­En el número 36 de la calle Virgen de la Servita se citan cada día la dignidad y la solidaridad. Dos valores que en la sede de la Organización Social de Acción Humanitaria (Osah Española) se dan la mano para normalizar la situación de todos aquellos que no disfrutan de una vida acomodada.

Son víctimas de la crisis, de las dictaduras, o supervivientes de adicciones que les despojaron de lo que un día apreciaron. Son malagueños, africanos, sudamericanos... personas que acuden a diario a buscar una cara amable que les asista sin importarle sus condiciones económicas, sociales o sus convicciones políticas y religiosas. Hace tres años que los voluntarios y directivos de Osah percibieron que la gente no sólo necesitaba ayudas sociales para pagar el alquiler o la hipoteca o una caja de pañales para cubrir las necesidades más básicas de sus hijos. Observaron cómo cada vez más personas les preguntaban si tenían ropa. «El tema de alimentos es menos personal, porque cualquiera puede y quiere consumir un bote de leche cerrado o una bolsa de garbanzos sin abrir», cuenta el presidente de la ONG, Antonio Paneque, que admite que no todo el mundo está dispuesto a ponerse un pantalón o una camisa de segunda o tercera mano. «Se trata de personas que están en una situación muy pésima, que deben recurrir a nosotros porque no tienen con qué vestirse», relata Paneque, que fundó junto a un grupo de jóvenes allá por 1997 el germen de Osah en el antiguo Matadero. Hoy están acomodados en un antiguo colegio sólo unos metros más allá, en Carranque. Su radio de acción son las barriadas del distrito Cruz de Humilladero: Carranque, García Grana, 4 de diciembre...

Ante la creciente demanda decidieron crear un armario solidario, una habitación con estanterías y percheros que, a todas luces, parece una tienda. Cada día les visitan numerosas familias que se surten de las prendas que donan los malagueños. Las familias que acuden pueden ir dos veces al año, una por cambio de temporada, y llevarse cinco prendas de ropa por persona además de prendas de abrigo o de hogar. En el caso de los niños la cifra asciende a siete, más zapatos y chaquetones.

Ispken Ongwi y Suleman Saturday son una pareja nigeriana que lleva varios años en España y busca trabajo. Tienen una niña de dos años y otra de uno. «Necesitamos ropa de invierno y botas de agua para las niñas», cuenta la madre mientras se prueba un chaquetón. El padre, mientras, se ajusta unos vaqueros y se calza unas botas.

En el último año los voluntarios de Osah han percibido un aumento de la demanda para el armario. En concreto, la cifra de personas se ha duplicado en el último año, según sus cuentas, y calculan que ya son cerca de 400 familias las que les visitan para vestirse. Pero no sólo han notado un incremento de la demanda, sino que han observado cómo ha variado el perfil de los demandantes. «Vienen familias completas, personas con un nivel socioeconómico medio y que ahora están en precariedad y bajo el umbral de la pobreza», señala Antonio Paneque, que recuerda que la ropa del armario está nueva y nunca en malas condiciones. «Por eso hemos tratado de dignificar el armario, se trata de un sitio para compartir con quien más lo necesita», apunta. Y es que no toda la ropa que llega a Osah sirve.

Una parte llega por parte de las propias voluntarias y otra de los contenedores que tienen distribuidos por toda la provincia. El 90%, según calculan, no está en condiciones de ser donada. «No ponemos en el armario nada que no nos pondríamos nosotros», indica la responsable del armario solidario, Pilar Pascual, que junto a Pilar del Barrio y Susana Vílchez reciben cada día cientos de kilos de ropa que deben clasificar para reciclar, si está mal, u ordenar en el armario para que cuando lleguen las familias todo esté dispuesto. Cada día, cada una de clasifica 100 kilos de prendas. Durante tres horas diarias ordenan la ropa que llega en grandes bolsas de basura y atienden a las personas que llegan para llevarse alguna prenda. «Es una satisfacción muy grande ver que les ayuda lo que hacemos», asegura Pilar Pascual, que recuerda espacialmente a una familia que fue a coger ropa para sus hijos. «Entonces el niño, dijo: ´mamá coge también para vosotros´. Que dentro de la necesidad y la miseria exista esa generosidad es muy grande», cuenta la mujer emocionada.

Las voluntarias recuerdan que toda la ropa que se dona sirve para algo. La que no se pone en el armario se recicla, lo que sirve para que Osah se mantenga y haga actividades, ya que carecen de subvenciones y ayudas institucionales. «Hay que animarse a donar, muchas veces no saben que lo que guardan en el armario y no se ponen le sirve a otras personas», afirma. Le asiente Luci Rivas, una mujer que acaba de llegar con un carrito de la compra lleno de prendas. «La ropa tiene muchas vidas», cuenta.

Cada vez que llegan a la ONG, las personas con necesidades se entrevistan con uno de los trabajadores sociales, que les guían sobre qué hacer o qué ayudas pedir. José Antonio Franco es uno de ellos, y reconoce que llevan un registro para saber qué problemas tiene cada familia y orientarles. Les llegan familias derivadas de otras instituciones e incluso de otros municipios, tanto para la ropa como para comida.