Se ha convertido en el partido de moda. Con una evolución súbita, sin escándalos ni grandes alaridos. En apenas un trimestre, Ciudadanos ha pasado de ser una referencia residual, con eco de oposición al nacionalismo, a una marca con peso propio en Andalucía. Su ritmo de crecimiento, únicamente comparable al de Podemos, el nuevo transatlántico en intención de voto, ha transformado en poco tiempo la capacidad de anclaje de la formación, que ha dejado de representar una sorpresa y una novedad para alzarse como un caramelo apetecible y una alternativa.

La dirección provincial del partido escruta en estos días la trayectoria de numerosas personas, algunas de ellas conocidas, que se han ofrecido para liderar las listas. El devenir de la marea naranja ha llevado a muchos malagueños a querer integrarse en la cresta de la ola. En la sede de Ciudadanos todo son timbrazos de teléfono, expectación, intercambio de recomendaciones. El dato salió a flote durante la campaña de los pasados comicios: en apenas quince días, los que tardó en dar a conocer sus propuestas, la formación logró multiplicar sus afiliados en la comunidad, hasta el punto de incorporar al proyecto a más gente de una tacada que en los doce meses anteriores.

Ciudadanos crece. Y no sólo en votos. La capital cuenta ya con una estructura de más de 50.000 activos. Una cifra que resulta aún más llamativa si se tiene en cuenta que hace apenas un semestre su prolongación fuera de Cataluña era casi anecdótica. Y más en una región como Andalucía, en la que las inercias están muy definidas y cuesta mucho lanzar hacia la popularidad a unas nuevas siglas. La prueba de la dimensión que ha adquirido el movimiento está en los resultados electorales de Málaga capital. Sobre todo, si se analizan poniendo el visor en la confrontación con los dos grandes partidos. El PP perdió más de 35.000 votos en relación a 2012. Ciudadanos obtuvo 36.000. Las matemáticas, en este caso, son elocuentes y reflejan un trasvase casi riguroso. En distritos como la zona Este, tradicionalmente inclinado hacia el espectro conservador, Ciudadanos se convirtió en la segunda fuerza política.

Al igual que le ocurrió a Podemos, el partido de Cassá y Rivera afronta ahora el reto de controlar el vértigo y domeñar su incipiente estructura, que se agiganta a una velocidad endiablada, con la entrada abrumadora de nuevos afiliados y simpatizantes. Las municipales depararán un nuevo examen. Quizá definitivo.