Sube los escalones de su luminoso estudio, en una segunda planta de la calle Convalecientes, con la energía de ese niño inquieto de Capuchinos que a los 13 años, huérfano de padre, tuvo que dejar el colegio para entrar en un taller de reparación de buques para ayudar a la familia. Fue su primer y provechoso contacto con la Técnica, unos conocimientos en los que seguiría profundizando y que enriquecerían su vida de artista.

Francisco González Romero (Málaga, 1923) deja su elegante sombrero en una mesa y rodeado de centenares de libros y cuadros -entre ellos el temprano retrato de su abuela María, que pintó con 15 años-, confiesa que «si no estuviera pintando, ya estaría muerto». La energía que desprende y las pinceladas de escepticismo e ironía con las que contempla el mundo cultural malagueño son el reflejo de un hombre imparable desde el punto de vista artístico e intelectual, interesado por el Arte, la Filosofía o la Pedagogía, algunas de sus grandes pasiones. Y como prueba, el libro que el próximo jueves 28 de mayo presentará a las 7 de la tarde en la librería Prometeo: Facultad de Arte y Diseño, de ediciones del Genal.

Se trata del proyecto que coordinó a finales de los 90 cuando Málaga carecía de Facultad de Bellas Artes -fue inaugurada en 2005- y el pintor malagueño era vocal de la Asociación Pro Centro de Arte Contemporáneo y Facultad de Bellas Artes, un proyecto que fue premiado por el Consejo Social de la Universidad. El libro también incluye un apartado final de unas cien páginas a color con una selección de obras de Francisco González Romero desde 1939, con ese retrato de la abuela, hasta casi la actualidad.

«El libro le puede interesar a toda persona interesada en la Cultura y no digamos a los estudiantes. Estuve trabajando cinco años en ese proyecto, ya tenía entrenamiento de Madrid», explica. El artista hace referencia al proyecto que presentó para que la Escuela de Artes Aplicadas de Moratalaz, de la que fue director, se transformara en Escuela de Estudios Superiores de Diseño. Fue la primera de España.

Nadie ha regalado nunca nada a Romero, como firma sus cuadros. Pese a las serias dificultades económicas de su niñez, consiguió estudiar en la Escuela de Artes y Oficios de Málaga e ingresó en la 7ª División Hidrológica Forestal de Málaga, dirigida por el famoso ingeniero José Martínez Falero, con el que colaboró en los jardines de Puerta Oscura, así como en la repoblación de Gibralfaro y los Montes de Málaga.

Como recuerda, fue Martínez Falero quien le presentó al también reconocido arquitecto José González Edo y entró a trabajar con él en las primeras oficinas de urbanismo de Málaga, en el actual CAC. «González Edo fue quien me dio la conformidad a un estudio en una casa antigua en Madrid, por donde está el Tribunal Supremo», recuerda. A la capital de España marchó tras ganar en 1948 sendas oposiciones a los ministerios de Obras Públicas y Agricultura. Allí aprovecha para estudiar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando.

Un punto muy importante en su vida profesional fue el concurso de pintura mural que ganó en 1956, convocado por Patrimonio Nacional. El premio consistía en pinar un mural del Palacio de Riofrío en Segovia. «El director del Patrimonio Nacional, Diego Méndez, se fijó en mí y me pidió que fuera su ayudante artístico», cuenta. Así, tuvo la oportunidad de trabajar entre 1956 y 1964, aproximadamente, en el Valle de los Caídos y en los palacios de la Zarzuela y la Moncloa.

En un mes de agosto, señala, Diego Méndez «me dijo que no se había tomado vacaciones en diez años y me dejó ese mes a cargo del palacio de la Zarzuela». Lo más curioso es que, como detalla, mientras estuvo en Patrimonio Nacional continuó con los estudios en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando «y nadie supo que trabajaba con Diego Méndez».

A partir de 1961 montó en Madrid un taller de arte y diseño de interiores.«Entonces tenía muchos proyectos y siempre en la mente la arquitectura y la pintura, no podía renegar de ellas», contaba a este periódico en una entrevista en 2004. Entre sus clientes, el exitoso taller -llegó a contar con 80 trabajadores- tuvo a Juan Abelló, para el que diseño su vivienda, el general Muñoz Grandes y encargos como el colegio mayor Nuestra Señora de África, el pabellón de África en la Feria Nacional del Campo o la reforma de la sala capitular, hall principal y comedor de la Escolanía del Valle de los Caídos.

A la vez, durante cuatro cursos fue profesor de Dibujo en la Escuela de Ingenieros de Caminos. La docencia le llevaría a finales de los 60 a Almería como profesor en la Escuela de Artes y Oficios, donde continuaría compaginando el trabajo con la pintura y el diseño. En esos años realiza su primera exposición con nada menos que 110 cuadros, que evidencian una etapa artística marcada por el realismo de la Escuela de Madrid, aunque matiza: «Era pintura realista pero apartándome del realismo». En esa etapa almeriense recibe el encargo de un fastuoso proyecto que no llegó a buen puerto, aunque el artista guarda incontable material: la decoración mural del Monasterio del Saliente en Albox, Almería, para el que plasmó impresionantes escenas del Antiguo y el Nuevo Testamento como la Creación o los patriarcas que ejemplifican muy bien su maestría en la pintura religiosa, a la vez moderna y espiritual.

Al llegar a Almería inicia una actividad que todavía continúa, la redacción de un diario que durante muchos años escribió a mano, con letra primorosa, y que hoy escribe con ayuda del ordenador. «Ya tengo unas 600 páginas», cuenta.

A finales de los 70 gana unas oposiciones a profesor en la Escuela de Artes Aplicadas de Moratalaz, Madrid, centro que más tarde dirigirá. En los 80 se embarca en el doctorado en pintura en la Facultad de Bellas Artes de Madrid- su tesis llevó por título La pintura mural en el Arte Sacro-, un hermoso colofón profesional a toda una vida de esfuerzo y superación, porque como reitera, «a mí nadie me ha regalado nunca nada».

Desde 1990 reside en su ciudad natal y cuenta con su estudio, fiel reflejo de una búsqueda artística continua, como la de su admirado Picasso. Francisco González Moreno, que el año pasado pintó el cartel de la salida procesional de los Patronos de Málaga, está embarcado en una etapa en la que en su pintura impera el simbolismo geométrico. Ya prepara un nuevo libro sobre más de 50 años de felicitaciones de Navidad que también reflejan su evolución constante. El pintor malagueño echa la vista atrás y señala: «He vivido una vida sumamente extraordinaria». Y al mirar hacia adelante sólo tiene una meta central: seguir saboreando la vida y continuar pintando.