­A Bernardino siempre le gustó escribir. Editó varios libros sobre naturaleza y pensaba que la jubilación le serviría para recuperar las largas horas pasadas en despachos para vivir un retiro natural. No pudo. Un año después de decir adiós al horario de reloj comenzó a dar síntomas de que algo no iba bien, pero su mujer y sus hijos lo acusaron a los despistes que siempre había tenido. Pero un día se perdió y, otro, se fue de casa con un plato. Entonces comprendieron que algo no iba bien. Perito industrial, economista y alto cargo de una institución de Málaga durante diez años, Bernardino, que hoy tiene 74 años, se dio cuenta de que le ocurría algo. Tras ser diagnosticado en Madrid, poco a poco se fue deteriorando, pero la enfermedad empezó a ir más lento gracias a los cuidados específicos que le procuran en la Asociación de Familiares de Alzheimer (AFA), que no sólo le ayudan a él. También a Cristina, su compañera de vida, que desde que fue diagnosticado se convirtió en su sombra.

Hace diez años que conviven con el alzheimer. Y no es la clase de patología contra la que luchar para decirle adiós. Esta es de las que se quedan. «Llevo 50 años casada, ves que pierdes día a día al compañero de tu vida, esto es terrible», narra la mujer, que recuerda cómo la familia hacía encaje de bolillos para que, en los estertores de la enfermedad, no se diera cuenta. «El me decía: ´tengo algo en la frente, dime qué es´», cuenta Cristina, que reconoce que, pese a que la enfermedad ya está muy avanzada y apenas habla, al menos está estable dentro de su estado y siente que están haciendo lo que pueden.

«Es muy cruel, se te parte el alma», señala la mujer, que admite que para llevarlo bien lo mejor es hacerse con paciencia y mucho cariño. «Él me busca, me necesita».