­Todo comenzó en la primavera de 2008 en unas circunstancias bien distintas a las del pasado 5 de junio. El actual alcalde, Francisco de la Torre, asistió entonces en los astilleros Nereo a la colocación de una de las cuadernas maestras del bergantín Galveztown, la réplica del barco de Bernardo de Gálvez con el que el militar malagueño entró en la bahía de Panzacola (en inglés, Pensacola). El fundador de Astilleros Nereo, Juan Antonio Sánchez Guitard, siguió la ceremonia desde el hospital gracias a una cámara de televisión y como recuerda su hijo, falleció una semana más tarde.

Siete años más tarde Astilleros Nereo sigue en pie, y ya suma 37 años de problemas continuos con la Administración. Todavía con el paseo marítimo que en teoría debe pasar por mitad de los astilleros -en lugar de bordearlo como ocurría con el paseo marítimo de comienzos de los 80- Nereo sigue adelante con el Galveztown.

Como explica esta semana Alfonso Sánchez-Guitard, el barco comenzó con buen pie, con el apoyo y donación de 350 toneladas de madera de roble de Virginia del Lightouse Arqueological Maritime Program de San Agustín, Florida, la ciudad más antigua de Estados Unidos, fundada por españoles. El proyecto se paró dos años más tarde por la negativa municipal a poner en marcha una escuela taller de carpintería de ribera. «Nos dijeron que era por la incertidumbre urbanística», cuenta Alfonso Sánchez-Guitard, la espada de Damocles de los últimos 37 años.

El 5 de junio de este año, sin embargo, las obras del Galveztown volvieron oficialmente en un acto al que asistieron representantes de la Liga Naval Española, la Guardia Civil y la Armada Española, entre ellos el contraalmirante y responsable del Museo Naval de Madrid José Antonio González Carrión, que asistió a la colocación de la quilla y el codastre (de codo, la viga que sobresale de la popa en el esqueleto del barco).

Marca España

Unas dos semanas más tarde, tanto la réplica del Galveztown como la del barco fenicio que también construye Nereo lograron estar bajo la Marca España, con el visto bueno de la Armada y por supuesto el Museo Naval. «Es una manera de reconocer la buena trayectoria de hacer las cosas de Nereo», explica el catedrático jubilado Francisco Fernández González, director del Gabinete de Historia de la Ciencia y Tecnología Naval de la Universidad Politécnica de Madrid y el Museo Naval.

El profesor Fernández se ha encargado de rehacer el proyecto hasta lograr «una réplica técnica e históricamente fiable». El principal error subsanado ha sido el de las medidas del Galveztown, que es un poco más pequeño que la primera versión.

A este respecto, Alfonso Sánchez-Guitard explica que el error se debió a medir la eslora por la quilla, cuando los ingleses medían en la época teniendo en cuenta la cubierta. «Es unos tres o cuatro metros más pequeño de lo que dijimos», señala el responsable de Nereo. El profesor Francisco Sánchez supervisa ahora las obras y resalta que «esto es algo que ahora España puede presumir de que es nuestro y no sólo de Nereo». Para el que fuera catedrático de Construcciones Navales los planes urbanísticos que ahora mismo amenazan la integridad de los astilleros de Pedregalejo son «una burrada muy típica española».

En el momento de visitar los Astilleros Nereo el pasado martes las 12 cuadernas maestras estaban ya extendidas en el patio interior, dispuestas a ser ensambladas, de hecho una de ellas fue colocada el día de la Virgen del Carmen.

Como recuerda el profesor Francisco Fernández, el bergantín Galveztown era originalmente la goleta West Florida, capturada por tropas hispano norteamericanas a los británicos. «La goleta era para aguas tortuosas de ríos y lagos, donde estuvo actuando la Armada Inglesa. Cuando la apresaron los españoles fue fácil transformarlo en bergantín». Las dos embarcaciones, precisa el experto, tienen dos palos.

La madera donada por los americanos, curada tras una espera de entre tres y cuatro años, está almacenada en Macharaviaya. Para el Galveztown se necesitan unas 60 toneladas de roble, así que como bromea Rafael Díaz Noguera, presidente de la Liga Naval de Andalucía y delegado de la Española, «hay madera para varios barcos». Rafael, de 87 años, quisiera asistir algún día a la botadura del barco «y llevarlo al menos hasta el puerto», sonríe.

El barco está presupuestado en unos 800.000 euros. Hasta la fecha, universidades americanas han enviado alumnos los últimos años para formarse trabajando en el barco y los astilleros destinan las partidas que pueden a contratar mano de obra. Alfonso Sánchez-Guitard está convencido de que en cuanto se levanten las 12 cuadernas maestras (luego quedan otras 24) y se vea la estructura del Galveztown, aumentarán los apoyos y puede que el público pague por ver cómo marcha la construcción, «como se ha hecho en Francia».

Alfonso aplica la brea natural, hecha en los montes de Burgos con resina de pino para pegar las piezas. Un trabajo de artesano del XVIII que, ahora sí, quiere ver cómo llega a buen puerto con el apoyo de la Marca España. Cuando el Galveztown surque el Mar de Alborán «estará al servicio de España y de la Armada» y por supuesto de las tierras americanas defendidas por Bernardo de Gálvez. «Es un proyecto abierto a todos», recalca.