Cuando la fuente de las Gitanillas aún coronaba el centro del Centro, en la plaza de la Constitución. Cuando los coches en doble fila copaban el espacio reservado para la carga y la descarga y se formaban grandes y sonoros atascos en Larios, Granada o Calderería, Málaga soñaba con la peatonalización de su casco histórico. Fue la principal apuesta de los primeros mandatos de Paco de la Torre. De eso ya hace mucho. Pero aún la memoria alcanza. Ante un café solo bendecido por un generoso chorreón de Centenario en lo que era la Cosmopolita, lugar de tertulia y encuentro del salón de la ciudad, y que hoy ocupa un auténtico museo de los horrores de los complementos, don Manuel (nombre figurado de un personaje inventado pero que seguramente existió), creyó al Ayuntamiento.

«Ganaremos espacio para el peatón», decían los munícipes de entonces para justificar unas obras que, al principio, no convencían a todos, empezando por los comerciantes, que temían perder ventas. Y muchos las sufrieron.

Varios lustros después es inevitable que surja una mueca sarcástica. Es lo de menos. Lo de más es de indignación, por la sensación de sentir que alguien nos ha tomado el pelo. A todos. Porque por algunas calles hay que pasar de lado porque no se cabe con tanta silla, mesa y velador. Una ciudad hecha para la hostelería y sus terrazas, en la que prácticamente no hay escapatoria y donde no faltan auténticos perros de presa dispuestos a entregarte flayers con publicidad de las excelencias de sus negocios. ¡Pero permítanme pasear en paz por el huequecito que me dejan, oigan!

Málaga se ha convertido en un auténtico parque temático ideado y diseñado para atender al turismo. Con una sonrisa, faltaría más. Don Manuel, el de la Cosmopolita de siempre, también se preguntaba: «¿Cuándo terminarán de hacer Málaga?». Seguramente no imaginaba que los negocios de toda la vida, por mor de las exigencias del fin de la renta antigua o por otras razones que escapan a la razón y que despersonalizan el Centro, se iban a convertir en franquicias, pero sobre todo en bares. Y más bares. Y en restaurantes. Y en establecimientos de hostelería, que básicamente viene a ser lo mismo, independientemente de la calidad del servicio y de los platos que sirvan. Toda una loa al despropósito.

Hemos inventado una Málaga para el turista y se nos ha olvidado hacer una Málaga para los malagueños. Una ciudad visitable pero en la que cada vez se hace más complicado vivir. Una ciudad sucia, pero de museos. Museos vacíos y deficientes, claro que sí, pero que quedan bien para vender una irreal imagen de preocupación por la cultura.

Y una Málaga a la que no le podía faltar una noria, instalada en tiempo récord, con todos los permisos habidos y por haber autorizados y al día, cuando hay proyectos mucho más importantes que se mueren en cajones o duermen el sueño de los justos. Léase la ampliación del campus de Teatinos, la ciudad deportiva del Málaga CF en Arrainajal, los Baños del Carmen o el Campamento Benítez. Algo raro huele...