­ «Esto es más común de lo que crees», asegura al otro lado del teléfono Sonia Rodríguez (nombre ficticio). Se refiere a los abusos sexuales, que tras una historia personal le llevaron a crear la asociación Redime. Fruto de la necesidad, sintió que debía hacer algo por ayudar a las mujeres que habían recibido abusos en su infancia o en la adolescencia. Poco a poco llegaron también hombres.

En sólo unos años, y ante la demanda de ayuda de todo el país -no hay más asociaciones para adultos en España- pasó de atender a la gente en el patio de su casa a hacerlo en un local prestado. Como casi todas las asociaciones, nació tras sentirse protagonista de una historia, de una pesadilla con nombre propio: el de su hija. Tenía 18 años cuando le confesó de madrugada que, con cinco, un conocido de la familia había abusado sexualmente de ella. Ella y su marido reaccionaron de la manera más natural ante tamaña revelación: «lo queríamos matar». Pero ya hacía tiempo que había desaparecido de sus vidas. No así el daño emocional de su niña.

Sonia empezó a investigar cómo podía ayudar a su hija. «No sabía a dónde acudir, los especialistas no sabían tratar el tema». Entonces dio con una experta de Barcelona que le mostró las pautas a seguir. Ella las asumió y decidió crear grupos de trabajo y de autoayuda en Málaga. Se reúnen todas las semanas y en poco más de una década han pasado por ellas más de 400 personas. «Somos un grupo de desahogo donde contar nuestras historias, empatizar. No suplimos a los especialistas», insiste. Sus sesiones han dejado aflorar traumas, los abusos más espeluznantes y los recuerdos más dolorosos.

Su experiencia le ha enseñado que todos los abusadores siguen el mismo patrón. Todos lo pactan como un secreto, todos reinciden y todos son personas afables, que se llevan bien con los niños y tienen una gran capacidad de convicción y persuasión ante hijos y padres. Aunque la mayoría son hombres que abusan de hijos, nietos, sobrinos, vecinos, también se han dado casos de mujeres.

El abusador domina la situación. «Siempre subyace el poder», relata la mujer, que ha visto contar abusos a chicas jóvenes y a abuelas de 70 años. Estas personas arrastran el sambenito toda su vida y, confesarlo y tratarlo, les ayuda a convivir con él. Y para ello, la mejor forma de sentirse cómodas para hacerlo, es confesarlo entre iguales. «Por eso todas las monitoras de Redime son mujeres que han recibido abusos», dice Sonia Rodríguez.

La abogada y miembro de la entidad Mª Carmen Heredia admite que ante un caso de abusos, lo mejor es denunciar, pese a que pocas lo hacen. «La mayoría quiere desvincularse de su familia para protegerse y quitarse el lastre». Aún así, siempre recomiendan, si el caso aún no ha prescrito, que denuncien. Puede hacerse, incluso, de forma anónima en fiscalía o la policía.

Para la abogada, el abusador y la víctima se hallan en un círculo vicioso que al abusado le parece infinito. «Te abuso porque puedo y, porque puedo, te abuso». Además, se aprovecha de la vergüenza y del miedo. «Hay que educarlos para que ellos se defiendan, la prevención es fundamental». Por eso, alerta de que los niños no deben ocultar nada a sus padres más allá de un regalo o una fiesta sorpresa. «La palabra secreto siempre está ahí», reconoce la mujer, que también fue abusada en la infancia.

La psicóloga y miembro del equipo de emergencias del Colegio de Psicólogos de Andalucía Oriental, Mª Ángeles Castillo, alerta de la importancia de la psicoeducación. «Las familias deben saber que los abusos sexuales existen, de ahí que deban aprender a reconocerlos y a explicarles a los niños la diferencia entre afecto y sexo», explica. Además, señala la importancia de dar crédito a la revelación del menor -sólo el 7% son fábulas­- y denunciar. «Sólo así se pueden evitar más casos».