­Todos los cambios llevan consigo cierta melancolía. Estas palabras del escritor galo Anatole France bien pueden ajustarse a la realidad que viven diariamente aquellas personas que se ven obligadas -o no- a ingresar en una residencia de mayores. Desde el minuto uno, sus rutinas quiebran para dejar paso a una nueva vida, a la que para bien o para mal deberán acostumbrarse. De entre todos estos mayores, los que peor lo pasan son quienes poseen animales de compañía.

En estos casos surge un problema hasta ahora insuficientemente tratado y analizado por la sociedad. Cuando estos mayores se topan con la separación forzosa de sus mascotas, las preocupaciones se multiplican. «¿Y ahora qué pasará con mi perro o gato?», es lo primero que se plantean. Dejarlo a cargo de personas de mucha confianza, ponerlos en adopción o llevarlos a refugios de animales son las opciones más recurrentes, ante los impedimentos con los que se encuentran en estas residencias. Desde las protectoras de animales son tajantes ante este tema: «En los albergues las mascotas se sentirán atendidas y cuidadas, pero ni por asomo serán felices, porque para los animales domésticos esto es como una cárcel», explica a La Opinión Carmen Manzano, presidenta de la Sociedad Protectora de Animales de Málaga.

A nivel psicológico, el hecho de tener que desprenderse el uno del otro merma a ambos, lo que a corto plazo se refleja inevitablemente en el estado físico. «Muchos tienen familiares que no se quieren quedar con el perro, y eso los dueños lo sufren, porque han sido sus compañeros durante mucho tiempo y ahora se quedan sin su compañía, entretenimiento y responsabilidad; el simple hecho de cuidarles les mantiene ocupados, especialmente ayudan mucho a mayores con problemas físicos o psíquicos. Son un motivo en sus vidas para luchar», explica a este periódico la etóloga Lola Montero.

«El hecho de poder dejar que el perro estuviese con ellos en la residencia dependería, además, del centro, de si se trata de una persona independiente y/o del comportamiento del animal, ya que algunos al estar en casa de personas ancianas salen poco, por lo que no están socializados correctamente», añade.

Un estudio realizado hace unos años por Carolin­a Pinedo para ADDA (Asociación Defensora de los Derechos de Animales), reveló que en España solo hay tres residencias que admiten mascotas de manera permanente, siendo la Residencia Barcelona la única que permite que los mayores puedan entrar con las suyas. «Todas las que admiten animales hacían una valoración muy positiva, ya que gracias a ellos los mayores interactúan y se mueven más», explica Pinedo. En relación a esto, existe otro estudio llevado a cabo en 284 residencias de Minnesota (USA), en el que se demostró que ninguna de ellas informó de alergias o infecciones causadas por los animales, y observaron que había menos riesgo de infección o accidentes que con humanos. Tan solo el 6,3% de las residencias informó de 19 accidentes, de los cuales exclusivamente dos eran serios. Así. se concluyó que por cada 1.000 accidentes, tan solo el 0,45% está relacionado con los animales.

En el Geriátrico Aitzea, a 15 kilómetros de Bilbao, tienen un grupo de mascotas propias que sirven de terapia para los mayores. En Málaga, el gerente de la residencia Ballesol Teatinos, José María Burgos, nos explica que cuentan con un jardín en el que «realizan terapias semanales con los perros de una asociación». «También permitimos, de manera esporádica, que aquellos familiares que estén a cargo de las mascotas de sus dueños puedan llevárselos para que estén con ellos en el jardín. Cuando eso ocurre se les cambia la cara, es como cuando vienen los niños; les da vida», atestigua.

En la Residencia Donegal dejan entrar a las mascotas «pero de manera muy puntual», ya que, según nos cuenta su empleada Carmen, de lo contrario «empezarían las quejas de otros mayores que buscan tranquilidad». Estos últimos ejemplos reflejan claramente el «quiero pero no puedo» en el que se ven inmersos muchos gestores de residencias, que sí que apuestan por los animales como terapia para los mayores pero que en ningún caso se plantean la posibilidad de que estos ancianos puedan convivir con sus propias mascotas. Solo una, en todo el país, se ha atrevido.