­ José Cisneros despacha cafés a la velocidad del viento mientras charla con un proveedor y le paga el género, un gesto al que precede una broma: «¿Qué he roto yo?». Tal vez los comerciantes del mercado municipal de Portada Alta se sienten como si algo, de verdad, estuviera roto, como si la cosa no funcionara, por eso prefieren o no hablar o hacerlo con monosílabos llenos de hastío y desesperanza. Hay quien está triste, o eso adivina el dueño del bar. «Está todo muy malo, por la crisis. Llevamos muchos años así. Todos los mercados están mal pero este más que ninguno. Hay mucho paro en el barrio», afirma Cisneros. «¿Tristeza? Claro, claro que la hay», sentencia. Portada Alta contesta con el silencio, tal vez porque ya no le quedan palabras.

Este mercado es, como tantos otros, una fotocopia de su barrio, del estado anémico de una zona populosa en la que el paro y los recortes sociales han hecho estragos y muchos sobreviven con los 420 dichosos euros. O benditos. Antes, la construcción era como un buen padre de familia que daba de comer a todos sus hijos y repartía lo que sobraba, pero tras el pinchazo del boom todo ha quedado en nada. Tras aquella ilusión colectiva sólo quedan hoy las migajas, los trozos del plato caro que se rompió y no hay quien se recupere. Al menos no por ahora. Alrededor del mercado, varios jóvenes miran la lluvia de la mañana del miércoles y algunos jubilados se acercan al bar del edificio, donde también está el centro ciudadano, para hablar de fútbol y echar al coleto un chato de vino. La derrota del Málaga ante el Éibar ha escocido pero charlar sobre ella ayuda a pasar las horas.

El recinto que acoge al mercado es gris y rompe la dictadura cromática de color albero de los edificios que lo rodean. Algunas paredes tienen pintadas que reivindican la grandeza de Lola Flores a las dos décadas de su muerte, «La mejor de to los tiempos», algunas son enigmáticas, «Después de 14 quedan siete», y otras, las menos, piden «libertad para los ultras» mientras que un tal Itano ha decorado con su firma varias fachadas. Hay plantas en los alféizares de las ventanas y ropa tendida pese a la plomiza mañana. Un joven pasa en su bicicleta mascullando algo que sólo él entiende y varios jubilados andan deprisa, como si no les diera tiempo a hacer algo en un banco cercano. Otros jóvenes se arraciman en torno a una esquina y charlan con grandes aspavientos. Luego ríen.

El estreno de 2009

El mercado de Portada Alta, de cualquier forma, ha dejado de buscar culpables a su situación, entre otras cosas porque su recinto es nuevo. Fue inaugurado en 2009 con 23 puestos gracias a una inversión de 643.632 euros por parte de la Junta y el Ayuntamiento. Éste sustituyó al anterior mercado, inaugurado en 1973 y testigo de mejores épocas, cuando la población de la barriada todavía prefería comprarle al pequeño comerciante, cuando el trabajo era algo más común que ahora y daba alegría ir a un puesto a llevarte un kilo de fruta, pescado o carne. Algunos de los comerciantes que hoy ocupan el recinto son descendientes de aquellos pioneros y miran con tristeza al pasado, pese a que su mercado es nuevo y más funcional.

Todos los comerciantes consultados coinciden: hay varias grandes superficies que rodean el barrio, cada vez hay más gente mayor y, de ese colectivo, sólo una parte acude al mercado; a ello hay que sumar el paro de Portada Alta, elevadísimo, y la crisis económica, que ha golpeado a todas las plazas comerciales, aunque con más fuerza a las de los barrios populosos. En algunos de esos mercados, la caída de ventas supera el 50%. En Portada Alta ni siquiera hablan de porcentajes. Se limitan a decir que todo ha caído mucho, demasiado como para ir tirando aunque de eso se trata, de persistir en la costumbre de sobrevivir cada día.

El mercado de Portada Alta es una extensión de su barrio, una seña de identidad de este núcleo urbano que nació entre finales de los 50 y principios de los 60 con la construcción de un millar de viviendas sociales (el grupo Sánchez Arjona), edificios levantados sobre algunas grandes fincas tomadas por huertas a los que llegaron, en un principio, militares de aviación y antiguos vecinos del Perchel, la Trinidad, El Bulto o El Palo, así como antiguos pescadores que querían un refugio tierra adentro. La construcción de los edificios sigue la austerísima línea de diseño de la autarquía, y ése, el de la austeridad, sigue siendo aún el sello de identidad del barrio.

En aquella época, proliferaron las tiendas en las casas, puestos improvisados en los que humildes tenderas vendían de todo para subsistir. Ése es el caldo de cultivo que motivó la construcción del nuevo mercado en 1973, un recinto que vivió unos pocos años de esplendor hasta que comenzó su inevitable decadencia, común a todos los mercados periféricos de la ciudad. En los 60, los vecinos de Portada Alta tenían que coger agua en la fuente del Camino de Antequera hasta que se puso un aljibe comunitario y ni los taxis querían entrar en la barriada por el barro que se formaba. El agua de alcantarilla se unía con la potable, lo que se corrigió años después. La remodelación de la barriada culminó en 2000, una vez que a lo largo de los 90 la Junta dio la opción a muchas familias de que pudieran comprar sus casas.

Hoy, el barrio permanece rodeado de nuevos edificios, fruto de posteriores y modernas expansiones, como un testigo fiel de aquellos años llenos de fatiga y hastío, sensaciones que hoy sí invaden a los comerciantes del mercado, tan cansados que ya ni buscan culpables.

Francisca Martos fue presidenta durante años de los comerciantes del mercado aunque dice que ya no lo es, pese a que sus compañeros la señalan como tal. Tras el mostrador de su ultramarinos, que regenta desde que se inauguró en 1973 el antiguo mercado, reconoce: «La gente no entra en el mercado. Tenemos muchas grandes superficies alrededor, con marcas de primera calidad y a buenos precios. No sabemos qué hacer, porque el producto nuestro es bueno».

A por el cliente joven

Martos afirma que su clientela es muy mayor, aunque ahora están tratando de «cazar clientes jóvenes». Al principio había mucha gente, pero luego la cosa decayó, como ocurre en el nuevo mercado. «No tenemos ninguna queja ahora, porque además hay libre apertura, abrimos por las tardes. Yo personalmente no lo hago pero el que quiera puede hacerlo», indica.

Martos subraya que la crisis se ha notado mucho para todos los mercados, pero defiende la calidad de sus productos. Y destaca «el trato más cercano» que el comerciante le da al cliente. Hasta los hábitos de compra han cambiado: «Antes se llevaban mucha cantidad y lo que sobraba se tiraba a la basura, ahora se compra lo justo». Al final, habla del barrio: «Está muy castigado por la crisis, hay muchos parados, sólo tienes que mirar a las cuatro esquinas».

Salvador Robles lleva ocho años con una droguería que heredó de sus padres. Era camarero y cambió de tercio laboral cuando vio que el negocio familiar no iba mal y, en cambio, en la hostelería no había tanto movimiento. «Decidí probar aquí». «Viene muy poca gente, yo puse publicidad por todo el barrio y el precio tirado, si ves carteles son míos, pero no genera mucha clientela». Él dice tener de todo, pero la gente prefiere las grandes superficies, y eso que él ofrece marcas buenas, productos de primera y otras más comunes. «La lejía blanca o los jabones líquidos, incluso el papel higiénico de 12 rollos, se venden muy bien. Yo abro por la tarde, pero esto está peor que ahora».

Insiste, como su compañera Paqui Martos, en que la crisis, la competencia de las grandes superficies y el escaso apoyo de los vecinos del barrio hacen difícil ir tirando. «Había menos crisis en el antiguo mercado, más dinero, la gente trabajaba más pero hay quien se ha acomodado a los 420 euros y eso es lo que hay, parece». Paca, una clienta, recuerda que en el antiguo recinto comercial había mucha gente en las tiendas. «Ahora viene más juventud, pero el pensionista se gastaba antes más dinero. Yo tengo clientes que vienen cinco, seis o siete veces, parecen buenos, y te piden que les apuntes las compras para final de mes, luego no vienen y compran en otro sitio. Te dejan una trampa», aclara Robles.

«Esto está abandonado, igual nos vendría bien que hiciéramos publicidad pero en el barrio, que nos dieran margen para hacer propaganda aquí», dice.

La pescadería

Lola Guillén limpia pescado y contesta de espaldas y de forma muy concisa. «Las ventas están muy flojas por la crisis, no entra la gente». Asegura que su jornada es larguísima, desde las seis de la mañana, cuando compra el género en Mercamálaga, hasta la una y media o dos de la tarde. El producto estrella, los boquerones. Montó su pescadería porque se quedó parada, pero la cosa sigue «regular».

Dolores Caldado tiene un ultramarinos que heredó de su madre y ésta, a su vez, de su abuela María, que ahora tiene setenta y pico años y se conserva con mucha vitalidad, «me gustaría que vieras cómo cuenta los dineros». Su familiar vendía en su casa y, por eso, se le ofreció tener un puesto en el mercado. «El otro mercado estaba mejor, se vendía más, no había tanta crisis. Yo vendo de todo un poco: bebida, dulce, muchos pasteles de euro, no hay nadie, cada uno con su dinero va donde quiere», reflexiona en voz alta, y luego recita una lista interminable de grandes superficies en la zona como si fuera la enunciación de un castigo divino. «Esto no es negocio, con esto no se puede contar para pagar o comer. Además, hay mucha gente que no me paga».

Hoy, en el mercado, que tiene 23 puestos, apenas hay seis abiertos, amén del bar: una pescadería, una carnicería, una frutería, una droguería y varios ultramarinos. Llama la atención el gris metálico de las persianas que impiden el paso a los puestos que están cerrados, mientras el goteo de clientes es desesperante. Hay quien se esconde para no salir en la foto, como si no se pidiera permiso para obtener su imagen. Un carnicero prefiere ni aparecer, dice, en el reportaje, y fuera la misma atonía envuelve el gris edificio inserto en la calle Archidona, corazón de un barrio «pobre en el que la gente no gasta dinero», dice Cisneros, el dueño del bar Estefani, que recuerda el trabajo que daba la construcción, se compadece de los chicos que dan vueltas por mor del maldito paro y, pese a todo, cuando va a pagar a su proveedor le gasta una broma y sigue a lo suyo, peleando en silencio.

El mercado de Portada Alta sigue en pie gracias al tesón de sus comerciantes

El mercado municipal de Portada Alta pertenece a esa clase de recintos que radiografían a la perfección el barrio que les circunda, por lo que si hay paro y crisis en el núcleo, pocos clientes se acercan a sus puestos. A ello, en el caso de Portada Alta, se suma la gran concentración de grandes superficies que hay en la zona y el envejecimiento progresivo de la clientela histórica. El primer mercado se inauguró en 1973 y sufrió una profunda remodelación en 2009, de forma que incluso se redujeron los puestos para dejar espacio a usos asociativos. El mercado sigue en pie por el tesón de sus comerciantes.

Los protagonistas

Dolores Caldado. Ultramarinos"No se puede contar con esto para comer"

Dolores Caldado tiene una tienda de ultramarinos que heredó de su madre y ésta, a su vez, de su abuela, de la que Dolores está muy orgullosa. "No es negocio, con esto no se puede contar para pagar o comer nada, se vende mucho fiao. Los negocios pequeños han quedado para olvidados y fiaos. Mucha gente no me paga", recalca.

Francisca Martos. Ultramarinos Paqui"No sabemos qué hacer"

"No sabemos que hacer, el producto es bueno, la clientela es antigua pero estamos cazando un poco de clientela moderna. Al principio, en el otro mercado, venía mucha gente, hay incluso libre apertura, yo personalmente no lo hago, pero la crisis y las grandes superficies nos lo han puesto muy difícil", dice Francisca Martos, dueña de ultramarinos Paqui.

Salvador Robles. Droguería Ana"Viene muy poca gente"

Salvador Robles lleva ocho años con la droguería que heredó de sus padres, un negocio con el que intenta capear la crisis como puede. "Viene muy poca gente, yo hice publicidad para todo el sábado, el precio estaba tirado por los suelos, puse algunos carteles, y no generé mucha clientela", se queja, y añade que abrir por la tarde tampoco es que le haya propiciado mucho éxito comercial.

José Cisneros. Bar Estefani"Está todo muy malo"

"Está todo muy malo por la crisis, llevamos muchos años así, todos los mercados estamos mal y este más que ninguno, ya que hay mucho paro. Mi clientela es del barrio, muchas personas mayores, y fundamentalmente mi especialidad son los desayunos", precisa José Cisneros, dueño del bar Estefani, que, pese a la crisis, sigue luchando.