El niño está todo el día pegado al móvil», se queja una madre al director del I.E.S Mare Nostrum, José Luis González Vera, justo antes de que nos confiese ser un tema de conversación habitual entre los progenitores del alumnado del centro. Según el Instituto Nacional de Estadística, el 21% de los andaluces se considera adicto al móvil, un 2% que la media nacional. La cifra sorprende. Pero cuando hablamos de niños, también preocupa.

La cuestión de si es o no un problema social está siendo sometida a debate, y la evidencia de que cada vez más padres piden atención psicológica para sus hijos puede inclinar la balanza. Diversos estudios sostienen que la integración de estos dispositivos en la vida diaria parece ser inversamente proporcional a la edad, es decir, los nativos digitales construyen sus primeras experiencias educativas y sociales sobre estas plataformas, generando patrones de comportamiento y relación desconocidos hasta el momento.

El tiempo que dedicamos a «estar online» ha crecido de forma exponencial. La OCU afirma que el 25% de los españoles tiene síntomas de estar enganchado a la Red, y que el 38% de los nacidos a partir de los 80 pasan de media más de 5 horas al día conectados a través de sus dispositivos móviles.

Aumenta la dependencia

España se consolida como el país europeo con mayor penetración de smartphones y ya es el cuarto a nivel mundial, solo por detrás de Singapur, Corea del Sur y Noruega. Los datos del INE lo corroboran, el 96% de las familias españolas tienen teléfono móvil, ya hay más líneas que personas (50 millones), y el 77% de los internautas acceden a Internet a través de ellos.

Los estudios no dejan lugar a dudas, Ditrendia informa de que el 100% de los internautas españoles lo hace también desde sus smartphones y que el 90% de los usuarios se conecta todos o casi todos los días. Para los jóvenes de entre 18 y 24 años, mirar el teléfono constantemente se ha convertido en una necesidad, mantener lo siempre cerca y encendido es indispensable. El informe arroja que el 88% lo hace nada más despertase, en los cinco primeros minutos después de haberse levantado o que el 95% de los escolares en España tiene el móvil encendido en clase.

El director del instituto malagueño afirma que las incidencias en los centros con los móviles suelen ser frecuentes y que, aunque sea una cifra residual, al año se pueden producir entre 8 o 9 expulsiones de alumnos como consecuencia de su empleo en las aulas. Un uso que insiste está terminantemente prohibido y que queda restringido al tiempo de recreo.

En su opinión, la adicción a Internet se produce en las edades comprendidas entre los 13 y los 17 años, y se basa fundamentalmente en la conexión constante a las RR.SS. Algo que el profesor entiende como «un modo de seguir en la pandilla cuando no hay presencia física». El móvil se convierte así, en un elemento «imprescindible en sus vidas», por la inseguridad y complejidad que caracterizan las relaciones de los chicos a estas edades, circunscribiendo su uso exclusivamente a dichas redes. Es por ello que cita a Whatsapp y a Facebook como a los protagonistas de esta ciberadicción, que reconoce, en ocasiones, ser difícil de frenar.

María José Zoilo, socia de Standby Consultores y profesora de psicología en la UMA, reconoce que se convierte realmente en algo problemático cuando el móvil «pasa a ser un castigo o un premio», que genera discusiones en el hogar, atribuyéndole al aparato una importancia bastante más superior de la que tiene. Por tanto, y según su teoría, los padres tienen parte de responsabilidad en esta situación, y son ellos los que a menudo hacen un uso abusivo de sus smartphones, generando inconscientemente pautas de comportamiento erróneas.

«Muchas veces consideramos los teléfonos como a niños pequeños, que están llorando, y a los que hay que atender urgentemente», con ello la psicóloga pretende explicarnos la sensación de «tengo que responder de forma inmediata», que experimentamos cada vez que suena nuestro móvil. No conocer el contenido de ese mensaje provoca según la experta, una urgencia en el individuo que hace que priorice la respuesta ante cualquier otra acción. Una circunstancia que se ve agravada cuando el sujeto que la sufre es un niño o adolescente. Así, las RR.SS se han constituido como «un mundo aparte» donde la importancia del tema o asunto que se esté tratando parece carecer de significado. La clave está en que «se espera de ti que respondas», y si eso puede afectar a un adulto, resulta obvio que el perjuicio sea mayor en los menores.

No obstante, Zoilo señala que no hay ningún problema en ser adictos a estar conectados, pero sí en el elevado tiempo que dedicamos a ello en detrimento de otras actividades como pueden ser los estudios o la socialización. «Los padres no prestamos atención al problema hasta que el móvil no pasa a ser un apéndice más del cuerpo de nuestros hijos», dice. Una situación a la que se llega paulatinamente, por lo que recomienda establecer unas pautas o normas de conducta al respecto. Advierte de que «solo consultamos a los psicólogos cuando algo falla, pero nunca de forma preventiva, y sería importante hacerlo antes».

La adicción a las tecnologías no suele ser un motivo de consulta exclusivo, pero es la aparición de un conjunto de conductas anómalas la que desencadena la posterior visita al profesional, y no al revés. Y es que, estar continuamente conectado puede causar en los niños bajo rendimiento académico, deterioro de las relaciones familiares, poca comunicación con su entorno de iguales€ Una serie de síntomas que, a veces, alertan a padres y madres del verdadero problema: dedican tantas horas que les acaba perjudicando en su vida cotidiana.

Sin embargo, el educador de secundaria considera que es un asunto que ya está prácticamente normalizado, y que ni mucho menos el uso de este utensilio constituye una fuente nociva. «En mi niñez le tocó a la televisión ser el demonio», defiende el profesor que sostiene no ver nada negativo en las nuevas tecnologías.

Cuando en 2009 la tecnología hizo posible establecer dicha conexión a la Red mediante, seguro que no éramos conscientes de que unos años más tarde estaríamos hablando de nomofobia o miedo a quedarse sin móvil, sin cobertura o sin batería por la imposibilidad de estar conectado o localizable. La aparición de nuevos términos como la 'whatsapitis' (adicción al uso del Whatsapp), el phubbing (uso excesivo del smartphone) y la fomofobia (o el miedo a estar desconectado) no dejan lugar a dudas. La creación de un test por parte de la OCU, que permite averiguar el grado de dependencia de tu teléfono, lo certifica. Además de otras consecuencias, como el incremento de la miopía en los jóvenes, o asuntos mucho más graves como que, según Mapfre, están involucrados en el 98% de los accidentes de tráfico provocados por el peatón.

Lo convertimos en parte de nosotros mismos, lo adoptamos como uno más de la familia, focaliza todo nuestro tiempo y reforzamos constantemente su papel. «Muchos adultos estamos igual y no nos damos cuenta», bromea Zoilo.