Por cualquier motivo, importante o no, las llamadas redes sociales (sindicatos, colectivos, partidos políticos, asociaciones vecinales, ecologistas, enfadados, cabreados€) montan una manifestación que casi siempre termina con contendedores quemados, escaparates de comercios destrozados, cajeros de bancos violentados y críticas despiadadas a las fuerzas de orden público porque emplean la violencia para frenar a los violentos. Los violentos y depredadores quieren ser tratados con mano de seda.

Las informaciones que facilitan los medios de comunicación, en lo que se refiere concretamente al número de manifestantes, difieren de tal manera que nadie en su sano juicio se las cree. La coletilla de estas informaciones casi siempre finaliza con unas frases hechas, como, «según los convocantes participaron 50.000 personas; la policía local estima que fueron 10.000».

Queda claro que una de las fuentes miente€ o las dos porque cada una milita en campo distinto. El lector neutral ni se molesta en tomar en consideración el número de manifestantes que se rebelaban contra la construcción de una central nuclear, contra la subida del precio de la bombona de butano, a favor del aborto, en contra de la enseñanza privada, contra la presencia del Ejército español en un país en conflicto€ y mil motivos más que a veces mueven a risa porque el problema o problemilla se puede resolver en un simple diálogo sin cámaras ni informadores. Lo que interesa en muchos casos es el follón y la destrucción de cuanto se encuentra a mano.

Un modelo irrefutable

Hace años -muchos- el autor de estas líneas cuando estaba en activo dentro de la profesión periodística y se veía obligado a informar sobre las manifestaciones de la época, ante la guerra de cifras entre los organizadores y la policía local, tomó una decisión conjunta con otro colega de la profesión.

Concretamente con Pedro Antúnez. Él informaba para Radio Popular y yo para Radio Nacional.

Todo empezó un Primero de Mayo, la Fiesta del Trabajo, con convocatorias de los sindicatos que más actividad desarrollaban entonces, como Comisiones Obreras, UGT, USO y CNT. En una de ellas, no recuerdo exactamente el año, el acto terminó en la plaza de la Constitución con discursos o arengas de las máximos representantes de los sindicatos convocantes.

La plaza estaba llena, y le pregunté a uno de los organizadores, afiliado a CC OO, por el número de personas que calculaba que habían tomado parte en la manifestación. Muy serio me respondió: 100.000.

Mentalmente hice una comparación: La Rosaleda, en aquel entonces, tenía un aforo de 20.000 personas, y veinte mil personas no cabían en la plaza de la Constitución ni de pie, ni de canto, ni sentado, ni de cúbito supino, ni de cúbito prono. En la información que hice para Radio Nacional entonces obvié el dato de asistentes para no hacer el ridículo.

Al año siguiente, Pedro Antúnez y un servidor de ustedes, optamos por no hacer caso ni a los manifestantes, ni a la policía local, ni a los ultras de uno y otro extremo. Nos fuimos los dos a la llamada Tribuna de los Pobres, a la entrada de calle Carretería. En lugar de ver el paso de las procesiones de Semana Santa, asistimos al paso de la manifestación del Primero de Mayo contando a las personas que cruzaban ante nosotros con destino a la plaza de la Constitución. La masa no iba tan compacta como para no poder contar las cabezas de los sindicalistas.

No recuerdo el número de los manifestantes de aquel Primero de Mayo. Lo que sí recuerdo es la diferencia entre los que contó Pedro Antúnez y yo: apenas un centenar. Fueron mil cuatrocientos o mil quinientas manifestantes. Ni pocos ni muchos. Ese fue el saldo. Lo que apareció en otros medios de comunicación de la época no coincidía ni de lejos con nuestros datos.

La policía al calcular las asistencias a estas convocatorias tiene otros sistemas, como calcular la asistencia por los metros cuadrados de la superficie de las calles y plazas del recorrido, la vista aérea desde helicópteros y otros medios más sofisticados.

Antúnez y yo recurrimos a la cuenta de la vieja: contar uno por uno a los participantes. Y confieso: no resultó tan difícil hacerlo.

Han pasado muchos años y observo que las cosas no han cambiado. Se sigue jugando alegremente con las cifras. Las últimas huelgas, generales o sectoriales continúan engañando al personal.

La huelga de profesores de la Enseñanza fue seguida por el 80% del personal docente, según las fuentes sindicales; según el Ministerio correspondiente, por el 20%. El 90% de los trenes no circularon el día tal€ y las fuentes ferroviarias informan que afectó al 30%. El último partido de la Selección Española de Fútbol lo vieron por televisión 6.534.211 personas ¡vaya manera de afinar!

No es de hoy

Las exageraciones no son de esta época ni de de hace medio siglo. Yo creo que siempre se ha exagerado en eso de cuantificar la asistencia a manifestaciones, número de accidentes, muertes por epidemias, recibimientos de famosos, aspirantes a comprar en las rebajas e incluso lo que se han embolsado políticos no honestos en sus trapicheos. Los millones de pesetas se convierten en millones de euros, los mil aficionados que acuden a un campo de fútbol en el acto de presentación del último fichaje se multiplican por diez€ y el déficit de la Administración Pública se camufla disminuyendo la cantidad de la deuda contraída. Resumiendo, que en eso de cuantificar se engaña al pueblo agregando o restando ceros.

Yo no vivía entonces porque el suceso se registró el 4 de septiembre de 1859 en la plaza de toros de Álvarez, que era la que existía en Málaga entonces; La Malagueta es posterior al suceso que destacó la prensa local. Según la reseña publicada en un periódico de la época se lidiaron ocho toros de la ganadería de Joaquín Concha y Sierra a cargo de los matadores Antonio Sánchez, apodado El Tato, y Mariano Antón. Hasta aquí todo normal. Lo que viene después es lo que me lleva a eso de las exageraciones. Los toros tomaron 90 varas o puyas y mataron 22 caballos. O sea, cada res soportó diez o doce pullas y mandó al desolladero tres caballos. Muy exagerado me parece a mí aunque entonces los caballos no llevaban peto protector y los picadores hacían horas extraordinarias.

Otra exageración, y esto no en el número de caballos y puyas, me parece que fue el número de muertes en una epidemia de peste registrada en Málaga en 1737. Según se recoge en las Efemérides Malagueñas de José Luis Estrada Segalerva, editadas en 1970, el número de malagueños que perecieron por la tremenda enfermedad se elevó a 26.000. No sé cuantos habitantes tenía la ciudad en 1737, pero si la epidemia se llevó por delante 26.000 vecinos pocos debieron vivir para contarlo.

Claro que eso no es nada con lo que cuentan esas efemérides: en 1580 morían en Málaga por culpa de «una epidemia llamada catarro» más de cien personas diarias. Lo que no especifica la noticia es cuantos días duró la epidemia.

Y para cerrar el capítulo de las exageraciones, ¿qué decir del millón de muertos de la Guerra Civil 1936-1939 y del millón de madrileños que cada año aclamaba al Caudillo en la plaza de Oriente?