Aquel viernes 9 de mayo de 1975, todavía con Franco vivo, el Ayuntamiento iba a inaugurar, por fin, el monumento a don Antonio Cánovas del Castillo en el Parque de Málaga, obra del joven artista antequerano Jesús Martínez Labrador. Por fin porque la obra -demasiado moderna para los amantes de la escultura de toda la vida- se había pasado cerca de un año olvidada en un almacén municipal. La causa del encierro, según la prensa, porque no era momento político de inaugurar, ni siquiera en su ciudad natal, un monumento a quien restauró la Monarquía. «La estatua flotante y eventual de Cánovas del Castillo», la llamaba el dibujante Máximo en La Vanguardia un año antes.

Quizás por eso, el alcalde de Málaga Cayetano Utrera aseguró días antes, para calmar a los más adictos al régimen, que sería un acto municipal para rendir homenaje «a un hijo ilustre de Málaga sin ninguna significación».

Pero el acto tuvo una intensa y no esperada significación política. El gesto de un joven malagueño de 21 años, Jesús García Gallego, estudiante de Filología Hispánica, tuvo tal repercusión que ocupó la portada del diario Arriba y fue recogido por buena parte de los periódicos españoles.

Unos días antes había concluido un encierro de 24 horas de protesta en la Facultad de Filosofía y Letras, en el antiguo colegio de San Agustín, con la detención de 8 estudiantes, de los que dos de ellos, José Miguel Hermoso y José María Díaz, permanecían detenidos.

«No recuerdo la causa, sé que nos encerrábamos día sí y día no. Probablemente sería para solidarizarnos con algo que pasaba en el país y convertimos la facultad en una especie de Bastilla», comenta Jesús García, que en esos momentos era «delegado de todo» y estaba muy implicado en el movimiento estudiantil, además de en la militancia en el PCE, al que ingresó un año antes. «Tenía mis inquietudes sociales y me parecía injusto que en España no hubiera cauces de representación democrática como en el resto del mundo occidental. El partido que entonces mejor representaba la ruptura con lo establecido era el PCE. El PSOE entonces apenas existía sobre el terreno. Era una reunión fantasma de líderes en Francia», detalla.

La protesta también provocó el cierre de la facultad, así que en una reunión clandestina los estudiantes acordaron redactar un manifiesto, que sería leído por el delegado del centro. «Esa tarde se inauguraba el monumento a Cánovas así que decidimos ir allí, por si había periodistas, para leerlo», recuerda.

Y claro que había periodistas, y unas 350 personas en total. Y entre las autoridades, el alcalde Cayetano Utrera, el presidente de la Diputación Francisco de la Torre y el teniente alcalde Luis Merino, futuro alcalde. Ni rastro del gobernador José González de la Puerta, que quizás no vio pertinente asistir al homenaje de un político monárquico, aunque fuera Cánovas del Castillo.

Jesús García confiesa que no sintió miedo en el momento de su intervención sorpresa, acompañado por unos 50 estudiantes. «Yo ya me jugaba el tipo como delegado de la Universidad, vivía con una o dos mudas en el maletero del coche y no dormía más de dos días en el mismo sitio. La policía me estaba buscando siempre para detenerme».

El forcejeo

La secuencia del acto fue la siguiente: comenzó a leer el comunicado pero justo entonces un policía municipal forcejeó con él y trató de impedírselo. Intervino entonces el alcalde Cayetano Utrera, que dio permiso al joven para que leyera el manifiesto y tras la lectura y unos aplausos pudo comenzar el acto de inauguración.

«El policía quería quitarme el papel, pero yo que era más grande, levanto el brazo y el policía intenta bajármelo», recuerda Jesús. En 2001, el exalcalde Cayetano Utrera revivía en La Opinión el incidente: «Al llegar al monumento vi que algo se cocía porque un monumento a Cánovas no podía despertar tanto entusiasmo juvenil. De pronto un chico se adelantó y dijo que quería leer un manifiesto. Un representante del Gobierno Civil ordenó a la Policía Local que lo detuviera pero me negué y le cedí la palabra al chico diciéndole, por si acaso: ‘Ten cuidadito con lo que lees’. (...) Cuando terminó le di la mano y no hubo ningún problema».

El manifiesto que leyó reclamaba, como signo de buena voluntad para iniciar el diálogo con los estudiantes, «la apertura del centro y la puesta en libertad de los compañeros detenidos».

Para el protagonista de este incidente, la actitud del alcalde le pareció «lista e inteligente». «Él pensó que al fin y al cabo no era el gobernador, que las cosas estaban cambiando y no iba a aparecer como represor de los estudiantes».

Fue ante todo, considera, una prueba de fuego para el famoso aperturismo que entonces pregonaba el régimen, y que tenía también muchos detractores. «Lo mío fue un caso paradigmático porque puso en bandeja una gran contradicción: los discursos aperturistas chocan con una realidad muy cerril y tozuda. El aperturismo era mentira».

Porque su aventura no concluyó con la lectura del manifiesto. «Estuve dos días perdido pero como mi familia lo estaba pasando fatal decido ir a mi casa, en la calle San Patricio». La casa está rodeada por agentes de la brigada político-social y es detenido, pero cuando va a ser enviado a la cárcel, un conocido lo reconoce y es liberado al explicarle Jesús que ha sido detenido por algún malentendido. Sin embargo, sería detenido de nuevo y enviado al gobernador. «Desde la repercusión nacional del caso no se atrevían pero en caliente me habrían enviado a la trena», piensa.

El gobernador, cuenta, «me habló en un tono autoritario pero bastante paternalista, me dijo que aquello no podía quedar impune». El resultado fue una multa de 10.000 pesetas, una fortuna entonces, multa que finalmente fue perdonada pero sus dos compañeros detenidos fueron multados con 50.000 pesetas cada uno. «Fue pagada por una colecta popular en la Facultad, en los comercios...».

Jesús García Gallego militó en el PCE hasta la marcha de Carrillo. «Vino Ignacio Gallego con el estalinismo más recalcitrante y empiezan a hacerte la vida más complicada», reconoce. Dejó el PCE y con los años ingresó en el PSOE. Todavía milita.

Funcionario por oposición del Ayuntamiento de Málaga, ya juilado, ensayista, poeta, enólogo y gastrónomo, este malagueño que hoy tiene 61 años tuvo ocasión de encontrarse pasado el tiempo con Cayetano Utrera y darle las gracias personalmente por su gesto.

40 años después de la accidentada lectura de ese manifiesto, el poeta malagueño comparte algunos de sus versos que parecen evocar esos inolvidables años del tardofranquismo y la Transición:

¡Cómo me gustaría, que al menos/nos recordaran tal como éramos! / Y en estos tiempos que corren, /al menos sirviera de ejemplo/ aquella generosa renuncia nuestra de entonces, /el derroche de coraje/por mantener a toda costa/ nuestro anónimo compromiso con la Historia.