­Pocas veces la pérdida de una persona supone una pérdida tan dolorosa, no sólo para sus familiares y sus muchos amigos sino también para el Patrimonio de Málaga. La muerte el jueves de Javier Aguilar supone también una dura pérdida para el Acueducto de San Telmo, que se ha quedado sin su principal defensor. Puede decirse que la vida de Javier transcurrió por los mismos puentes y acequias de esa maravillosa obra de ingeniería del siglo XVIII. Javier y su familia, guardias históricos del acueducto de San Telmo desde 1919, lo han defendido siempre como parte de su vida. En los años en los que la construcción desaforada estaba por encima de cualquier otro parámetro Javier denunció los estragos que sufrió el acueducto. En los largos años en los que sólo recibió amables palabras institucionales fue, con el apoyo de sus padres y el firme respaldo del antiguo deán de la Catedral, su querido amigo Francisco García Mota, el auténtico revulsivo del Patronato del Acueducto.

Javier, como su padre Enrique, era un torrente de optimismo, sentido del humor y también pasión por la Historia de Málaga. Tenía la tenacidad de un alemán y la moral del Alcoyano cuando de conseguir la recuperación del Acueducto se trataba.

Era una persona que nunca perdía ni el ánimo ni la sonrisa y que seguía cargada de sueños. El pasado mes de febrero posaba orgulloso en un reportaje para este periódico junto a su hijo Javier, de año y medio, la cuarta generación de guardas del Acueducto, delante del recién restaurado y ajardinado Puente de los Once Ojos en Ciudad Jardín. Ese día estaba feliz y exultante, más todavía cuando acababa de pasar con éxito por un bache y volvía renovado, apoyado por sus padres, su mujer y los muchos amigos que tenía alguien de su talante, una persona buena y cordial.

La pasada primavera seguía con proyectos. Quería escribir con el autor de estas líneas un libro divulgativo sobre el Acueducto de San Telmo que incluyera también la parte humana, los regantes; los guardas como él, su padre o su abuelo, que tantas horas extras dedicaron al cuidado de este maravilloso monumento.

Se quedan otros muchos deseos de Javier en el tintero, como que el desaliñado parque con restos de dos molinos del Acueducto, cerca de Fuente Olletas, llevara el nombre genérico de Parque de los Guardas del Acueducto de San Telmo, pues no quería personalizar en su familia y sí recordar a quienes lo preservaron en los últimos dos siglos largos. Sería un acto de justicia que el Ayuntamiento le dedicara, lástima que no en vida, ese merecido parque.

Javier fue un malagueño ejemplar, una persona honrada y generosa que hizo el bien allá por donde pasó. Si su hijo termina teniendo sus querencias, en un par de décadas quizás nos encontremos con otro desvelado y generoso ser humano. Con otro huracán de amor y simpatía que defienda como pocos el Patrimonio de su ciudad. En suma, con otro Javier Aguilar. Descansa en paz, querido amigo.