­Se requirieron seis años de estudio. Una trama de proezas técnicas que casi parecían recién venidas de un tiempo futuro, seguramente más instruido, provisto de soluciones en abundancia. La cámara de Bengt Börjeson fue la primera en merodear por el interior del barco, apenas unas horas antes de su espectacular levantamiento; una salida a flote de un coloso, con los cables haciendo de poderosas lianas.

Cuando El Sava volvió a ver la luz, en 1961, a 333 años de distancia de su hundimiento, el primer grito de asombro fue a propósito de su extraordinario estado de conservación. La nave, pese al calamitoso hundimiento, se hallaba entera, con su florida ornamentación, repleta de dioses y de emperadores, casi exonerada de los irremisibles síntomas de deterioro. La elevada concentración de sal y el frío de las aguas del Báltico había favorecido su protección, aunque no tanto como para confiar en la indulgencia eterna.

Bajo el mar, enredado en el fango, la corrupción del barco era lenta. Pero no tanto como para garantizar su salvación a largo plazo. Es por eso que los suecos decidieron recuperarlo. Cuenta Javier Noriega, de la empreas Nerea, que su colega Anders Franzes estuvo más de una década rascándose el cerebro: primero para averiguar la ubicación y, más tarde, para resolver el puzzle del rescate. Para atestiguar la sutileza del procedimiento nada mejor que atender a los sistemas que se emplearon: el equipo dio, incluso, con un producto para reemplazar las grandes concentraciones de agua salina, un aliado irreductiblemente celoso de los pecios, que mantiene intacta la madera bajo el mar y la condena por hinchazón al contacto con el aire. Además, fueron retirados los pernos, que producen oxidación y secretan ácido.

Cincuenta y cuatro años después de la aventura de la expedición, el Sava es el barco más visitado del mundo, con sus velas saludando por encima del tejado del museo monográfico de la isla de Djurgärden, en Estocolmo. Desde la inauguración del espacio, en 1990, más de 25 millones de persona han pasado por su cubierta. La mayoría maravilladas por su magnificencia, conectadas en esa cadena de la recuperación histórica que Johan Rönnby defiende como ejemplar: la reconstrucción de los hechos, de la identidad marítima, del saber, a partir del yacimiento.