Algunos buceadores hurgaban con los dedos crespos entre los sacos. Javier Noriega, de Nerea, describe una nube de copos saliendo por la presión, confundiéndose entre las algas. Durante muchas décadas, las láminas y burbujas de aceite no es lo único que ha salido a la superficie de El Delfín, que yace a pocos metros de profundidad, a apenas seis kilómetros de Nerja, frente a las costas de Torrox. El pecio, pese a su valor histórico, ha sido en innúmeras ocasiones mancillado, tanto por la irresponsabilidad de los bañistas como por la escasa vigilancia de las autoridades. La Asociación Universitaria de Actividades Subacuáticas (AUAS) ha denunciado en más de una ocasión el deterioro, provocado también de manera natural por la erosión y el movimiento de las corrientes.

Noriega insiste en que el barco debería ser protegido. El protocolo de restauración de la Unesco únicamente obliga a custodiar los yacimientos con más de cien años de antigüedad, pero en el caso de El Delfín concurren una serie de circunstancias amparadas en la legislación autonómica, que amplía el imperativo a todo naufragio con el apelativo de histórico. En la actualidad, el barco se encuentra tapiado por elementos, en medio de un marasmo de tierra y vegetación. Más que rescatarlo, los historiadores piden que se le preste atención, con un proyecto informativo enfocado al turismo, a la manera británica. Entre las dudas por resolver, figura el número de víctimas, que no aparece, ni siquiera de manera sumarial, entre los archivos de guerra. No se sabe cuánta gente pereció en el acorralamiento del buque, que se vio rodeado por submarinos italianos y españoles. Al igual que ocurre en España con otros muchos naufragios, las inmediaciones de la playa ni siquiera cuentan con un cartel expositivo. Calaceite no es un topónimo cualquiera. Y esconde una memoria que demanda la implicación de las autoridades.