenta con el único centro para enfermos terminales del país. «Ella me abrió las puertas, es una de las mujeres más grandes que he conocido».

A pesar de no tener conocimientos sanitarios, Iván trabajó de ayudante de enfermero y el primer día se topó con la cruda realidad de un sitio al que acuden las personas a morir. «Nunca vi nada igual, el daño va a más por días. Como ayudante del enfermero le pasaba los materiales, porque primero se limpian las heridas y luego se las trata. Al final terminé haciendo cinco curas yo solo en ese tiempo», cuenta.

De esa experiencia ha aprendido que «la gente que sabe que va a morir sólo quiere morir en paz, ser perdonada y perdonar».

Trabajó de 12 a 14 horas al día, vivió con algunos empleados del hospital y conoció y cuidó de Amélie. También logró que sus dos hijos, el mayor de 19 años, peleado con la madre y el pequeño de 6, se reunieran con ella como Amélie había pedido. «El mayor no sabía cómo estaba la madre, cuando la vio se puso las manos en la cara y se echó a llorar. Estuvieron hablando mucho tiempo, él le pidió perdón y ella le perdonó», cuenta.

Una experiencia tan extrema le ha servido para conocer lo mucho que queda por hacer, sobre todo en el hospital en el que trabaja su amigo Santiago, en Obut. «Él es el único médico, el resto son enfermeras», resume.

Por eso, nada más volver a España quiere que la venta de un libro que publicó hace poco, Doble Corazón, sirva para costear tres proyectos: para el hospital de Obut un pozo de agua (coste, 3.000 euros) y un generador eléctrico (1.000 euros) y para la familia de Amélie, dos hectáreas de terreno para que puedan cultivar la tierra (2.000 euros).

«La gente no sabe que con muy poco, un euro al mes, se puede hacer mucho, la electricidad en un hospital salva vidas», destaca. Por eso pondrá a la venta su libro en versión digital (editorial Ruiz de Aloza, 2,36 E) y en papel (librería Áncora, 10 E). El libro, por cierto, lo ha traducido al inglés, en una semana estará en francés e italiano y en breve en sueco y alemán. Además su jefe, Manuel Alcaide, le ayudará con la mitad de la recaudación de su barco turístico un par de veces al año, un gesto que Iván agradece mucho.

África le ha cambiado la vida, ahora es él quien quiere cambiar la vida de muchos africanos.