La festiva participación de animadores reclutados en la provincia de Cuenca para vitorear aplaudir y animar al equipo representativo de Catar en el Campeonato Mundial de Balonmano celebrado el pasado mes de enero, me ha traído a la memoria lo que podemos denominar como precursores de una actividad que tuvo sus orígenes en el teatro y que ha ido tomando cuerpo sobre todo en el deporte. Me refiero a la clac. Para algunos de mis jóvenes lectores (si es que hay alguno que me lea), lo de clac no le sonará de nada, lo mismo que a mí no me suenan otros términos que me dejan a oscuras como el reproche de la ministra Ana Pastor por parte de un político del PSOE de Málaga que ningunea el proyecto para convertir el aeropuerto de Málaga en HUB, y que pongo en mayúscula lo que supongo un anglicismo. Por miedo a lo que se esconde tras la palabreja que parece las siglas de un nuevo partido político, de momento no me voy a subir a un avión en el aeropuerto malagueño que empezó a llamarse oficialmente El Rompedizo, que suena a posible trompazo.

Vamos con la clac. Para curarme en salud he recurrido a nuestro diccionario, tan rico como despreciado por tantos colegas de la profesión, y no digamos por los políticos de todas las tendencias: Izquierda, Derecha, Centro... Dice la RAE: Del francés, claque. Después de informar que corresponde a dos tipos de sombreros, dice: «Grupo de personas que asisten de balde a un espectáculo para aplaudir». Aclara que debe utilizarse con el artículo la.

La clac aplaude a los actores

Cuando yo ejercía la crítica de teatro en la emisora de Málaga de Radio Nacional de España y acudía regularmente al paso de las compañías por el Teatro Cervantes era testigo de las actuaciones de la clac. Cuando terminaba la función, antes de que el público asistente se decidiera a aplaudir con mayor o menor entusiasmo, la clac, que ocupaba localidades del segundo y tercer piso, rompía en aplausos y hasta algún ¡bravo!, animando así a los espectadores a aplaudir a los actores. La diferencia entre unos y otros es que unos, los espectadores normales, habían pagado por asistir a la representación, y los otros, los de la clac, habían accedido gratis al teatro pero con la obligación de aplaudir no solo al final de la representación sino en algún mutis o al terminar un actor o actriz una escena de máxima tensión.

En todas las ciudades españolas con teatros en funcionamiento existían clacs o claques porque era una costumbre; en Madrid, muchos estudiantes se ofrecían como clac a los numerosos teatros y así podían acudir a estrenos y reposiciones sin pagar una peseta. Sabido es que los estudiantes, sobre todo los que no son de la ciudad en la que cursan sus carreras o preparan oposiciones, andan justitos de dinero. Gracias a ser miembros de una clac organizada podían ir al teatro de balde con frecuencia.

Como antónimo de clac estaban los reventadores, casi una profesión. El reventador es el individuo que tiene por sistema expresar a gritos, pataleando, silbando y de forma ostensible su rechazo a lo que ha visto u oído, provocando el fracaso de un acto, una representación o la actuación de un torero.

En el mundo del teatro existió también la figura del reventador aunque nunca se aclaraba del todo el porqué de estas actuaciones. Un autor que sufrió durante su carrera algunas de estas repulsas fue Enrique Jardiel Poncela, una autor que revolucionó el teatro español y del que recientemente, uno de sus nietos, Enrique Gallud Jardiel, ha escrito un libro sobre su vida y obra titulado Jardiel. La Risa Inteligente. Jardiel Poncela era cáustico en algunos de sus escritos y comentarios. Recuerdo que en cierta ocasión, refiriéndose a un autor que estrenaba comedia tras comedia a una velocidad desacostumbrada, dijo: «Es un escritor que se pone a escribir, no se le ocurre nada y sigue escribiendo».

Evolución de la clac

Como hace tiempo que no frecuento el teatro desconozco si sigue existiendo la clac como un elemento más de los estrenos y representaciones.

En el deporte, concretamente en el baloncesto, por ejemplo, no hay clac, pero sí animadoras de falditas cortas y pompones que saltan a la cancha en los descansos para bailar, dar saltos, contorsiones y animar al público a seguir en sus puestos. Es una costumbre importada de Estados Unidos que con sus majorettes animan la campaña de los políticos, los espectáculos deportivos, las manifestaciones, las cabalgatas, los parques de atracciones... En el fondo es una clac porque cobran por sus actuaciones

En los campos de fútbol también existe la clac en forma de peñas, hinchas, ultras... que son los animadores en los prolegómenos del comienzo de los partidos, cuando hay goles, cuando se desanima el equipo al que tienen que apoyar... Hay un animador conocido en medio mundo, o más de medio. Me refiero a Manolo el del Bombo, que ha acompañado a la Selección Española de Fútbol en decenas o centenas de campos de Europa, África, Asia... Es una clac formada por una sola persona.

Por desgracia, las nuevas clacs del fútbol se han transformado, en algunos casos, en bandas violentas, en cafres, vamos. Al amparo de la defensa de su equipo favorito cometen toda clase de tropelías, incluso con una muerte por medio como sucedió en Madrid no hace mucho.

Las chillonas

Los que no necesitan clac son los grupos ni las bandas musicales ni los solistas porque sus animadores se convierten en chillonas, gritonas, despendoladas y no digo despelotadas aunque algunas lo harían por el ídolo nada más salir al escenario, antes de iniciar su actuación. Gritos, chillidos, piropos, convulsiones, saltos... Todo gratis porque el conglomerado de diez mil o veinte mil jóvenes de uno y otro sexo aclamando y vociferando en favor del artista se convierte en clac. ¡Lo que ahorran los ídolos! No tienen que pagar ni un euro por estas muestras de admiración. Todo gratis, salvo las entradas que hay que adquirir después de una cola de tres días y sus correspondientes noches en espera de conseguir el sueño de poder ver en vivo y en directo a doscientos metros del escenario al melenudo artista si es hombre y ligeramente ataviado pasando frío si es mujer.

Otra modalidad

Cuando llegó la transición y se convocaron las primeras elecciones generales, los líderes de los partidos políticos, para dar a conocer los programas a desarrollar y ganarse la confianza de los votantes, empezaron a dar mítines por aquí, por allá y por acullá, congregando a cientos o miles de ciudadanos que más o menos enfervorizados aplaudían a rabiar al oír promesas normalmente utópicas pero que siempre hacen efecto. La desilusión viene después cuando no se cumple ni la cuarta parte de lo que prometían.

Los primeros mítines fueron un éxito..., sobre todo cuando se ofrecía al pueblo transporte gratis al escenario elegido, incluyendo un bocadillo de jamón, la actuación de artistas de renombre en el propio escenario y regreso al lugar de procedencia. Al principio fue bien la cosa hasta que los enfervorizados seguidores de los líderes, después de engullirse el bocadillo y la cerveza, oír y ver a los artistas seleccionados para animar y arropar al personaje, abandonaban el recinto y no se quedaban a oír al político de las grandes promesas de cambio, reparto de bienes, bajada de impuestos, jardines con juegos infantiles, becas, libros, viviendas...y la Biblia en pasta.

Ante la estampida después de la actuación de Ana Belén y otros artistas de su talla, se cambió el orden: primero el mitin y después el fin de fiesta. Ahora a los mítines acuden los militantes... y nadie más, y aún así resulta difícil llenar plazas de toros, palacios de congresos, campos de fútbol, teatros... A veces ni un minicine.

Con las nuevas leyes que impiden o penan donaciones y subvenciones a los partidos políticos, préstamos de los bancos sin intereses ni obligación de devolverlos en cómodos plazos, la desaparición de las cajas de ahorros que hacían de su capa un sayo en la materia (así acabaron todas o casi) y otras artimañas, las costosas campañas con autobuses, banderitas, banderolas, artistas y bocadillos de jamón y queso han pasado a la historia. Los militantes serán los únicos que harán posible las algarabías de las elecciones ya sean municipales, autonómicas, generales, europeas y lo que se invente el futuro.

Cuando los líderes de los partidos políticos eran hombres, las mujeres asistentes piropeaban al futuro presidente del Gobierno... e incluso le gritaban ¡Quiero un hijo tuyo! Hoy, como además de líderes hay lideresas, el piropo ya no está en boca de los hombres porque aunque son muy machos, a la hora de agasajar, aplaudir y admirar a una mujer, son más comedidos. Ninguno, pienso, se atrevería a lo del hijo tuyo...