Antes de que los trenes de Atocha pasaran por la vida de este grupo de biólogos de Málaga y Cádiz se cruzó el mismísimo Felipe II, gran aficionado a las plantas. Todo comenzó por una llamada: «Me llamó la entonces concejala de Medio Ambiente de Madrid, Esperanza Aguirre, a través del director del Jardín Botánico de Madrid para ver si podíamos hacer el proyecto de recuperar un jardín que había pertenecido a Felipe II en la Casa de Campo», recuerda el catedrático de Biología gaditano Joaquín Fernández, que para este viaje por la Botánica y la Historia buscó la colaboración de sus primos hermanos de Málaga Ernesto y Arturo Fernández Sanmartín, así como del también malagueño Juan Antonio Valero. Estos tres biólogos de Málaga ya eran conocidos por sus estudios y publicaciones de flora ornamental.

Era el final de la década de los 80, la época del malogrado Agustín Rodríguez Sahagún como alcalde de Madrid y los biólogos andaluces se aplicaron para recuperar el jardín renacentista con la ayuda de uno de los primeros libros de jardinería del mundo, el del sacerdote y jardinero real Gregorio de los Ríos, así como con la ayuda de dos cuadros.

«Construimos cada uno de los arriates con las plantas que citaba Gregorio de los Ríos», recuerda Ernesto Fernández Sanmartín, que es miembro de la Academia Malagueña de Ciencias.

Pero aunque el proyecto no cuajó y se quedó en el papel, pronto les surgiría una gran oportunidad: ajardinar el interior de la estación de Atocha, reformada por el prestigioso arquitecto Rafael Moneo para la llegada del AVE y los fastos de 1992.

Paradójicamente, los biólogos de Málaga y Cádiz tuvieron que vencer la oposición inicial del propio Moneo pero también de Renfe. «A Moneo no le gustaba nada lo del jardín, él quería una cosa exenta», cuenta Javier Fernández, mientras que Ernesto Fernández recuerda que el único detalle ajardinado que tendría el gran vestíbulo de la estación iba a ser «una máquina de tren construida con molduras de arbusto, con la carbonera y un vagón».

Tampoco contaron con el apoyo de Renfe, cuyo objetivo era parecido al de la actual estación de ferrocarril de Málaga: «Querían poner tiendas debajo de la marquesina», señala Joaquín Fernández.

Los biólogos salvaron todos estos reparos al explicar que el tren vegetal estaba concebido con plantas de las calles de la capital y dado que la idea era hacer un invernadero, «vamos a poner plantas exóticas que no haya en Madrid y que puedan vivir aquí dentro porque la temperatura va a ser mayor», destaca Ernesto.

En todo caso, el equipo de biólogos está convencido de que el jardín tropical nunca habría existido sin el respaldo con el que contaron desde el principio: el del entonces ministro de Fomento José Barrionuevo, apoyo que continuó cuando fue sustituido por Josep Borrell.

«Con Borrell pensábamos que el jardín no se haría, pero un día dio la casualidad de que acudió a unas pruebas del tren y preguntó qué porcentaje estaría plantado para la inauguración del AVE, ¿el diez por ciento? Yo le metí un farol y le dije el 70 por ciento», ríe el catedrático de Biología, que subraya que, finalmente, el día de la inauguración estuvo plantado el 70 por ciento.

El Parque y La Concepción

Para el jardín tropical tuvieron muy presente su tierra: «Nos fijamos mucho en las plantas de Málaga, en el Parque y La Concepción y luego añadimos muchas cosas», cuenta Ernesto Fernández Sanmartín, que recuerda que el primer invernadero de Madrid lo levantó un malagueño: el marqués de Salamanca en su palacio próximo a la Cibeles, al lado de la actual Casa de América. De paso, la idea del exuberante jardín en Atocha era «una especie de restitución a Madrid del invernadero que se le había escamoteado al lado del Retiro, el Palacio de Cristal, que hoy no se usa como tal», señala Ernesto.

Con estos referentes hubo primero que crear un foso de seis metros de profundidad en los diferentes parterres, con máquinas de no muy gran tamaño. Como destaca el académico, «Moneo se dio por satisfecho cuando en el dibujo de la planta hizo una pequeña modificación».

Arturo Fernández Sanmartín, director del Instituto Politécnico Jesús Marín, evoca la multitud de personas trabajando en Atocha a contrarreloj: «Era un hormiguero, como la ciudad de los orcos».

Y mientras se cavaba el foso, en las alturas había que retirar las capas superpuestas durante décadas del hollín de los trenes, «algo bueno porque protegió la estructura de hierro», cuenta Joaquín Fernández.

Fue necesario también climatizar la estación, por entonces una novedad en España. De hecho, las bombas de calor para este espacio hubo que comprarlas en Milán y luego, la humidificación de esta media hectárea.

Las plantas, por cierto, llegaron de un vivero en Alicante pero también de Venezuela y Cuba: palmas reales cubanas que tuvieron que pasar cuarentena en el puerto de Algeciras, acortada por la premura de las circunstancias.

Entre las especies se buscaron palmeras espectaculares muy conocidas en Málaga como washingtonas, livistonas pero también kentias, naranjos, limoneros, chorisias (Ceiba speciosa) y la preciosa palmera conocida como el árbol del viajero (Ravelana madagascariensis), que también se encuentra en Málaga.

La inauguración, en la primavera del 92 (las obras habían comenzado el año anterior), fue apoteósica y superó todas las expectativas pues acudieron miles de madrileños, cuando en principio el acto iba a limitarse a un grupo de escogidos: «Había gambas, langostinos, jamón... y entonces llega la jefa de gabinete de Borrell y comenta, «¿qué hacemos?, nosotros no podemos comer esto tan suculento mientras la gente está ahí mirando», comenta Ernesto. Al final, Borrell decidió abrir las puertas a todos y la comida suculenta fue entregada a una institución benéfica. El ministro se dio un baño de masas.

«Fue un éxito, estaba lleno» recuerda Juan Antonio Valero, que hoy preside la asociación de Amigos del Jardín de La Concepción, donde tiene lugar el encuentro con los cuatro biólogos.

Casi un cuarto de siglo más tarde una de las palmeras washingtonas está a punto de alcanzar los 25 metros de altura y tocar el techo de la estación.

La única pega que le ven a esta zona tropical en pleno Madrid es la falta de riego en las alturas para eliminar la acumulación de polvo en las hojas: «Hay nebulizadores, que no consiguen arrastrar el polvo, pero no aspersores», precisa Juan Antonio Valero.

En 1992 este equipo de biólogos de Málaga y Cádiz superó los numerosos obstáculos para alcanzar su sueño y crear un trozo del Trópico en la capital de España inspirado, en buena parte, en la Ciudad del Paraíso.