Recién aterrizado de Sidney, donde viene de reivindicar la playa de Kutie Beach como espacio de dominio público, admite que la arquitectura está «cargada de política». Defiende la inversión pública, a pesar de «los grandes desastres urbanos de los últimos años». Prefiere, al contrario que el arquitecto estrella, repartir los emblemas entre muchos profesionales y demostrar que la palabra sinergia, a veces, no resulta odiosa.

China aspira a construir emblemas en serie. Dubai sueña con un nuevo Manhattan. ¿La felicidad para un arquitecto está lejos de nuestras fronteras nacionales?

Si reducimos la figura del arquitecto a construir edificios, cómplices de la producción de emblemas de poder, sí. Pero, dentro y fuera de nuestras fronteras, se está produciendo arquitectura que tiene muchísimo interés. Hace dos semanas se celebró la Beijing Design Week. Merece la pena remarcar proyectos como dashilar.org o socialcities.org. Se trata de herramientas interactivas que pretenden hacer visibles las controversias en los barrios tradicionales de hutongs, para poder llevar a cabo procesos de rehabilitación en sintonía con la arquitectura tradicional, incluyendo al ciudadano como actor principal. En Málaga tenemos ejemplos como el barrio de Lagunillas, donde cantidad de agentes están trabajando para rehabilitar el barrio. Desde técnicos de la administración hasta los propios vecinos. En España ha habido cierta tradición de realizar rehabilitaciones incluyendo a gran diversidad de profesionales. Lo que ha cambiado, en parte, son los canales de comunicación entre los diferentes colectivos que participan de los procesos de producción. La ciudad vuelve a ser un laboratorio urbano participado. El arquitecto es un actor necesario en estos cambios. Aporta conocimiento.

En todo el mundo se diseñan y se construyen edificios extravagantes. ¿Hablamos del triunfo de la excentricidad sobre la funcionalidad?

Las lógicas e intenciones de determinadas estéticas tratan de llamar la atención para hacerse visibles en un mundo donde lo sencillo parece no tener valor. Pero ninguna estética es inocente. Si pensamos en el color blanco de los pueblos mediterráneos tan fotografiados y apreciados lejos de nuestras fronteras, este color blanco responde a la cal, un elemento constructivo cuyo sentido es el de reflejar el calor y dejar transpirar a los muros, además de cumplir una función antiséptica en verano. Esto ha llamado la atención fuera de nuestras fronteras. Para muchos, posiblemente, sea algo extravagante. A mí, lo que me interesa son las lógicas que desprende un diseño basado en el ensayo y error a lo largo de la historia y la sensibilidad. En este caso, de lo popular.

¿Cuál es el último trabajo que ha realizado?

El último trabajo que hemos desarrollado se llama Watertopias. Es una aproximación a las implicaciones económicas, políticas y espaciales sobre la definición de lo público y lo privado que en línea de marea alta establece en la bahía de Sidney. Hemos elaborado una documentación basada en la normativa actual y en un amplio estudio histórico, con la cual queremos revisar el puerto de Sidney como infraestructura y dotarlo de un carácter compensado con una sociedad compleja como la australiana.

¿Quién es el culpable de crear la figura del arquitecto estrella? ¿La aspiración por lograr diseños cada vez más espectaculares moldea al arquitecto en su trabajo?

La capacidad crítica y el escrutinio sobre el conocimiento y las diferentes sensibilidades arquitectónicas son las herramientas que hacen avanzar a la disciplina y desarmar este panorama del arquitecto estrella. No me interesa el espectáculo, en cambio sí que un dispositivo arquitectónico tenga un diseño exitoso y esto atienda a su efecto en la ciudad. Me interesan las prácticas arquitectónicas que crean su propio mundo y tratan de ser coherentes con él. Esto pasa por desarrollar con detenimiento líneas de trabajo de largo recorrido. Pienso que es clave para tener efecto en la sociedad.

¿Se ha perdido de vista la vertiente social de construir ciudades al servicio de las personas?

Es un tema que se ha desatendido derivado también de la perdida de efecto que los arquitectos tenemos en la sociedad. Hemos perdido terreno cultural al dejar de ser necesarios en algunos casos.

Los políticos en este país han sido muy proclives a saciar su síndrome de atención a través de proyectos faraónicos. Oceanográfico en Valencia, aeropuerto fantasma en Castellón o Ciudad de la Cultura en La Coruña. ¿Qué piensa de financiar grandes construcciones con dinero público?

Utilizar el dinero público para financiar proyectos de arquitectura es una tradición que no deberíamos perder. En España hay buenísimos ejemplos de arquitectura financiada con dinero público. Tenemos en mente grandes desastres urbanos pero si atendemos a la historia vemos que es posible localizarlos en un periodo de tiempo muy concreto.

¿Diseñar un edificio es un acto de racionalidad o la buena arquitectura también debe de tener su parte irracional?

Desde que se hace el primer boceto hasta que se finaliza el edificio pasa un largo período de tiempo en el que se negocian y toman muchas decisiones. Creo que no seria un éxito que el primer documento y el último fueran iguales. Lo que pasa entre medias está cargado de momentos y situaciones de diseño que responderán a instituciones, a pensamientos determinados. Al final, ¿qué significa buena arquitectura?

¿Todo se reduce al tamaño?

Lo que me interesa es en los términos en los que se habla de tamaño. Por poner un ejemplo, en la escuela de arquitectura de Nantes diseñada por los arquitectos Lacaton&Vassal, juegan con el sobredimensionado de la estructura por si en el futuro el edificio tuviera que crecer. Pero el estado actual del edificio es para un determinado número de usuarios.

¿Cree que la arquitectura es también capaz de mandar mensajes políticos?

Sí, la arquitectura está cargada de política.

La Filarmónica de Nueva York actuó en Corea del Norte y se interpretó como un intento de aproximación. ¿Tendría inconvenientes morales en aceptar encargos de países que se rigen por sistemas dictatoriales?

Diseñar arquitectura que encarne el poder de un régimen o de una institución donde su efecto en la ciudad solo sea una muestra de poder no me interesa. Pero el pensar la figura del arquitecto como alguien capaz de puentear una situación así y convertirla en exitosa podría ser una buena estrategia.

¿Usted se consideraría un arquitecto convencional?

El desarrollo de la carrera universitaria de Arquitectura se suele identificar directamente con el desarrollo de la profesión. Construir edificios y esta manera de entender a los arquitectos es un lastre. Lo que más me preocupa en el día a día de mi práctica profesional es la capacidad para asociarme con otros profesionales y poder desarrollar intereses y proyectos comunes.

¿A qué aspira en un futuro? ¿Qué proyecto tiene en mente?

Me gustaría poder aportar conocimiento al capital disciplinar, más que otra cosa. Tengo varias líneas sobre las que trabajo, estas líneas de pensamiento las voy desarrollando en colaboración con diversos profesionales.