«Por supuesto que me siento una pionera», responden por separado Ana María Campos y Rosario Guerrero, las dos primeras agentes de la Policía Local de Málaga que han alcanzado la jubilación desde que ingresaran en 1982 en la primera promoción de mujeres con el resto de la generación Naranjito. Ambas recibieron en el patio de la Jefatura de Policía del Distrito Centro una de las ovaciones más sonoras de la celebración de su patrón, San Rafael Arcángel.

Los aplausos y los gritos confirman que los tiempos han cambiado. «Es un momento muy especial que quiero dedicar a mi papá y a Pedro Aparicio, el verdadero impulsor de que las mujeres llegaran al cuerpo», dice Ana María con la cabeza hacia atrás para que las lágrimas no crucen la línea turquesa del rímel que combina con su vestido. Lo vuelve a conseguir y explica que se hizo policía ante la necesidad de tener un trabajo estable. Tenía 28 años, estaba recién separada y dos niñas pequeñas que sacar adelante, pero cuando se vio con el uniforme y la placa se sintió llena: «La vocación vino sola y pronto me di cuenta de que la Policía Local era mucho más que poner multas y llamar a la grúa». Campos no habla de boquilla y recuerda sus ocho años pateando las calles de El Palo como policía de barrio. Una vez abortó el atraco a una joyería y en otra ocasión tuvo que trepar la muralla del cementerio en plena noche para atrapar a un tironero. «Tengo una voz muy dulce, pero también mucho carácter», advierte.

Pero además de a los delincuentes, esta mujer también se enfrentó durante años al machismo, que no sólo se respiraba entre los ciudadanos que no veían con buenos ojos que una mujer con uniforme les multara. «En la calle los hombres me han mandado muchas veces a fregar los platos y en el cuerpo muchos compañeros no se fiaban de nosotras», recuerda Ana María, que también patrulló en el Centro y en los últimos años ha trabajado en la Sala del 092, que define como «un sin parar».

Rosario Guerrero coincide con su compañera en muchas cosas. Inicialmente también buscó un empleo seguro que no consiguió como maestra de escuela: «Un amigo me animó a presentarme y además no pedían mecanografía... Aprobé a la primera». Su primer destino fue en Torremolinos para ejercer durante nueve meses como policía de calle y en el antiguo Grupo de Rescate. «Luego estuve en El Palo, donde también hice submarinismo donde he estado 32 años, 20 de ellos en la calle», detalla Rosario, antes de concluir que nunca le ha gustado que sus compañeros, sobre todo los mayores, la sobreprotegieran.

Guillermo Vilchez y Álvaro Bellver recibieron la felicitación al servicio más humanitario que protagonizaron la tarde del 12 de noviembre del año pasado en San Andrés, cuando un menor de 15 años que tocó el poste de una catenaria cayó a las vías del Cercanías desde una altura de ocho metros tras recibir una fuerte descarga eléctrica. «Cuando llegamos vimos al amigo del chico sentado en un bordillo llorando y diciendo que estaba muerto», describe Vilchez. El agente recuerda un escenario desolador con el menor convulsionando sobre las vías y con una herida en la cabeza que evidenciaba pérdida de masa encefálica. «Pensábamos que de esa no salía», añade Bellver. El agente explica que primero bajaron para apartarlo de las vías y prestarle los primeros auxilios y después llamaron a Adif para que los trenes aminoraran la marcha y a los bomberos para que completaran un rescate con final feliz.

Otro de los reconocimientos recayó sobre Raúl Monío, un ciudadano que salvó a un hombre que pretendía suicidarse. «Su rápida y certera intervención evitó su muerte, logrando alzarlo por la cintura y aflojarle la cuerda, tras lo que lo descolgó del olivo en el que se estaba ahorcando y lo acompañó a su domicilio», explicó ayer la Policía Local.

El momento más emotivo lo protagonizaron las hijas de la agente Carmen Guzmán, recientemente fallecida por una enfermedad.