Afluye la gente a borbotones. Hay gente por todas partes, debajo de la bóveda obtusa de la calle Larios, junto a las fuentes, en las galerías comerciales. Con tanto y tan emperifollado personal fuera de su órbita, que en Andalucía es la mesa camilla, se hace casi imposible la digestión y la noble práctica de la misantropía, esa costumbre española tan acendrada que consiste en mandar, de vez en cuando, a todo el mundo pacíficamente a la mierda. Las calles no están preparadas para esto y se animan con un montón de personas con bolsas y tácitamente confundidas, porque no hay que ser un lince para saber que estas fiestas no se aguantan más que dentro de los bares y dándole al gaznate -me gustaría patentar el verbo ´gaznitar´, por lo que tiene doblemente de pájaro-.

En estas navidades de 2015, Málaga se asoma al cuento hippy del amor y de los camellos voladores en un tono más guerracivilista que nunca. Las mesas parecen divididas, con un punto de separación que supera, incluso, al de la edad de la bruma y el smog en la que los palitos de merluza y el ketchup constituyen una frontera infranqueable a uno y otro lado de la vida. Están los que peroran sobre Star Wars -el asunto filosófico por excelencia tras la muerte de Marx y de Engels- y los que cavilan sesudamente acerca de la ingobernabilidad y de los pactos electorales. Entre ambos temas, sólo este último es, en puridad, de naturaleza especulativa. A estas alturas ya habrán adivinado que algunos tenemos genes, por razones obvias, de difícil encaje reproductivo, pero si algún día soy padre o tío -algunos seres grafómanos de esta ciudad y de este oficio como Pablo Bujalance o Miguel Ferrary ya me aportan sobrinos- lo primero que haría en las pascuas es maridarle un cromo de Pablo Iglesias con el Phoskitos para que armara a voluntad su propio puzzle. Con toda seriedad demoscópica. Es decir, ninguna.

Hace ya más de diez años, mientras disfrutaba con todo merecimiento y desinhibición rubensiana de un baño en casa de una amiga, observamos a su hermano pequeño jugar con una pistola de agua intercambiándose sistemáticamente y en plan Ofelia los roles de Georges W. Bush y de Bin Laden. Tres horas y cinco daiquiris después, acordamos que el terrorismo, una vez digerido y en plena era postmoderna y postRambo, bien podría ser considerado un tema de verano, aunque lo que verdaderamente está claro es que hay pocas cosas como un poco de tensión tras el 20D para encauzar las navidades como es debido. A los cuñados, en lugar de jamón, habría que enviarles unas papeletas tras el puente de diciembre y que esto fuera de obligado cumplimiento en las consultas de los psicoanalistas. Nada mejor para descargar adrenalina y engatillar con el polvorón y la bronca preceptiva. Salvo por el PSOE, que es el nuevo PP, en la medida en la que el Madrid es el nuevo Atleti, gracias al harakiri trianero que practica a diario madame Florentino Susana Díaz. Veremos qué traen los Reyes. Quizá sólo buenos deseos y moqueta y pijerío, como el señor del otro día.