­Se vive como se escribe y quizá también como se vuela, con el pulso en ocasiones encogido y en otras sulfuroso, avanzando y hasta haciendo trompos entre la niebla y la realidad de la niebla, que es a menudo el territorio, inasible y ruidoso, de la imaginación. Saint-Exupéry, poeta puro, pese a su consagración a la prosa, volaba siempre al límite, dejando que el viento le reventara poco a poco la dentadura, con conciencia plena de cielo y de faisán. Decía que lo que más le gustaba cuando subía al avión era sobrevolar desiertos y murió fiel a su voluntad de estilo, desde el aire y hacia el agua, en la altura precisa de la buena poesía, hundido en el abismo y tocando al mismo tiempo los misterios de la gravedad.

El accidente que le costó la vida al escritor, hermoseado por la literatura, no tuvo, sin embargo, nada de clemencia. Durante mucho tiempo, Saint-Exupéry, héroe y emblema, simplemente desapareció. Se fue como se marchó Arthur Cravan, tragado por las sombras. Hasta que muchos años después se confirmaron los rumores que habían surgido en pueblos de pescadores y en archivos de bibliotecas desde que se le vio, en el aeródromo de Córcega, por última vez: el escritor había muerto en la Segunda Guerra Mundial, pero su tumba era probablemente un amasijo de hierros, en el sur de Francia, en la bahía de Carquerainne.

A Javier Noriega, de la empresa Nerea, la historia le fue narrada de primera mano hace quince años durante un simposio de arqueología submarina celebrado en El Escorial. Patrick Grandjean, uno de los precursores de la búsqueda del pecio, le sorprendió con un volumen de Saint-Exupéry y se le acercó para contarle lo que por entonces muy pocos sabían a nivel internacional. El avión en el que naufragó el escritor, un caza P-38 Lightining, estaba a punto de ser localizado. Y, además, con una expedición que, en su ambición y medios, se antojaba en la envidia de todo profesional. Con la implicación del ejército y del Gobierno, Francia se tomaba en serio la recuperación de los restos de uno de sus hijos más queridos, que allí se convirtió, en su acepción más noble, en una auténtica cuestión de Estado.

El especialista de Málaga Carlos San Emeterio advertía ya por entonces, a efectos de la investigación, que Saint-Exupéry, siempre poeta, tenía una manera voluptuosa y muy poco civilizada de volar: cada giro, cada maniobra significaba un coqueteo a tumba abierta con el desnivel. Y más si pilotaba una máquina como la que dispuso en su lucha contra los nazis, uno de los aviones que los americanos reservaban, por su falta de elasticidad, para tareas de información. Sin embargo, no fue la intrepidez ni la rigidez del equipo lo que provocó la caída al mar. Tampoco, siquiera, que el autor se enrolara en la campaña con una edad, 44 años, que para el ejército era por entonces sinónimo de jubilación.

Los historiadores, en este sentido, parecen tenerlo claro: el caza de Saint-Exupéry resultó atacado por un avión alemán. Como ocurrió con García Lorca, un afamado periodista alemán se jactó décadas más tarde, sin que hubiese modo de demostrarlo, de haber sido quien, en sus años belicosos, derribó al escritor francés. Aunque pocos dudan de que recibiese disparos, ninguno dio de lleno en el corpachón del caza, que se hundió con el piloto todavía intentando enderezar el rumbo y no perder el control. Algunos vecinos de la costa aseguraron haber presenciado el ataque. En el rescate de la expedición francesa el cuerpo nunca se encontró. Hay testimonios que apuntan a la aparición posterior de un cadáver con galones franceses. El cuerpo, descubierto cerca de Tolón, fue enterrado poco después en la zona. Hubo que esperar hasta 1998 para que se escribiera una nueva línea en la homérica búsqueda de Saint-Exupéry, en este caso determinante: el hallazgo por parte de una cuadrilla de pescadores encabezada por Jean-Claude Antoine Bianco de una pulsera con los nombres grabados del escritor, su mujer, Consuelo Suncín, y sus editores de Nueva York. Ese pequeño objeto sería esencial para el éxito de la campaña del gobierno francés. Un acontecimiento que puso final al último vuelo del poeta-aviador.