­­ La bahía de Málaga sigue escorada a babor. La ausencia es todavía demasiado lastre para la gran jábega que busca al este las aguas de Las Acacias. Ni las olas son las mismas en esa playa desde que José Julián Almoguera (1953-2014) se fuera hace un año sin despedirse de ellas. Ya no se levantan, no rompen como él quería ni tienen la cadencia de sus latidos. Porque más allá de poseer el apellido de la dinastía de ribera por excelencia y elevar a la jábega malagueña a su máxima expresión, Pepe es el padre del surf en el Mediterráneo español. Dos leyendas en un solo corazón.

A esta preciosa conclusión llega Daniel Esparza en su libro La Historia del Surf en Málaga (Olo Surf History) que saldrá a la venta en junio con argumentos que definen nítidamente a Almoguera como el pionero de este deporte en nuestro litoral: «En torno a Pepe no sólo surge el primer núcleo organizado de surf del Mediterráneo. Él fue el primer presidente del primer club conocido en toda esta franja, el primer constructor de tablas y el primer surfista malagueño en participar en los campeonatos de España del Cantábrico».

Dicen que era tan grande que no le hizo falta nacer en Málaga para ser malagueño. Ya lo eran de sobra sus padres, que emigraron en los años cuarenta a Rosario (Argentina) para regresar en 1966 con un jabeguero rubio con ojos azules de 13 años. Pero la tradición familiar tuvo que esperar por culpa de unas imágenes que vio en la pantalla del cine Albéniz en 1970 con varios surfistas cogiendo olas en una playa de California. Aquella visión le llevó a buscar sin éxito una tabla por todas las tiendas de Málaga y suplicó que se la construyeran en Astilleros Nereo, donde trabajaba su padre Julián. «Tras varios fracasos consiguieron hacer dos tablas de fibra rellenas de corcho blanco con las que nació el surf en la ciudad», asegura Esparza, también autor del libro La Historia del Surf en España.

Eran enormes. Fabricadas a golpe de intuición, medían 2,70 metros, pesaban 30 kilos y fueron bautizadas como los portaviones. Su pasión por este deporte fue tal que estuvo casi dos años practicando a pelo, sin neopreno, acompañado por la soledad del autodidacta. Incluso en invierno, cuando las olas eran más grandes, frecuentes y rompían heladas en la puerta de su casa del rebalaje. Así hasta que en 1972 atrajo la atención de un chaval del barrio que se había fabricado un bodyboard de chapón con costillas interiores, como los aviones de aeromodelismo que construía con sus propia manos. Javier Gabernet recuerda el primer día que se levantó sobre la tabla de su nuevo amigo y maestro. Insistía en que se levantara con las manos sobre la fibra y no agarrando los cantos. «Siempre fue igual de bueno y paciente», dicen sus ojos oceánicos.

La gran izquierda de Las Acacias

El punto de encuentro siempre fue el mismo. El corazón de Las Acacias, a la altura del chiringuito Merlo, d0nde pasaban los días esperando esa increíble ola que la construcción de los espigones y el paseo marítimo convirtieron años después en un mito. «Cuando el magón de levante era bueno, esa ola era infinita», dibuja Gabernet. No exagera. El propio Almoguera y Esparza reconstruyeron esa joya hace pocos años con la ayuda de Google Earth. Podía nacer a la altura de la desembocadura del arroyo Jaboneros y morir mucho más allá del merendero. «Me contó que cuando había olas grandes de levante y no había viento, a cien metros de la orilla podía romper una ola potente y perfecta de izquierda que recorría aproximadamente 400 metros», explica el investigador. La misma descripción arrojan los hermanos Toño y Paco Gutiérrez Espejo, que conocieron a Almoguera recién llegados de Chile. «No creo que exista una ola como aquella en todo el Mediterráneo ni tan cristalina», sentencia el primero. Paco coincide en la ausencia de viento, en la magia, en cómo la onda elegía Pedregalejo para morir días después de nacer en algún temporal a cientos de millas de distancia: «Para los pescadores que tiraban del copo era una pesadilla porque no podían trabajar, pero para nosotros era una bendición».

El resto de la pandilla no tardó en llegar. Rafael García El rata, Francisco Muñoz El moro, Carlos Sauco, José Joaquín Fernández Takín, Carlos Neville, Antonio Sánchez... Hasta 32 nombres aparecen por orden de antigüedad en la lista oficial del Málaga Surfing Club que crearon en 1974 por impulso de Pepe. El suyo, claro, ocupó siempre el número uno.

Los hermanos chilenos consiguieron un local a través de su tío en los bajos del edificio Elcano, enfrente de la actual Comisaría de la Policía Nacional y donde llegaron a acumular una veintena de tablas. Pronto buscaron nuevos horizontes con nuevas olas. De Las Acacias pasaron al antiguo pier que había frente al hotel Pez Espada de Torremolinos, en Vespino si hacía falta, o a la playa de la bocana del puerto de Fuengirola, que también tiraba una gran izquierda. Por aquella época, Almoguera ya había creado la marca Acacias para convertirse en el primer fabricante de tablas del litoral. Con la carpintería en la sangre, hacía sus propios monopatines para practicar el skate cuando no había olas. Gabernet recueda que hacía réplicas perfectas de un Sancheski que vio en una revista: «Los hacía con madera de teca, le añadía lija gruesa y finalmente artornillaba los trucks y las ruedas que compraba en Deportes Zulaica».

La progresión fue imparable. El grupo asaltó Cádiz por Tarifa y Caños de Meca antes de descubrir el norte a través de Asturias, País Vasco y Cantabria. «El club comenzó siendo un punto de encuentro y una manera de impulsar el surf, pero con el tiempo nos ayudó a subvencionarnos los viajes y las competiciones», explica Toño, que fue el delegado de la Sección Nacional de Surf -que entonces dependía de la Federación de Atletismo- y sustituyó a Pepe en la presidencia cuando tuvo que marcharse a Argentina para hacer el servicio militar.

Apenas un año después de su primera participación en el campeonato de España de 1973, Almoguera alcanzó la semifinal en la competición más importante del país en la que participaron leyendas del surf nacional como los hermanos Fioch, Escauraza, Dourdil o Letamendia, según Esparza. Toño también presume de su victoria en el campeonato de Andalucía, las inevitables visitas a «la mejor ola de Europa» de Mundaka (Vizcaya) o su discreta pero inolvidable presencia en el europeo de Hossegor, en Francia: «Había gente muy buena».

Sin embargo, por encima de la competición estaban las ganas de comerse el mundo a bordo de El Sevillano, el incombustible Seat 1430 de los hermanos Gutiérrez que lucía matrícula hispalense. «Gracias al surf hemos conocido todo el litoral de la Península, Portugal incluida», apunta Paco, aunque a Esparza le consta la presencia de Almoguera en el sur de Inglaterra.

Y Marruecos, escenario de algunas de las aventuras más salvajes y deseadas por los miembros del Málaga Surfing Club, que durante años vieron cómo surfistas de todo el mundo hacían escala en el cámping de los Baños del Carmen para cruzar el Estrecho y buscar olas por todo el noroeste de África. Llegaron hasta Agadir, a 600 kilómetros al sur de Rabat, para cabalgar la potente y larga derecha de Anchor Point. Antes las pasaron canutas en Casablanca. Las olas de tres y cuatro metros de altura y las traicioneras corrientes Pont Blondin dieron un toque de atención a las imprudencias de Toño y Pepe. El primero volvió a tierra trepando por un acantilado con la ayuda de unos franceses, mientras que un remolcador tuvo que salir a buscar al segundo cuando el Atlántico ya lo tenía a tres millas de la costa.

Los espigones y el paseo marítimo de El Pedregal borraron de un plumazo la mejor ola del Mediterráneo y el surf se diluyó en la vida de Pepe con los años, pero no el espíritu que llevaba en el ADN. Siempre junto al mar, demostró a su padre Julián y a su tío Antonio la prodigiosa mano que había heredado como carpintero de ribera. «Si es de madera, Pepe Almoguera», dicen todavía en la playa. Su inquietud le convirtió en uno de los lobos de mar más influyentes y deseados por los regatistas de todo Alborán y su experiencia no pasó desapercibida para la Federación Andaluza de Vela y el Real Club Mediterráneo, donde impartió cursos de Patrón de Embarcaciones de Recreo, Patrón de Yate y Capitán de Yate. Durante los últimos años, moldeó su obra maestra. Pepe elevó la liga de jábegas a su cota más alta como presidente de la Asociación de Remo Tradicional que presidió hasta la mañana del 7 de abril de 2014, cuando su corazón se paró, a los 60 años, en los brazos de su cuñado. «Se ha ido un familiar, un amigo y un compañero de tripulación, pero sobre todo se ha ido una persona con una mentalidad y una forma de entender la vida admirable», dijo entonces Rafael Reyes. Una definición perfecta.