Jack Nicklaus, el campeón, miraba boquiabierto. A su alrededor, miles de personas, algunas salidas de los tapices de la aristocracia, se agrupaban sobre la zona menos desbastada del césped. En el avión, con su familia, en conversaciones telefónicas mantenidas casi a regañadientes con su rival y en esos días compañero Johnny Miller, había a buen seguro fabulado, no sin fanfarronería, sobre cómo sería el terreno, dudando, pese a la tradición turística y las fotos de su agente, de que las instalaciones estuvieran preparadas para la práctica del deporte. Costaba confesárselo, pero al igual que otros jugadores, Nicklaus quizá pensaba secretamente en una especie de alfombra raseada con despreocupación al lado de un tablao, en el vino rancio y en los palos, que para muchos participantes, arrastrados por la imaginación y por el tópico, tenían ya incorporada la muesca de los trastes de la guitarra flamenca.

No era la primera vez que España, la entenebrecida España del balompié y del cinquillo, se convertía en sede de la Copa del Mundo de Golf. Ocho años antes, la Casa de Campo de Madrid había asumido la organización de la competición, aunque con un nivel de despliegue menos amplificado y más austero. En Marbella, en el campo de Nueva Andalucía, propiedad de José Banús, confluía la excepción de muchos intereses: nunca antes habían participado tantas selecciones -medio centenar-. Y, aunque la Costa del Sol contaba ya entonces con las instalaciones más avanzadas del país, su proyección, a gran escala, era otra. Ni Nicklaus, el entonces mejor golfista de todos los tiempos, ni Miller, que estaba en la campaña más laureada de su carrera, confiaban aparentemente en la capacidad de la Costa del Sol y de sus campos. Y el asombro, casi les arrebata el campeonato. Durante el inicio del juego, la pareja estadounidense, que era la favorita, observaba la orografía, la disposición geométrica de los lagos. Y los argentinos, más taimados, le pasaban al lado como bólidos. Hubo que esperar hasta bien avanzado el torneo para que Miller extrajera de la chistera su mejor golpeo y restableciera la lógica. Nicklaus, a esas alturas, ya estaba adaptado. Y empezaba a no dejarse perturbar por un paisaje humano que habían visto pocas veces fuera de los atildados campos de Florida o de Delaware. Aficionados de todas partes del mundo, nobles, actores como Stanley Baker, el conde de Barcelona, Leopoldo de Bélgica. Y un patrocinio que, en su solemnidad oficial, contaba hasta con una presidencia honorífica para el dictador y para el entonces príncipe Juan Carlos.

El golf, en la Costa del Sol, había nacido mucho antes, pero está fue, sin duda, su gran puesta en escena. Para el público internacional, la Copa del Mundo representó la confirmación de que Málaga estaba perfectamente facultada para convertirse en el epicentro del deporte. Por su parte, la provincia, tantas veces escéptica, acabó por entender gracias al torneo que aquel juego snob y a ratos incomprensible de hoyos, verdes y ridículos carritos con toldos era un negocio casi más jugoso que la visita de visires y de jeques. Hasta el punto, que la coletilla utilizada en la época de mayor acontecimiento deportivo jamás vivido en Málaga no parecía ni descabellada ni deshonrosa. Nada más que TVE desplazó setenta periodistas, con retransmisiones en directo. Los hoteles se llenaron. Y se vendieron más entradas de las previstas: alrededor de 37.000.

Nunca antes, ni siquiera con la inauguración de Puerto Banús, se había logrado atraer de una sola tacada a tanta personalidad a Marbella. La lista de participantes en el juego previo de exhibición daba, incluso, para montar en una isla un imperio económico: los presidentes de la Fiat, de Sony, de la revista Time. Semanas después de finalizar el campeonato, en el que venció Estados Unidos, con un esforzado cuarto puesto para Valentín Barrios y el combinado de España, la prensa especializada de los norteamericanos elogiaba la organización. Y eso, sin hacer mención a los estímulos externos, a los que los jugadores no renunciaron. Ni siquiera Nicklaus, que aprovechó para traerse a la familia y conocer la zona. Quizá, consciente de que ese año no tenía nada que hacer frente a su colega Miller, el auténtico triunfador en la provincia. Además, del territorio.

Seducción recíproca

La Copa del Mundo de Golf, nacida en Canadá e inventada por John Jay Hopkins, fue, desde su nacimiento, el torneo por selecciones más importante de este deporte. En la edición disputada en la Costa del Sol, participaron 49 equipos -a última hora no compareció Checoslovaquia-. Las grandes atracciones fueron las estrellas Nicklaus y Miller. Tampoco desentonó la fiesta de despedida, que contó con una generosa degustación de whiskey y un espectáculo con danzas escocesas y verdiales. Málaga, al fin y al cabo, con su marca indeleble. Nicklaus, en la imagen, tiene una academia con su nombre en Casares.