Dentro de Maite Zaldívar hay mil mujeres. Ahora, mirando hacia atrás, seguramente habrá diseccionado su existencia y podrá apreciar claramente las etapas que la componen. En ellas no sólo hay una Maite, sino muchas: la mujer herida a la que su marido, el exalcalde de Marbella, Julián Muñoz, dejó por Isabel Pantoja a principios de 2003; la de la madre amante y cariñosa, la de la abuela abnegada, la de aquella hembra ultrajada que llamaba a los platós para airear la traición de su esposo, la que recogió el dinero de la casa familiar cuando palpó con sus dedos las letras de la palabra abandono, la exesposa capaz de mostrarse discreta durante el juicio que la sentó, junto a Muñoz y Pantoja, en el mismo banquillo de los acusados. El pasado viernes, Maite sonrió. Lo hizo mientras salía de la cárcel para disfrutar de un permiso de seis días y tras más de un año entre rejas.

De aquella mujer que hablaba en 2003 en la prensa rosa de bolsas de basura a esta Maite Zaldívar, discreta, callada pero siempre sonriente, han pasado muchos años y tal vez muchos sinsabores. La cárcel, el lento paso de los días entre sus muros, cambia a la gente. A José María del Nido le cambió la prepotencia que mostró en su juicio del caso Minutas por una humildad sosegada y un arrepentimiento que se ha podido ver en la vista del caso Fergocon. A Julián Muñoz le transformó su afición por firmar convenios urbanísticos sobre los capós de los coches en enfermedad y asunción tranquila de la culpabilidad. A Maite, le ha apagado aquellos fuegos belicistas de esposa engañada y ahora sonríe, conoce lo que ocurrió y vive.

Cuando Maite entró en prisión, sus abogados dijeron que se sentía liberada tras una tensa espera en la que la Audiencia debía decidir si entraba en la cárcel. Al final salió cruz y Zaldívar la cargó sin los aspavientos de su antagonista sevillana, la cantante airada que se comparó en televisión con la infanta Cristina. Si ella no sabía, yo tampoco, venía a decir.

En este año, poco se ha sabido de ella. Apenas ha trascendido que sus hijas la han visitado y que el viernes fueron a recogerla junto a su novio. Ella sonreía a las cámaras, a sus familiares, a todos. Como si esa mueca de felicidad que debe durar unos seis días pudiera borrar un pasado convulso, a lomos de la Marbella más salvaje y corrupta que recuerdan los viejos del lugar, años de vino y rosas en apariencia que en su interior llevaban el rumor que produce el fuego volcánico antes de saltar y tragarse Pompeya. Como cuando en marzo de 2003 la obligaron a dar una rueda de prensa para negar que estuviera su matrimonio en crisis, una maniobra electoral de Jesús Gil que pretendía salvar la cara a Muñoz para después engullirlo y deglutirlo en la moción de censura de agosto de 2003, cuando el todopoderoso regidor acudió a la Plaza de los Naranjos, sede del Ayuntamiento, acompañado de su gitana.

Luego llegarían un divorcio mediático, sus colaboraciones en los platós vendiendo y comprando infamias ajenas y propias, las preguntas eternas sobre las bolsas de basura de su exmarido -que ella atribuyó en el juicio a sus negocios legales- y, por último, la operación Malaya. También pasaron su detención en noviembre de 2006, la de su rival, en mayo de 2007, con espectáculo televisado desde las puertas de Mi Gitana, una noche en el calabozo, su libertad con cargos y varios años de instrucción en los que el juez trató de determinar si el triángulo blanqueó el dinero de Marbella y, lo más importante, si sabían que lo estaban haciendo.

Ese dinero que venía de los lodos de la corrupción y que sirvió para comprarse un chalé en Las Petunias, otro en Azalea Beach, una casita en Ávila o para adquirir un coche y una barca de recreo. «A pesar de no trabajar fuera de casa y, por tanto, carecer de ingresos propios, manejaba importantes cantidades de dinero en efectivo y efectuó ingresos en distintas cuentas con fondos ilícitos de su exmarido», dijo el tribunal.

En la cárcel, Zaldívar se ha apuntado a varios cursos: clases de inglés, teatro, costura y otros talleres ocupacionales. O eso dijeron sus abogados en su día. El pasado viernes, Maite sonreía pese a que le queda un año y medio de prisión. La felicidad nunca es plena.