Proteger la innovación es una de las misiones de las universidades. La riqueza de estas instituciones pasa por el I+D+I que generan y su capacidad de conectar la comunidad científica con la empresarial. Aunque la investigación vive en un letargo en los últimos años por los recortes, aún continúa con buen músculo. La Universidad de Málaga comenzó a patentar en 1990 y solo dos investigadores se atrevieron a poner su sello. En la actualidad suman 400 patentes.

Hacía dos años que se había fundado la OTRI, el organismo que soporta el peso de la comunidad científica en la UMA y sigue la estela del gigante Consejo Superior de Investigaciones Científica (CSIC). 1988 supuso el inicio del cambio. La Universidad cuenta con 2.000 investigadores, una cifra baja si se compara con sus homólogas en Sevilla o Granada, donde se duplica el personal, pero que entra en un ranking aceptable al compararla con la media de Despeñaperros hacia arriba. El último año logró firmar 68 patentes.

El ranking elaborado por la Oficina Española de Patentes y Marcas la posiciona como primera universidad a nivel regional y en segundo puesto en España, tras la Universidad Politécnica de Madrid. Un salto significativo que ha logrado al permitir patentar aquellos proyectos que habían sido publicados en los últimos doce meses. Antes se mantenía en el top ten nacional pero miraba con recelo ese puesto.

Entre las 400 patentes logradas en este tiempo, 36 han obtenido licencia, entre las cuales se cuelan suelos radiantes que despertaron el interés de algunas empresas de la fría Austria o un trabajo de fin de carrera que consistía en un económico telémetro (escáner de superficie en tres dimensiones) que competía con ejemplares que costaban miles de euros y que adquirió el Gobierno de Japón.

También hay casos de éxito que marcan el camino a seguir. Es el caso de la empresa Yflow - en colaboración con la Universidad de Sevilla-, destinada a la nanotecnología que presta sus servicios a multinacionales.

La decisión de apostar por un proyecto depende del triángulo compuesto por la OTRI, una comisión interna y el Vicerrectorado. Ellos valoran qué se patenta, si da el salto internacional o si renueva año tras año hasta llegar a su tope; dos décadas. Es el tiempo máximo.

La Universidad no tiene un presupuesto determinado para esta partida. Ni ella ni ninguna, según detallan desde la OTRI, pero el próximo 2017 cambia la Ley de Patentes. Tendrán que pagar el 50% de las patentes, con opción de recuperarlo en caso de ser transferidas. Ahora están exentas de hacerlo pero el mantenimiento y proceso de patentado está lleno de gastos que evitan por todos los medios.

La media de tiempo para patentar es de tres a seis meses y para internacionalizarla suelen hacerlo por la vía PCT, una única petición en español que permite mantener los derechos de protección en más de 140 países durante 30 meses desde que se registra la solicitud de la patente española, que se tramita en paralelo. Para una empresa internacionalizar una patente en EEUU pueden ser 3.000 años y en la Universidad cuesta un tercio.

Lo habitual es desistir después de ese periodo de dos años y medios pero hay casos en los que se mantiene.

Alimentación

Una alternativa económica y medioambiental al chanquete

Lo venden como chanquetes pero pocas veces lo son. Los inmaduros que todavía estos días se sirven en los chiringuitos de playa y restaurantes son un placer del que muchos clientes no quieren prescindir a pesar de ser auténticos alevines marinos. Un disfrute para el paladar al que el profesor titular de Genética de la Universidad de Málaga, Jesús Cano, le encontró hace años el sustituto idóneo: el pez gambusia.

La crisis aún no había llegado y la acuicultura tenía cierto peso. En aquel escenario el investigador Jesús Cano conocía la industria y se sumergió en la búsqueda de una alternativa factible para sustituir al chanquete.

El reto no solo estaba en encontrar una especie que fuera similar en tamaño, sabor, textura y color al tradicional chanquete. Había que dar con la especie exacta que tuviera unas características similares y con una reproducción rápida y, sobre todo, económica. Y es que las especies que ponen huevos encarecen y dificultan las posibilidades de criar en piscifactoría.

En la búsqueda de un ejemplar que reuniera todas estas particularidades se topó con el pez Gambusia, una especie natural de aguas de América que reunía los puntos más importantes a tener en cuenta: una morfología parecida, ciclos biológicos rápidos, se puede criar en agua marina y es vivíparo. «Aquí no hay transgénicos ni nada similar», aclara el investigador.

La fórmula se testeó para comprobar realmente si podría ser una alternativa y el entono del investigador le animó a patentar el hallazgo. «Hicimos hasta una fritura», detalla el profesor titular de Genética de la Universidad de Málaga, que asegura que desde 2008 -año en el que se patentó su alternativa- hasta hoy se han interesado varias empresas para su producción, pero ninguna ha ido más allá.

De entrar el producto en el mercado, la pesca furtiva sufriría un duro varapalo. «El daño de la pesca de inmaduros es tremendo. Un kilo son 7.000 u 8.000 alevines e incluso cogen huevos del fondo con las redes», explica para hacer entender la magnitud del desastre medioambiental que supone esta práctica de pesca con redes de arrastre.

El profesor Jesús Cano no sabe si alguien se interesará por la alternativa que propone para sustituir al chanquete en las mesas de los restaurantes, pero mientras llegan noticias sigue con nuevas investigaciones y ya está trabajando en un nuevo proyecto centrado en otro espécimen diferente: el pulpo.

Salud

Las posibilidades de recaer en el cáncer de mama, en los genes

La comunidad científica se vuelca desde hace años para ganarle la batalla al cáncer. Cualquier avance, por minúsculo que sea, supone mucho y el equipo que lidera José Lozano en la Universidad de Málaga ha descifrado un enigma indispensable para sumarle años a la vida: encontrar la firma genética que determina el riesgo de padecer metástasis en los siguientes dos años tras superar un cáncer de mama.

El profesor titular del departamento de Biología Molecular y Bioquímica de la Universidad de Málaga, José Lozano, ha trabajado con el servicio de Oncología del Clínico, a cargo del reconocido médico Emilio Alba, para determinar las posibilidades que tiene una mujer de desarrollar metástasis una vez que se le ha extirpado el tumor primario de la mama. La clave ha estado en un patrón de cinco microARNs, que presentó niveles por debajo de lo normal. «Es muy importante saber si hay posibilidades de recaer en ese periodo de tiempo porque son los más agresivos», declara. Se habla de un periodo de cinco años para determinar que una persona está «limpia» de cáncer. Si lo desarrolla los primeros 24 meses tras la extirpación se presupone que el cáncer ya ha lanzado células metastásicas a otros órganos del cuerpo, según aclara Lozano. Una opción que abre un poco más la puerta a tratamientos más personalizados.

La firma genética está patentada desde el año pasado en conjunto con la fundación FIMABIS que gestiona la investigación del Clínico, y desde el pasado mes de marzo es internacional. Lozano explica que ahora buscan financiación pública o privada para desarrolla el kit a través del cual se pueda medir el riesgo existente. «Es una inversión potente».

Medio ambiente

Un plástico biodegradable para revestir recipientes de uso masivo

Las latas de refresco que tomamos a diario podrían revestirse en un futuro con elementos que se han creado en la Universidad de Málaga. El catedrático de Bioquímica Molecular de la Universidad de Málaga Antonio Heredia y su colega Jesús Benitez, perteneciente al CSIC, patentaron hace cuatro años un plástico biodegradable elaborado a base de la piel sobrante del tomate, aunque podría ser aplicable a muchas otras hortofrutículas. Difícilmente las bolsas de plástico convencionales serán sustituidas por esta opción ya que el número de remanentes necesarios es muy elevado pero sí podría servir para revestir fármacos, cremas cosméticas o productos de alto valor añadido, tal y como detalla Antonio Heredia.

Pero ¿por qué se han convertido estos alimentos en plástico biodegradable? El investigador Heredia trabaja desde hace 25 años la epidermis de las plantas, en concreto, la de los frutos. Y uno de los componentes principales de este tejido es la cutina, un poliester especial formado por ácidos grasos que ofrece unas características especiales: es bastante impermeable al agua, tiene propiedades térmicas,es flexible y biodegradable. «Son propiedades que no reaccionan con nada en la vida normal. Sí lo hacen si lo exponen a un volcán, por ejemplo», detalla para explicar las fortalezas que tienen. La patente es internacional y hubo una multinacional americana interesada para recubrir el interior de las latas que todos conocemos. Es cuestión de tiempo que la normativa exija el cambio del producto que separa el líquido del aluminio de la lata y el plástico biodegradable es una opción muy jugosa.

Ahora están inmersos en un proyecto financiado por la Consejería de Innovación para hacer lo que se conoce como el escalado del producto. Es decir, pasar de la fase de laboratorio a la semi industrial. «Pasamos de gramos a kilos es mucho más interesante», matiza el investigador. En cuestión de un año habrá culminado este programa que podría abrir las puertas a proyectos potentes de índole internacional. Los envases de comida o productos de elevado coste o las latas de refrescos convencionales podrían tener los días contados. Habrá que esperar.