Todo empezó de pura casualidad. Un día apareció por la casa que la churrianera Remedios Salazar tenía en la Sierra de Churriana Miguel, «un muchacho que vivía en la plaza de Torremolinos». Miguel, que venía acompañado por un grupo de turistas, pidió agua. «Les dije que vinieran y bebieran agua, yo no tenía ni una mesa ni nada, les comenté que les podía dar un vaso de vino y unos tomatitos chiquitillos picados y me dijo, pues vamos a venir otro día con un grupo y a los dos o tres días apareció con más gente».

Remedios, que ya vendía a los vecinos algunas botellas de vino y alimentos que compraba en Churriana, «porque a mí me ha gustado buscarme la vida siempre», se encontró al poco tiempo con su casa transformada en la Venta La Cordobesa, como era conocida Remedios porque estaba casada con el cordobés Andrés Gómez. Corría el año 1960 y ese negocio que nació por casualidad le daría ingresos suficientes para criar a sus cinco hijos, mucho trabajo pero también momentos inolvidables.

«La gente me quería mucho», cuenta, y su hijo Andrés explica que los extranjeros le llamaban María «porque la erre de Remedios les costaba mucho».

El alma de la venta es hoy una mujer de 83 años extrovertida y llena de recuerdos que mantiene casi intacta la histórica venta, que estuvo abierta desde 1960 a 2000, una casa de paredes encaladas que en sus mejores momentos estaba cubierta de parras, una de las cuales todavía sigue en pie.

Apoyada en el mostrador, un poco más pequeño que el que cubría toda la habitación principal, señala el enorme cencerro que, al sonar, anunciaba una propina del cliente. Y fueron muchas. «Los extranjeros dejaban muy buenas propinas», cuenta su hijo Juan. Tan buenas que se guardaban en un cántaro y una vez, cuando se llenó hasta los topes, «tenía 20.000 duros y con ese dinero compré una parcela», explica Remedios.

La Venta La Cordobesa, en el Camino de la Sierra, sigue teniendo unas vistas espléndidas, con el mar al fondo y mucho campo por delante. De Torremolinos y El Bajondillo solían subir los turistas a caballo y dejaban las monturas atadas a un algarrobo. En la venta les esperaba Remedios, que pese a los inconvenientes del lugar -«aquí no había ni carreteras, ni luz ni agua, el agua venía en una cuba»- les preparaba tortillas de patatas, paellas o pescado «que traía de Málaga congelado y había que gastarlo en el día».

Además de flamenco, sol, buena comida y alegría colectiva, uno de los ritos de la venta churrianera era que los turistas bebieran vino del porrón, un arte que se aprendía, en ocasiones, con la colocación previa de grandes baberos. Y claro, el porrón a veces traía consecuencias que ella trataba de solucionar: «A las turistas las hartaba de cerveza y vino, después les echaba vino con un porrón y si se emborrachaban las bañaba de agua para que se fueran bien al hotel», cuenta. Los clientes, que una vez aparecieron con banda de música incluida solían regresar a Torremolinos felices, satisfechos y cantando. Y una vez aparecieron de golpe 120 extranjeros en la venta.

De esos gratos momentos a Remedios le han quedado muchas fotografías que luego recibía de Inglaterra, Francia, Holanda, Alemania... sin olvidar amplios reportajes en diarios o revistas como Stern de Alemania a mediados de los 70. «Ha sido una vida muy bonita la que he llevado», confiesa con un poco de tristeza, pero las penas se les van pronto en cuanto recuerda anécdotas como ese gallo de la venta que murió «seis o siete veces». «Gente pudiente de Churriana llegaban al corral donde estaban las gallinas y decían, ´Remedios mátame ese gallo´. Nosotros lo cogíamos, lo guardábamos debajo de la pila, en la cocina, cerrábamos la puerta y cogíamos un pollo que habíamos comprado en Málaga», recuerda entre risas su hijo Juan. Así podían satisfacer varias veces los gustos exigentes de sus clientes.

Y Remedios recuerda una de las primeras veces que pasaron unos extranjeros a caballo: ella les preguntó eso de «¿drinking?», los guiris asintieron encantados y tras comer y beber se despidieron con un «thank you». «Pensaban que les había invitado», ríe. Todavía hoy, antiguos turistas que disfrutaron en los años 60, 70, 80 y 90 de la Venta La Cordobesa y que hoy son residentes en la Costa suben a la Sierra de Churriana a preguntar por María y tomar un café con ella.

En nuestros días, Remedios Salazar sigue siendo una mujer activa y muy orgullosa de haber sacado adelante a su familia gracias a la inolvidable Venta La Cordobesa.