Konrad Adenauer alcanzó la cancillería de la República Federal Alemana en 1949, a los 73 años, cargo que dejó a los 87. Hoy está considerado el padre del milagro económico germano en los años en los que la Guerra Fría era una realidad incómoda a ambos lados del Telón de Acero. Hay quien ha señalado la trayectoria del político teutón como un ejemplo palmario de que hay vidas que no dan sus mejores frutos hasta la senectud, aun cuando los seres humanos solemos esperar alcanzar la inmortalidad o la eternidad a los veintipocos, cuando la juventud aún nos invita a abrazar la vida con el ansia de quien tanto camino y esperanza tiene por delante y con la inabarcable plenitud que sólo dan la inconsciencia sobre el paso del tiempo y la seguridad de que el placer nos es dado por un derecho natural inalienable. Hay quien señala el final del sendero político a Francisco de la Torre, alcalde de Málaga durante los últimos 15 años, y alega como principal causa su edad, los setenta y pocos que lo contemplan, como si ser mayor descalificara per se, como si sólo los jóvenes pudieran hacernos soñar. Otros, con críticas de mayor altura de miras, hablan de que el PP tiene su corazón en el Centro y se acaba en los barrios; algunos destacan la pérdida de seis concejales el 24M, como si el descrédito de la marca no hubiera tenido nada que ver; y unos pocos prefieren ver a su afín popular en el sillón de mando de una ciudad que parece dócil pero que encierra un salvaje gusto por la heterodoxia bajo su epidermis. Tirar de la excusa biológica para anunciar el fin de un mandato es pobre e injusto. En estos cuatro años veremos si De la Torre se parece en algo a Adenauer.