Seguramente andaba en un caserón con jardín, a las afueras de Hannover o de Bonn, como tantas otras niñas de cabellos trigueños y sonrisa ensimismada en cuyos salones aparecían habitualmente fotografías de militares corpulentos con bigotes endiablados. Quizá, en su inocencia, nunca llegaría a saber que su nombre serviría cerca de Málaga para enunciar sangre y destrucción, como tampoco llegaron a saberlo las víctimas del C3, en una plena ignorancia de ida y vuelta que únicamente cobraría significado y centro en la perversidad del ejército nazi y de sus altos mandos.

La niña Úrsula, sin saberlo, fue el título en clave de la clandestina intervención de los alemanes en la Guerra Civil y su siniestro balance. De acuerdo con los archivos de la época, era la hija de Karl Dönitz, héroe de la estrategia submarina germana. Un nombre de resonancia abultada y furibunda, pero no el único de los que dejaron su sello en la bahía de la ciudad. El más conocido, el del piloto Harald Grosse, que hasta recibió la condecoración de Hitler por su labor en España. A la luz de los sucesos del mar de Alborán, encriptados por los nazis, cobra más relieve el uso de la Guerra Civil como preludio ensayístico y teatro de operaciones de posteriores contiendas. El propio Grosse fue un militar destacado en la lucha contra los aliados. Su muerte está fechada en 1943, cuando fue abatido por los destructores británicos en las islas Orcadas.

El U34, el negro Poseidón, también acabaría bajo las aguas en la misma campaña. En este caso, en un accidente provocado por una de las máquinas de su propia tropa, que le golpeó mientras se aprovisionaba en aguas de Lituania. La destrucción acabó con destrucción. Ese fue el salvaje epílogo de la intervención de los nazis en el mar de Alborán. La historia contenida bajo las olas.