Junto al palacio del Obispo el guía de Cultopía Jorge Jiménez contó el asombroso caso, digno de un guión de Rafael Azcona, del joven fraile de la Victoria Joaquín Vera, que para no pagar las deudas contraídas con sus hermanos del convento se hizo pasar por un poseído por el demonio.

El caso es que una mañana, fray Joaquín, en lugar de despertarse bostezando lo hizo gritando y escupiendo en todas las direcciones, mientras que por su boca salían, además de escupitajos, insultos nunca antes oídos al discreto religioso.

El problema llegó cuando fray Joaquín demostró que sus dotes actorales eran limitaditas, pues cuando sus superiores, visto el panorama, acordaron hacerle un exorcismo y llegó la hora de preguntar la identidad del demonio o espíritu, al fraile sólo se le ocurrió este nombre: «Cagarruta».

La respuesta hizo que el oficiante del exorcismo se oliera el pescado y supiera que fray Joaquín estaba haciendo teatro. Por este motivo dio por finalizado el exorcismo: el demonio se había marchado con viento fresco, aseguró a los preocupados frailes y no sólo eso, roció con agua bendita al falso poseído y le aseguró que sus pecados y deudas quedaban perdonados.

Fray Joaquín, al ver cómo su objetivo se cumplía y quedaba limpio de deudas, siguió con el teatro e hizo como que despertaba de un largo sueño, liberado por fin del fastidioso inquilino Cagarruta. Saludó al personal y se hizo el inocente. ¿Qué hacía rodeado de tanta gente?

Pero tan pésima fue la representación que los frailes no se tragaron el cuento y como simular una posesión era una falta grave, fue denunciado a la Santa Inquisición.