Entre los muchos y muy valiosos manuscritos que conserva la Real Academia de la Historia hay uno singularmente interesante para los malagueños, que comienza con las siguientes frases:

«Fue la cuarta estación del año de 64 (se refiere al otoño) muy combatida de tormentas por todas partes por causa de haberse encendido en insufribles calores la tercera (el verano). Luego que en el día 24 de septiembre se ausentó del malacitano horizonte el luminoso planeta, se encapotó el cielo por la parte de levante con densas nubes y se vistió de oscuras tinieblas la noche. Eolo, emperador de los vientos, envió por alto al Sudeste y por bajo al Sudoeste, contraste que la naturaleza prepara de ordinario en esta estación....».

Así describía un anónimo cronista la gota fría que provocó una grave inundación en Málaga por causa de la fuerte crecida del río Guadalmedina ocurrida el 24 de septiembre de 1764, que ocasionó cinco víctimas mortales y sensibles daños materiales.

Pero aquella no fue una catástrofe inesperada. Habían transcurrido ya más de dos siglos desde que las riadas del Guadalmedina comenzaron a representar un grave problema para los malagueños. Fue en 1559 cuando por vez primera en el Ayuntamiento se planteó la necesidad de desviar el río para evitar los graves daños que sus peligrosas avenidas otoñales producían en la ciudad. Desde entonces, en los últimos 450 años, más de cuarenta catástrofes con víctimas se han registrado en nuestra población debidas a las riadas del Guadalmedina.

La inundación a la que alude el citado manuscrito motivó la determinación municipal de afrontar tan grave problema: un año después, en 1765, hace justamente 250 años, Antonio Ramos, maestro mayor de la Catedral, redactó un lúcido y acertado informe en el que proponía desviar el río Guadalmedina para eliminar el grave riesgo que comportaban sus frecuentes avenidas.

Veinte años más tarde, como no era posible asumir el elevado coste de esta alternativa, el impulso de los insignes malagueños José y Miguel de Gálvez permitió que se encauzara el álveo con fuertes paredones y que se construyeran los grandes colectores que había propuesto Ramos. Transcurridos más de dos siglos y medio aquellas obras continúan siendo vitales para la seguridad de la población.

El extremadamente caluroso verano que este año hemos padecido nos ha hecho recordar el de 1764. Parece estar fuera de toda duda que el cambio climático está provocando grandes alteraciones meteorológicas, lo cual aconseja que los poderes públicos se preparen activamente ante un aumento de los riesgos derivados de precipitaciones intensas. En tal sentido habrá que estar muy atento a las conclusiones de la Conferencia internacional sobre el Clima, que está previsto comience en París a fines de noviembre.

Málaga tiene pendiente de resolver el evidente problema urbanístico y medioambiental que el cauce del Guadalmedina supone. Pero sobre todo Málaga debe hacer cuanto sea necesario para anular el grave riesgo de que unas avenidas extraordinarias no puedan ser completamente laminadas por la presa del Limonero -que más propiamente hubiera debido llamarse del Limosnero- y lleguen a inundar nuevamente la ciudad, por más que la probabilidad de que ello ocurra sea pequeña.

Hay quien piensa que el problema del Guadalmedina está ya suficientemente debatido. Nuestra opinión es absolutamente contraria: consideramos que es preciso continuar insistiendo para que los ciudadanos -y por supuesto y previamente nuestros políticos- se conciencien del problema y consecuentemente las distintas administraciones -fundamentalmente la estatal y la autonómica, que son las competentes- acometan la definitiva solución a tan serio y añejo problema. Los malagueños no puede continuar viviendo con una espada de Damocles sobre su población.

Sean bien venidas iniciativas como el concurso de ideas sobre el aprovechamiento del cauce del Guadalmedina o la propuesta de cubrir parte de su cauce. Pero antes hay que resolver el problema de fondo. Lo que de verdad resulta prioritario y urgente es acometer las obras hidráulicas -y la reforestación pendiente- que garanticen la seguridad de los malagueños ante tan preocupante riesgo.

Todo indica que se ha iniciado un nuevo ciclo económico, que ha comenzado el fin de una profunda crisis. En nuestra opinión ahora es el momento de recuperar el objetivo que perseguía el proyecto estrella que fue presentado con gran despliegue mediático hace ya quince años. De él, inexplicablemente, nada ha vuelto a saberse. Quizá, en tal sentido, cabría prestar atención a una posible alternativa, que de resultar viable supondría un coste bastante menor que el previsto túnel de desvío hacia el Peñón del Cuervo.

Las posibles actuaciones

En este sentido, una de las dos alternativas que estamos considerando y que evitaría los 11 kilómetros de túnel al Peñón del Cuervo consistiría en un aliviadero para avenidas extraordinarias que partiría del vaso del Limonero. Es una idea novedosa, cuya validez aún debe ser estudiada por expertos. De ser considerada viable supondría una obra no faraónica, económicamente asumible, de la que existen precedentes similares (aunque de menor entidad) y cuya ejecución tendría una mínima afectación a la ciudad.

La segunda propuesta consistiría en la posibilidad de desviar parte del caudal del río Guadalmedina hacia el arroyo del León, afluente del río Campanillas, aguas abajo de la presa de Casasola, mediante un túnel con una longitud de unos tres kilómetros y un caudal aproximado de 300 m3/ sg, que podrían ser perfectamente absorbidos por el cauce del Guadalhorce siempre que se elimine o renueve el puente de la Azucarera, que data de 1873.

Los grandes proyectos necesitan de mucho dinero y de años de preparación. Urge retomar la tarea. Consideramos que el problema del Guadalmedina es una cuestión de Estado. Y ello nos hace recordar la frase que el Ingeniero General Próspero Verboom dejó escrita hace exactamente tres siglos sobre la necesaria solución al gran problema que ya entonces suponía el río: «El remedio para estos graves daños, aunque sea dificultoso, no es imposible. Pero no es obra de una ciudad sino de un Rey».