Sacralizada por muchos, la dieta mediterránea se alza con fuerza como paradigma de la alimentación saludable. Más de moda que nunca, este estilo de vida resurge como respuesta al creciente interés que demuestran los foodies y gurús de la nutrición. Una tendencia que provoca alarma ante la difusión de cualquier información que guarde relación con lo que comemos. Ya sabemos que no debemos consumir carne roja o procesada en exceso, de hecho, es algo que ya se venía apuntado desde hace bastante tiempo, pero si leemos la letra pequeña, la cuestión es bien distinta.

Carne sí, pero no todo vale. La carne roja también forma parte de este prototipo alimenticio. Y, por tanto, «su consumo es necesario en la debida proporción», señala.

Manuel Martínez Peinado, responsable técnico del Instituto Europeo de Alimentación Mediterránea (IEAMED) en Málaga. Y es que, según este experto, la ola de pánico desatada por el informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) está totalmente injustificada. «No se puede meter todo un grupo de alimentos en un mismo saco, porque carne roja es un término muy amplio y son muchas las variables que influyen, desde el tratamiento que recibe, hasta la calidad del producto, pasando porla alimentación y la edad del animal», explica.

No debemos demonizar ningún alimento en concreto, ni tampoco excedernos en su consumo. La alimentación variada y equilibrada es un pilar básico para mantener y mejorar nuestra salud.

El antídoto más efectivo, la dieta mediterránea, previene de afecciones cardiovasculares, protege frente a varios tipos de cáncer (sobre todo de mama, colon y recto) y proporciona mayor longevidad. En definitiva, ayuda a que vivamos más tiempo y mejor.

Martínez Peinado entiende que lo adecuado es seguir los cánones de este patrón dietético y apostar por las opciones más naturales y menos procesadas. La Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN) también se suma a la defensa de los productos cárnicos, ya que «es el patrón alimentario de forma global el que condiciona riesgos para nuestra salud».

De igual modo, José Manuel García Almeida, Jefe del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Quirón en Málaga, comenta que «no se puede recomendar eliminar totalmente la carne», pues su consumo de forma ocasional aporta numerosos beneficios.

Desde el punto de vista nutricional, la carne contiene una gran cantidad de aminoácidos, vitaminas del complejo B, zinc y proteínas de alto valor biológico, además de un hierro de mucha más fácil absorción que el de las legumbres.

Hábitos «en positivo»

Además, es importante tener en cuenta que, incluso dentro de los productos procesados, existen diferencias notables en cuanto a la composición de los alimentos. El informe que recoge la OMS «no establece distinciones entre la mortadela o el jamón serrano, es decir, no precisa el tipo concreto de productos que incrementa el riesgo», explica el nutricionista, por lo que afirma que «siempre va a ser mejor la carne que sus derivados».

¿La solución? Construir hábitos en positivo. «A veces las alertas sanitarias sirven para reforzar lo que ya sabemos que es bueno», opina el doctor. Apostar por las dietas ricas en cereales, frutas, verduras, hortalizas y legumbre se impone como el mejor remedio.

Pero las carnes son una fuente no insustituible de los alimentos, por sus minerales y vitaminas difíciles de encontrar y necesarios para el sistema nervioso central, por ejemplo, aunque García Almeida mantiene que su consumo puede ser diario, no sobrepasando los 100 gramos diarios en el caso de la carne roja y los 50 en el caso de los procesados (embutidos y derivados). El experto aconseja que la mayor parte de las proteínas procedan del pescado, los huevos, la legumbre y la carne de ave de corral. En una dieta correcta, las proteínas, encargadas de regenerar el tejido del organismo, solo deberían aportar un 15% de la energía total. Mientras que los hidratos de carbono (un 50% del aporte diario) y las grasas (un 35%) deberían adquirir un mayor protagonismo. La dieta mediterránea considera ideal incluir carbohidratos complejos, como son la pasta, el arroz, la patata, las legumbre y el pan, en lugar de simples, donde cita a los helados y a la bollería.

Sin embargo, lo realmente fundamental es el tipo de grasa que emplea: aceite de oliva, frutos secos y, en menor medida, pescado azul.

Reconocida como patrimonio inmaterial de la humanidad por la Unesco, la dieta mediterránea implica además, un estilo de vida característico y actividad física, entre otros. Estudios publicados recientemente como el PREDIMED (Prevención con Dieta Mediterránea) confirmaron una menor mortalidad y evidenciaron una disminución de los riesgos cardiovasculares (un 38% menor) en los sujetos que seguían dicho modelo mediterráneo.

Se trata de una valiosa herencia que reivindica los productos locales y frescos, y que garantiza un desarrollo sostenible. Un estilo de vida equilibrado que abarca recetas, formas de cocinar, productos típicos y diversas actividades humanas «La dieta mediterránea puede seguirse desde la cocina de casa y con los alimentos matrices, no necesita de una gran elaboración», explica García Almeida.

Ahora bien, el tiempo y el coste económico que implica es otro cantar. Los productos ecológicos, como los lácteos o las verduras, están en auge y sus adeptos crecen día tras día. Pero sus precios, no aptos para todos los bolsillos, van de momento a contracorriente.