En agosto del pasado año, en estas mismas páginas de La Opinión, publiqué un reportaje titulado Ruta de la tapa por los bares de ayer, en el que recordaba los establecimientos más conocidos y populares de la ciudad en materia de restauración. Restaurantes, bares, cafeterías, tabernas... que los malagueños frecuentábamos y de los que apenas subsisten cinco o seis. Por no extenderme demasiado, en aquella ocasión omití y en algunos casos olvidé algunos establecimientos. Hoy subsano los olvidos y omisiones y completo así, dentro de lo que cabe, el censo de locales dedicados a la restauración y al tapeo.

Uno que omití fue La Farola, sito en la esquina de la calle Ollerías con Huerto de Monjas. Su propietario era Juan López Elena, y de la cocina se ocupaba su esposa María Gaspar. Los dos eran descendientes de familias dedicadas a esta actividad. Uno de ellos tuvo un bar, el Bar Cosme, en la calle Atarazanas.

Pese a no ser un lugar de paso, La Farola fue muy frecuentado porque su oferta era quizá única en aquellos años. La caza era la especialidad: perdices, conejos, pajaritos... Juan López recorría la provincia en una furgoneta para adquirir el género que su variada clientela demandaba, Doña María guisaba de maravilla. El matrimonio trabajaba las veinticuatro horas del día para llevar adelante La Farola... y para atender a los diez hijos que tuvieron.

Poco antes de cerrar La Farola montó y explotó durante años el establecimiento estrella de los Montes de Málaga, Venta El Mirador, emplazado en un lugar privilegiado con vistas a la ciudad. Hasta su fallecimiento llevó las riendas del negocio, haciéndose cargo del mismo su viuda. Hoy, El Mirador está cerrado y dos descendientes del matrimonio siguen las huellas de sus progenitores, Carlos, al frente de la Venta Carlos del Mirador, que antes fuera Venta Nueva, en los mismos Montes de Málaga, y una de las hermanas lleva El Ventorrillo de Santa Clara a un par de kilómetros del otro.

El Mirador, en los años que lo regentaron Juan López y su mujer, y después su mujer como máxima responsable, fue el rey de las ventas de la zona. Su emplazamiento, sus instalaciones, las vistas de Málaga con el mar al fondo merecían el viaje. Aunque ya no funciona, las ventas que han resistido el paso del tiempo han renacido y la concurrencia es muy numerosa. Y va a más.

Otra vez las ventas

Cuando se inauguró el Nuevo Acceso a Málaga o carretera de Las Pedrizas en 1973, las ventas -Santa Isabel, El Boticario, La Minilla, Venta Galwey, 555, La Nada, la citada Venta Nueva, Bartolo y otras- se quedaron de la noche a la mañana sin clientela. La carretera de los Montes dejó de ser el único acceso o salida de Málaga hacia el interior de la península. Durante algunos años los malagueños apenas sí acudían a las ventas a saborear los famosos platos de los Montes (huevos fritos con lomo y patatas acompañados del vino del lugar) y sus propietarios empezaron a sufrir una crisis que, afortunadamente, pasó porque hoy, en 2015, las ventas de los Montes han recuperado el puesto que ocuparon. Los sábados, domingos y festivos las ventas se ven animadas, hay reuniones familiares, comidas de empresa, personas a las que les atrae comer en un lugar libre de humos y abundante vegetación... Los días laborables los índices de comensales son muy bajos, pero en las fechas apuntadas prácticamente se llenan las terrazas y salones.

Charlando hace unos días con Carlos López, que en el exterior de su venta resalta el eslogan Especialista en pechá de comé, me decía que hay días que su restaurante apenas sí tiene clientes porque la carretera tiene muy poco tráfico; sin embargo, en los sábados y festivos el local se llena. Puede atender hasta a 450 personas al mismo tiempo. Esos días, hasta veinte personas trabajan para que no falte de nada; diez en la cocina y diez atendiendo al público. El plato estrella son las migas, una especialidad que requiere mucho trabajo porque su elaboración es lenta. Cerdos de Colmenar, vinos de la Axarquía, pan cateto elaborado en el Puerto de la Torre... son algunos de los muchos productos que a diario llegan a la Venta de Carlos del Mirador. Pero este tipo de negocio exige una entrega total. Si uno no es del oficio, si no ha echado los dientes en la actividad, es difícil que acepte estar todo el día bregando para poder cumplir con la clientela habitual y la que se incorpora por primera vez. Hay que llevarlo en la sangre.

Los otros establecimientos

Los bares, tabernas, cafeterías y similares que no cité en el anterior reportaje, y que ahora recupero para completar la antigua Ruta de las Tapas son los siguientes:

En la calle Carril, en el barrio de la Trinidad, estaba El Bori, una marisquería que en calidad y precio era una de las preferidas. Era muy visitada por residentes y no residentes de la zona. El único defecto era el vocerío reinante de los aficionados al fútbol; entre gamba y gamba había que tragarse los goles del Málaga, del Madrid y de otros equipos. Los tertulianos futboleros hacían valer sus preferencias.

Un establecimiento muy popular fue El Refugio, en la calle Marquesa de Moya, entrando por Alcazabilla. Era muy acogedor con un patio interior cubierto y muy frecuentado. Todo fue muy bien hasta que fue elegido como escenario de la película hispano-francesa El deseo y el amor en 1952. Se rodaron muchas escenas en su interior. Cuando después de varias semanas cerrado al público reabrió, no sé si porque los precios de las consumiciones se dispararon o por otros motivos que desconozco dejó de ser lo que era.

En la zona de Tomás Heredia, en lo que hoy desafortunadamente se conoce por el Soho por razones esnobistas o anglófilas, existió un restaurante danés que respondía al nombre de Faarup. Lo regentaban un danés y un malagueño y fue un buen lugar de cita mientras funcionó. Especialidades españolas y danesas componían el menú. Recuerdo que en una de las paredes, a modo de decoración, colgaban billetes de banco de muchos países. Por la misma zona estaba Luciano con jamones y quesos exquisitos, Pemar, Frandy, el café de La Maestra donde siempre había mesas ocupadas por jugadores de dominó, Lis...

En materia de tabernas con algunas tapas o sin tapas, casi todas con marisqueros vestidos de blanco, hubo muchas en nuestra ciudad. Algunos nombres han resistido el paso del tiempo, como La Campana, que es una institución, con sus vinos de la denominación de Origen Málaga. Ya no están Casa Romero, que tenía un vino moscatel de primerísima calidad, Casa Flores... y la famosísima La Raya, con sus barriles en plena vía pública, en la asimétrica plazuela de la avenida de La Rosaleda con la calle San Rafael. El nombre de La Raya tenía su origen en la raya de los vasos de vidrio en los que se servía el vino. Tenían cerca del borde una raya. Era el límite de la cantidad de vino a escanciar. Era uno de los pocos bares que tenían en su oferta de tapas caracolas, un molusco de difícil digestión.

Dos sitios donde disfrutar de mariscos en cantidades importantes y a precios asequibles eran La Mar Chica, en plena calle Larios, y a pocos metros, ya en los aledaños de Siete Revueltas, La Mar Serena. De ellos no quedan más que el recuerdo y algún anuncio perdido entre los periódicos de la época. Los taburetes de La Mar Chica eran de piedra artificial, casi imposible, por su peso, de separar o acercar al mostrador.

Sin abandonar la zona, en la calle Santa María estaban los bares Málaga y Munich, en uno de los cuales fuimos protagonistas dos matrimonios que habíamos estado en Torremolinos y antes de retornar a nuestros domicilios sentimos la necesidad de comer algo. Eran las dos o tres de la madrugada, porque estos bares no cerraban nunca. A la pregunta de si tenían algo que engullir, el camarero, señalando una oxidada lata de mortadela, nos informó de que le quedaba un poco de «mortadela de ave de pato», ofrecimiento que rechazamos por la poca fiabilidad del extraño producto y oxidado envase.

En la calle Duende, entrando por Nueva, a la derecha, haciendo esquina, estaba Casa Matías, uno de los bares más económicos de Málaga... y corrían malas lenguas que la carne rebozada que servía era de gato.

Otro bar que se perdió en las demoliciones de viejos edificios de más plantas fue Los 21, en la calle Mármoles. No era nada elegante ni distinguido pero tenía una especialidad tan sencilla como rica: rodajas de tomate cubiertas con anchoas. No había en Málaga un lugar donde se comieran mejores anchoas. También recuerdo Los Culitos, en la zona de Cristo de la Epidemia y Agustín Parejo, con clientela de toda la ciudad.

Como mera curiosidad incorporo a esta lista de bares desaparecidos una pequeña taberna que se instaló en la esquina de la calle Córdoba con el muelle de Heredia, antes de que se construyeran el cine Alameda y otros edificios. Era pequeña, con una minúscula cocina atendida por la esposa del propietario. Como no tenía nombre y los primeros usuarios éramos los que trabajamos en Radio Nacional de España, que estaba a un paso, el dueño le puso Bar Antena en homenaje a los primeros clientes. Allí acudían a diario los trabajadores de la colla del puerto que pedían y se bebían en dos tragos un litro de vino blanco de Valdepeñas servido en botellas que habían contenido anís. Más que tomar fuerza para las duras tareas portuarias de cargar y descargar sacos creo que el alcohol les debilitaba. Cuando se iniciaron las obras de construcción del cine Alameda, el Bar Antena se fue a la zona de la Cruz del Humilladero, donde funcionó pero creo que ya cerró sus puertas.