­Entra en la casa callada pero luciendo una enorme sonrisa. Los ojos chispean al ver la figura silueteada en cartón de Gerald Brenan. Teresita viste de blanco: «Siempre voy de blanco en verano», explica. De esa misma casa en la calle Torremolinos, 56 de Churriana salió de blanco hace 49 años. Fue el día de su boda, el 28 de agosto de 1966. «Don Gerardo, como yo le llamaba siempre, me decía que no me casara, que era muy joven», sonríe.

A Teresa Benítez Gómez, Teresita, como todavía la conocen en Churriana, le acompaña su marido Javier, un afable navarro de intensos ojos azules. Lo conoció cuando hacía las Milicias Universitarias en la vecina Base Aérea de Málaga. Por él dejó la casa de los Brenan, donde pasó unos años maravillosos y marchó a Navarra.

Desde entonces Teresita no regresaba a casa de los Brenan, pues volvió a ver al investigador ya viudo de Gamel -ella murió en 1968- cuando vivía en Alhaurín El Grande. En otra ocasión, años más tarde, ya en los 80, acudió acompañada de sus dos hijas.

Teresita es la otra niña de los Brenan, una churrianera que encandiló a la pareja formada por el hispanista inglés y la escritora norteamericana Gamel Woosley y que terminó siendo como una hija adoptiva, pese a que la familia de la niña vivía a un tiro de piedra, en la calle Rodahuevos en una Churriana sin apenas coches por la que los niños correteaban, jugaban y entraban a las casas de los vecinos.

Teresita conoció un día a Jason, el niño de 2 años de Hetty McGee, una exótica inglesa amiga de los Brenan. «Era una mujer muy guapa, de ojos negros y que siempre iba descalza», recuerda. La niña, que entonces tenía 8 años, se encargaba de dar paseos en el cochecito a Jason y frecuentaba la casa del hispanista. «Y un día Hetty y Jason se marchan y yo me quedé aquí, supongo que se pondrían de acuerdo con mi familia», explica.

A partir de ese momento, aunque visitaba su casa y a sus cinco hermanos, vivió con los Brenan. «Para mí eran mi familia, ellos me querían mucho y yo a ellos muchísimo», confiesa. Al autor de El laberinto español lo describe como «una persona muy sencilla y muy afable», mientras que de Gamel Woosley, a quien se dirigía como «señora», comenta emocionada que «siempre era tan delicada... yo la miraba y parecía como esas flores que no se pueden tocar». De la mujer de Brenan recuerda también que le gustaban mucho las flores, también las silvestres, y que de los frecuentes paseos que daban por la zona , «sobre todo en primavera», solía volver con un ramo de flores del campo.

De la vida en la casa recuerda la ausencia de teléfono para que el escritor tuviera más tranquilidad y cómo ella se acercaba a La Cónsula para dejar las cartas. También el ritual del té de las cinco, «aunque no recuerdo quién lo tomaba con limón y quién con un poco de leche», apunta y añade que don Gerardo escribía a mano y luego era su mujer quien pasaba el texto a máquina.

A Teresita nunca se le olvidará su habitación, con vistas a la alberca en la que aprendió a nadar ni esa vez que acudió, cogida de la mano por la pareja, al cine en Málaga para ver a Charlot almorzando unos suculentos zapatos en La quimera del oro. «Los tres nos mondamos de la risa». La pequeña Teresa aprendió a montar en bici en una cascada Orbea de color rojo de Brenan, comenta mientras recorre la casa en la que pasó parte de su infancia y la adolescencia. Apenas la reconoce: «Está todo muy cambiado», confiesa. Echa de menos los árboles y los rosales, la presencia de naranjos, nísperos y limoneros de este antiguo vergel, aunque algo del esplendor pasado vislumbra desde el mirador, la parte de la casa que a su juicio mejor ha conservado la magia de los Brenan.

Los recuerdos de Teresa Benítez han sido convertidos en libro por el escritor Cristóbal Salazar, más conocido como Cristóbal de Churriana, que acompaña al matrimonio en su visita junto a su mujer, María José. La obra, Teresita y los Brenan en Churriana, será presentada el jueves 4 de junio a las 8 de la tarde en la Casa Gerald Brenan y puede adquirirse en la papelería Parrado de la misma calle Torremolinos.