A sus 63 años Rafael Illa entiende la jubilación en el antiguo sentido romano de alegría y júbilo, sin ningún tinte negativo. Eso sí, hoy concluye una importantísima página de su vida como responsable del área de Protocolo del Ayuntamiento de Málaga, cometido en el que empezó allá por 1987, cuando le fichó el alcalde Pedro Aparicio después de que unos concejales lo vieron trabajar en nuestras antípodas, en Nueva Zelanda. Se marcha cansado, tras 28 años de trabajo municipal intenso, pero satisfecho y entre esas satisfacciones, las cartas de despedida de políticos de todas las ideologías que han sabido valorar su papel de auténtico diplomático municipal, con más trabajo desplegado por él y su área que algunas embajadas españolas. Ahora, dedicará el tiempo a algunas colaboraciones, a impartir cursos, a cultivar el amor, sus amigos y a estar más con sus hijos Edgar y Alejandro y con su nieta Julia, de un año.

¿Cómo se siente en su último día en el Ayuntamiento?

Me siento anímicamente bien. Mi decisión ha sido una cosa muy meditada, no ha sido una calentura: he estado casi un año dándole vueltas. Sé que por desgracia muchos españoles tienen poca pensión, a mí me ha quedado una razonablemente aceptable y me acostumbraré a vivir con menos dinero. Cuando llegas a una edad creo que no necesitas tanto.

Reducir gastos pero también bajar el ritmo porque la suya es una profesión muy absorbente. ¿A qué hora ha vuelto a casa del trabajo esta última Semana Santa?

Siempre después de medianoche, a la misma hora que terminaba el alcalde, quizás media hora antes si atendía a algún medio de comunicación. Sí que es una profesión absorbente. Ya decía Hilario López Luna que la edad de los árboles se mide por los anillos y la de los hombres por sus ojeras. Pero no sólo han sido estos 28 años, ha sido también mi etapa anterior, que también desgastaba y no tenía horarios. Desde que empecé a trabajar he estado así.

Su padre fue durante muchos años diplomático en la embajada de España en Lisboa, su ciudad de nacimiento. ¿Se siente un diplomático del Ayuntamiento?

Ante todo soy funcionario y por tanto un servidor público y después me podéis poner todos los calificativos que queráis.

Porque su primera vocación fue doble, el cine y el periodismo y luego vinieron unos años de trabajo en los que superó a Magallanes en ganas de viajar.

Terminé la carrera de Periodismo y estuve haciendo prácticas en El País unos tres o cuatro meses.

También estudié dos años Cinematografía en la Dehesa de la Villa y aquello duró dos años porque cerró la escuela. Lo que ocurre es que, a pesar de tener vocación de periodista, como tenía necesidad de trabajar, nada más terminar la mili un primo mío portugués que se dedicaba a la importación de maderas me llamó y eso me llevó a Indonesia, a trabajar dos años en Borneo. Luego estuve en una central de cruceros y también me encargaba de hacerles el folleto, la fotocomposición... En esa época estuve en las Seychelles, en Madagascar, viajé 14 veces a Nueva York, otras 14 a Atenas y a Praga... ya había viajado mucho, así que ya tenía ese cansancio del viajero, pero me gustaba viajar llevando grupos y también buscando corresponsales en todos los destinos.

A usted el Ayuntamiento de Málaga le echa el ojo justo al otro lado del globo, en Auckland, Nueva Zelanda. ¿Qué hacía allí?

Estaba en el departamento de Congresos de El Corte Inglés. Allí se defendió la candidatura de Málaga como sede del próximo congreso mundial de Enfermería. Hubo mucha estrategia de pasillo y cenas. Allí conocí a los concejales de Málaga, el socialista Francisco Bóveda y a Antonio Cordero, entonces de Alianza Popular. Los conocí en circunstancias un poco extrañas: alguien en el hotel me comentó que venían y habían perdido las maletas.

¿Se celebró por cierto ese congreso en Málaga?

La candidatura de Málaga ganó frente a Londres y otra ciudad importante, no sé si San Francisco. Lamentablemente coincidió con la segregación de Torremolinos, Málaga se quedó sin Palacio de Congresos y no pudo celebrarse. Habían pensado incluso en transformar la plaza de toros de La Malagueta.

Al final siguió los pasos viajeros y de hombre de mundo de su padre, además de esa querencia por el mundo del Protocolo.

Sí, (risas) lo único que mi padre nunca vendió maderas. Tuvo la suerte de estar en la embajada de España en Lisboa muchos años como secretario comercial y ahí se quedó.

¿Continúa teniendo un lazo especial con Portugal?

Sí, nací en Lisboa y viví allí 12 años. Gracias a eso sé portugués, aunque estudié en el Instituto Español, así que aprendí en la calle. Lo recordaré toda mi vida. Yo soy español pero para mí Portugal es mi segundo país y siempre que puedo paso una temporada en Lisboa o en la zona del sur, en Tavira, un pueblo que me cautivó y al que he ido con muchos malagueños.

¿Fue complicado dar el salto de viajero incansable a asentarse en el Ayuntamiento de Málaga, primero como cargo de confianza y al poco tiempo como funcionario estable por oposición?

Eso es lo que le prometí a la madre de mis hijos. Al llegar a Málaga pregunté si se viajaba mucho. Me dijeron que de vez en cuando... qué va. Además de viajar no tenía horario.

¿Cómo va a ser la jornada de hoy, la última en el Ayuntamiento?

Va a ser un día en el que se mezclen la tristeza, la melancolía y la alegría. Voy a echar de menos a personas y circunstancias pero no el trabajo. Me despediré de la gente, sobre todo de la que me ha dado los buenos días, las buenas tardes y me ha preguntado cómo estaba.

¿No es lo habitual?

Es un problema de esta sociedad, la gente se ve y no se saluda. No he tenido nunca desavenencias con nadie pero en cualquier caso echo de menos que la gente se salude. Esto (el Ayuntamiento) es una especie de fábrica, quizás la empresa más grande de Málaga y no veo quizás ese espíritu de compañerismo. A lo mejor es una percepción errónea pero he visto que falta.

¿La situación era distinta cuando entró?

Era una época de ilusión en la que Pedro (Aparicio) seguía con su política de arreglar la ciudad para pasar después a otro nivel. No recuerdo a quién le puse un símil deportivo: Entré en una época en la que había una carrera de 5.000 obstáculos y unos costaban más que otros, pero ahora hemos llegado a una época en la que se corre una maratón, a ver quién aguanta más, o una carrera de 100 metros, para ver quién lo hace más deprisa. Por eso elogio la lentitud, que no significa que seas un vago. El pasillo de la planta noble del Ayuntamiento es hoy una pista de atletismo. Es lo que ocurre con la sociedad pero la competitividad tiene que tener un límite.

¿Las cosas deben hacerse de forma más pausada?

Y más inteligente. La competencia está muy bien pero yo no soy nada competitivo. La competitividad te vuelve individualista.

¿Eso se fomenta en el Ayuntamiento?

En determinadas áreas sí se fomenta, no sé quién y eso está muy bien en una fábrica de tornillos, como en Tiempos Modernos de Chaplin.

¿Qué recuerdos le trae la figura del primer alcalde con el que trabajó, el recién desaparecido Pedro Aparicio?

Era una persona muy exigente, sobria, seria, culta, no admitía ningún error, te supervisaba tu trabajo y eso a veces era necesario porque había muchos actos, tantos como hay ahora, quizás con otra naturaleza; despachabas con él y opinaba. Además al final ha sido mi amigo. Se entabló entre nosotros una gran amistad.

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¿Tenía planes con Pedro Aparicio tras su jubilación?

Hoy me acordaré de él porque hubiera ido a su encuentro, igual que le despedí cuando dejó de ser alcalde, cogió sus cosas y bajó aquella escalera. Lo mismo hubiera venido a recogerme en su coche para irnos a comer unas latas de ventresca con media barra de pan. Era muy amigo de sus amigos y tenía tiempo para cultivar esa amistad. Tenía una calidad humana impresionante, lo que no significa que los demás alcaldes no la tuvieran. Sé que él se hubiera alegrado y hubiera insistido en que me quedara, como ha insistido Francisco de la Torre.

¿Cómo fue trabajar con Celia Villalobos?

He coincidido con ella en Semana Santa, la acompañé a Estudiantes como vicepresidenta primera del Congreso. Es una persona de acción directa -una parte que hay que resaltar de ella-, tenía una cercanía a veces exagerada hacia el ciudadano pero que al mismo tiempo hizo por Málaga.

Con Francisco de la Torre ha trabajado de forma directa 15 de los 28 años como responsable del Protocolo.

Mi relación con él ha sido muy buena. Yo lo conocía de antes y él me ha permitido siempre decir con el máximo respeto las cosas en las que no estaba de acuerdo. Te da esa posibilidad, es tolerante, cercano y no tengo ninguna queja. Espero tener con él una buena relación en el futuro. Lo primero que he hecho ha sido darle mi teléfono nuevo por si algún día me necesita.

Entró con un alcalde socialista pero ha continuado con dos alcaldes populares. ¿Ha tenido ideología en su trabajo?

No. De hecho me satisface haber recibido una carta muy cariñosa de Carlos Hernández Pezzi, el concejal no adscrito, también una preciosa de Eduardo Zorrilla de IU... las voy a guardar.

¿Con los años ha aumentado el papel del Protocolo municipal?

Sí, claro. Las agendas de ahora no son las de antes, no porque el alcalde vaya a todo, que va a todo y se le escapan pocos actos a los que no asiste, pero antes el alcalde concedía más tiempo en las visitas, controlaba su tiempo y además exigía que las agendas no tuvieran las cosas muy juntas, lo que no significaba que se trabajara menos.

¿Cuál ha sido el acto más complicado de su carrera?

La inauguración del Pompidou. Aunque todo fue consensuado con la Moncloa fue algo que se desbordó por el número ingente de invitados. Era difícil en un espacio tan pequeño celebrar un acto protocolario.

¿Llegará a buen puerto ese libro sobre Protocolo que prepara?

Ya llevo más de cien páginas, se titulará Manual de supervivencia para alcaldes y cargos electos. Va a ser un libro de Protocolo con ilustraciones y un tono desenfadado porque si no no se lo lee nadie. Quiero terminarlo para diciembre.

¿Tiene muchos planes para la etapa de júbilo que le espera?

Controlaré mi tiempo pero a la vez necesito estar activo, tengo algunas ofertas para dar cursos, también me han llamado Cáritas y Cruz Roja para que eche una mano... y voy a disfrutar de la vida: viajaré a Portugal, cultivaré el amor y la amistad... y llevaré al colegio a mi nieta.