Alfonso Canales, el poeta y bibliófilo de los 25 ó 30.000 libros, entró en la librería Proteo para hacerse con La doncella de Orleans, una preciosa edición de la obra de Voltaire. La había visto días antes pero se le olvidó reservarla. «Seguro que se la ha llevado Pepe», comentó. Y acertó. Pepe es Pepe Guerrero, un librero afable y entregado a su trabajo que acaba de prejubilarse tras 45 años y que como el propio Canales le dejó escrito en una dedicatoria, es «bibliófilo y bibliopola», es decir coleccionista de libros y vendedor de ellos.

Este niño nacido en el 54, hijo de un jardinero del Parque que vivía con su familia en las casas de la playa de Pedregalejo, sintió los vientos de la Cultura por su tío Francisco García Márquez: «Había estado en Venezuela y era masón. Yo me atrevería a decir que en el barrio no había más libros que los de esa familia», comenta.

Gracias a él se sumergió en los enigmas de la Arqueología con Dioses, tumbas y sabios de Ceram, en Gog de Papini y otros muchos mundos de papel, sobre todo los libros de la editorial Aguilar, que marcaron su infancia y adolescencia.

Pepe estudió en el Colegio Americano de Pedregalejo pero más que ese centro mixto y con inglés -en esos tiempos en los que imperaba el francés y la separación de sexos- lo que de hecho cambió su vida de forma radical fueron los libros. En 1968, con 14 años, estaba ayudando a su padre en un jardín cuando le propusieron entrar como botones en la librería Ágora de la calle Trinidad Grund. De ese tiempo recuerda emocionado un consejo de su tía abuela Lola: «Era una mujer que no sabía leer ni escribir pero me dijo que si me preguntaban quién escribió El Quijote que dijera que Don Miguel de Cervantes Saavedra».

Tras un año en Ágora, que cerró sus puertas, pasó a la naciente Librería Prometeo, que las abría en un discreto piso alquilado de la calle Juan de Padilla, fundada por Paco Puche y Reme Cabezas. «Libros en Málaga, en un segundo o tercer piso, en una ciudad sin Universidad era muy arriesgado», concluye. Esa primera Librería Prometeo «era una habitación de 14 ó 15 metros cuadrados con un mueblecito en alto para los libros prohibidos». Libros que a los adictos al régimen le pondrían los pelos de punta pero que eran muy populares entre los jóvenes de izquierdas: Marx, Engels, Pablo Iglesias ... «y como 40 libros de Lenin»; sin olvidar entre ellos los libros eróticos, con el Marqués de Sade en cabeza. «Había un boticario que sólo iba a por lo erótico y se llevaba todo», recuerda.

Por esos años la librería puso en marcha un servicio de libros a domicilio y el joven Pepe confiesa que terminó con «piernas de ciclista», a los mandos de una bici, nada de extraño para una persona que además de lector entregado, a comienzos de los 70 fue uno de los pioneros del monopatín y el surf: «Éramos un club con 15 ó 20 surferos pero buenos había tres o cuatro y yo no estaba entre ellos», bromea.

A punto estuvo en esos primeros 70 de meterse a trabajar en una tienda de muebles en Carretería pero al final «me decidí por los libros, por Reme y Paco y eso ha sido mi vida entera», confiesa.

Los libros prohibidos fueron creciendo gracias a la mudanza a la plaza del Teatro. Allí se escondían en un aljibe camuflado conocido como el infierno. El traslado a la plaza, en septiembre de 1971, supuso una revolución en la Málaga de entonces: «Era la primera librería, librería, las que había eran librería y papelería con un mostrador que no te permitía seguir adelante».

Prometeo fue una librería abierta, con un pequeño mostrador, ideal para que los lectores pulularan y escogieran a su gusto. «La gente nos decía que nos iban a robar, y claro que nos robaron pero fuimos tolerantes», comenta. Por eso, también pone el ejemplo de dos de esos amantes de los libros ajenos que hoy son catedráticos «y tienen hijos con cuenta con nosotros».

En 1974 la librería se extiende a la Puerta de Buenaventura con el nombre de Proteo, aunque se mantiene Prometeo. Ya tiene fama de librería de rojos, «le decían la librería de Carlos Sanjuán, uno de los socios». Era un trasiego de los futuros protagonistas de la Transición y poco a poco de los personajes más importantes de Málaga. Pepe recuerda entre los clientes más asiduos y queridos al teólogo José María González Ruiz, al mencionado Alfonso Canales y al escritor Rafael Pérez Estrada.

Y por supuesto a Manuel Alvar, director de la Real Academia Española de la Lengua: «Venía todos los veranos porque había un curso muy importante de Filología, tan importante que en la librería había una estantería grandísima dedicada a la editorial Gredos de Filología y todos los veranos tenía que reponer al almacén por la cantidad de extranjeros que venían a comprar. Eso no se ha vuelto a ver en Málaga».

Proteo innovó además con un fastuoso tren con vagones en los que se exponían los libros infantiles, un sector poco explotado hasta entonces y en el que también fueron pioneros.

Pepe, que es la simpatía hecha librero, habla con pasión de tantos años de entrega, lectura y aprendizaje. Y quien siembra libros y no vientos recoge experiencias inolvidables como los 8.000 libros que hoy le acompañan en su casa de Pedregalejo aunque como señala «son pocos para un librero».

Entre los autores que le han marcado la vida no duda en mencionar a Álvaro Mutis y sus novelas sobre Maqroll el Gaviero y sobre todo a Epicuro: «Su Carta a Meneceo es mi credo», confiesa.

Trabajar en Proteo y Prometeo le ha permitido vivir entre libros, por eso explica que como a la hora de gastar no puede hacerlo «en coches, casas o viajes, en cuestión de libros hago lo que quiero».

En la actualidad lee unas tres horas diarias y calcula que un buen lector puede leer a lo largo de su vida alrededor de 3.000 libros. «Por eso me río del señor que me dice que ese ha comprado un e-book y se ha bajado 40.000 libros. ¿Qué selección ha hecho?».

A su juicio las librerías de papel, como el libro de papel, siguen teniendo futuro «pero no serán del estilo de la Fnac o la Casa del Libro, renacerán librerías más pequeñas del estilo de la Pepe Negrete» y por supuesto, distingue entre libreros y vendedores de libros, dos categorías bien distintas.

Por su prejubilación sus compañeros de Proteo-Prometeo le regalaron una preciosa edición del Quijote con grabados del XIX encuadernada por el encuadernador de Alfonso Canales. Los sábados es uno de sus días más felices: «Voy a ver libros, las novedades». Ni que decir tiene que las disfruta en Proteo.