Desde el final del horizonte de Los Caños de Merca, allá donde el azul se mezcla con los tonos esmeralda del Mediterráneo, hasta la escritura rotunda del Peñón, sin excluir posibles prolongaciones en las aguas de Huelva. Una lengua marítima, fielmente andaluza, que contiene una herencia histórica y artística que los especialistas no dudan en calificar de irrepetible, con todos sus misterios, innúmeros, por cierto, todavía por desvelarse. A diferencia de otros naufragios, con Trafalgar no existen dudas: los quince barcos derribados, junto a buena parte de sus cerca de 3.700 muertos -3.240 franceses y españoles- están en algún lugar de la franja descrita anteriormente. Y los argumentos para creerlo, más allá de las localizaciones precisas, son incontestables. Al margen de las piezas destrozadas en la batalla, los ingleses, siempre empeñados en el relato grandilocuente, quisieron apresar a las naves enemigas y trasladarlas a su colonia. Embarcaciones tan legendarias como la Santísima Trinidad, muchas de ellas en un estado deplorable, fueron amarradas a los barcos y conducidas por el mar como si fueran esclavos con cadenas por el desierto. Sin embargo, una tormenta obligó a los ingleses a cambiar de estrategia. El mar se encrespó tanto que los insulares se vieron exhortados a decidir entre abandonar sus presas o exponerse a la voracidad de los elementos. Optaron, como es lógico, por lo primero. Diferentes investigadores como Ignacio González-Aller o Lourdes Márquez se han interesado por el destino de las embarcaciones. La revista National Geographic se hacía eco hace unos años de la localización del paradero de dos naves importantes: la Bucentaure -que comandaba Villeneuve- y la Fougueaux. La Universidad de Cádiz, con un programa específico, trata de avanzar en el hallazgo de más pecios. Indagar en la zona es sinónimo de riqueza: un patrimonio por descubrir. La tumba abandonada de la historia.