El olor inconfundible a gambas a la plancha cuando uno camina por la avenida Palma de Mallorca de Torremolinos es el aroma que suele desprender La ChaCha, una de las tascas con más solera del municipio que invita a parar y disfrutar de una cerveza.

Lleva más de 60 años en pie y es un escenario vivo de la época dorada de Torremolinos. Entre sus paredes se han servido miles de vinos y se han tirado infinidad de cañas. Todo ello acompañado del buen «marisquito» para llenar el buche con algo sólido.

Agustín Pedraza lleva desde el año 87 al frente de este negocio familiar, pero La ChaCha se fundó mucho antes, en 1951. Su abuelo fue un auténtico emprendedor de la época, la cabeza visible de las Viñas P, tascas del siglo pasado de las que apenas quedan en pie. La Campana o La Casa del Guardia son algunos de los locales testimoniales que mantienen hoy día ese espíritu.

El pequeño local, muy cercano a la afamada calle San Miguel, se fundó a principios de los 50, aunque no fue hasta 1956 cuando el artífice de este negocio, y también llamado Agustín Pedraza, pudo tener la escritura en mano. Un negocio en servicio de arrendamiento que se ha convertido en un testigo directo de la evolución de la Costa del Sol.

Nunca fue pensado como un lugar para los turistas, pero su posición en pleno centro de la que crecía como una gran ciudad le convirtió en punto de encuentro para todos. Trabajadores, ciudadanos de la zona y visitantes en aquel cuadrilátero dispuestos a olvidar y pasarlo bien. Y es que las tascas que se fundaron en pleno siglo XX estaban pensadas para que los trabajadores disfrutaran de un buen rato tras una larga semana de trabajo. Los problemas quedaban en la puerta y algunos los cogían de nuevo cuando salían cantando bajito.

Los marisqueros vendían el género en una pequeña esquina y la clientela disfrutaba del aperitivo. Una simbiosis ahora impensable.

Son tiempos pasados pero La ChaCha mantuvo esa tradición durante décadas. El vendedor llegaba con su carrito por la mañana y los clientes, sentados en los poyetes que colidan con la acera o en su interior de pie, degustaban de los placeres de la mar.

Agustín trabajó hasta llegar a La ChaCha en otra de las tabernas del grupo que levanto su abuelo. Antes de llegar el allí no sabe con certeza quién pasó por allí, pero suenan nombres como Frank Sinatra, Luis Miguel Dominguín o Ava Gadner. «Querían ver qué era esto y sentir las costumbres del lugar», explica el actual propietario.

Desde que él está al mando se han dejado ver personajes reconocidos. El mundo del toreo ha sido muy dado a hacer una parada cuando visitaba la localidad. Pepa Flores es otra de las que ha estado allí. «No pongas Marisol que no le gusta», especifica. Antonio Canales, María José Cantudo, Fernando Esteso o Manzanita son algunos de los que recuerda en los últimos años.

Sus paredes pulcras contrastan con los recuerdos que aguarda este lugar. Mientras que decenas de establecimientos muestran como auténticos trofeos las fotos de aquellos rostros que todos conocen, La ChaCha, en cambio, no reviste sus paredes con pruebas de que allí se entremezclaron los vecinos con los grandes. Solo hay un primer plano de Elvis Presley.

Si la memoria no le falla a Agustín, hace unos 25 años que comenzaron a comprar ellos mismos el género y exponerlo en sus dos vitrinas que hay a la entrada. Todo lo que se puede comer y beber en el lugar es visible de cara a ojos del que entra. A la izquierda de este local sin paredes que les separe de la calle se ve todo lo que uno puede pedir. Desde unas gambas a la plancha hasta carabineros, pasando por langostinos, cigalas, conchas finas y ensaladas de pipirrana y otras variables. Una pizarra en la columna central, arriba, preside estas dos barras llenas de tentaciones para que todos puedan ver los precios.

Torremolinos ha cambiado muchos en los últimos años y Pedraza, vecino de la zona y con un negocio en pleno corazón de lo que fue el epicentro del glamour, sabe que la situación es diferente.

Abierto desde mediodía hasta la hora de la sobremesa y desde que cae la tarde hasta medianoche, aproximadamente, asegura que ahora lo que más predominan son aquellos que tienen una segunda residencia en la zona o alrededores. «No digo que son turistas, porque son personas que tienen su pisito por aquí o conocen el lugar ya», explica. Algunos trabajadores o visitantes paran, saludan al personal y toman el aperitivo antes de comer.

Pero en temporada alta todo se transforma. Uno cruza por la acera y se topa con un local repleto de gente que se entrega a la buena vida; comer y beber. «Se llena como en los años buenos», explica Agustín. Un pequeño rincón que todavía conserva la esencia de aquel Torremolinos sesentero que también vivió su gran etapa dorada.

Un apodo cariñoso que surgió a inicios de su apertura

La peculiaridad de este nombre, La ChaCha, responde al apodo cariñoso que la familia le puso durante sus primeros años. Aunque pertenecía al grupo empresarial de Viñas P, de manera espontánea surgió nombrarlo así. Una vez que fue a ponerse en regla la escritura se optó por dejarle este nombre, según cuenta el que lleva al frente de negocio los casi últimos 30 años, Agustín Pedraza.