­Especialista en observar el comportamiento del suelo y en analizar posibles escenarios, no todos necesariamente pacíficos, Daniel Clavero se doctoró en Geofísica con una tesis cuyo motivo central es una de las preocupaciones que más une en estos días a los malagueños: la capacidad de respuesta de Málaga frente a un terremoto de proporciones todavía más espinosas al que se registró la madrugada del pasado lunes. ¿Serenidad? Sin duda. Pero también realismo: el mar de Alborán es zona de convulsiones.

Los últimos episodios han desempolvado, y a las bravas, el temor a los terremotos. ¿Existen razones objetivas para inquietarse? ¿Qué probabilidad hay de que Málaga sufra realmente una catástrofe?

Las opciones no son ni mucho menos altas, aunque a nivel científico no se puede descartar del todo. Para que hubiera un seísmo lo suficientemente agresivo como para provocar daños tendrían que coincidir al mismo tiempo una serie de variables, todas ellas muy complejas: que el epicentro estuviera cerca de la ciudad, que la magnitud fuera considerable... Es complicado, pero no imposible. De hecho, ahí están los ejemplos de 1884 y 1680, que sí se zanjaron con destrozos importantes.

El Estudio Andaluz de Geofísica asegura que el entorno del mar de Alborán registra por siglo entre tres y cuatro agitaciones de grandes dimensiones. No parece una frecuencia tranquilizadora.

La capacidad destructora de un terremoto no depende en exclusiva de su intensidad. Fíjese en el ejemplo de Lorca, en 2011, donde un movimiento de poco más de 5 puntos en la escala Richter, y, por lo tanto, menor que el último de Melilla y Málaga, causó problemas severos, dejando edificios prácticamente inservibles. Todo depende de la proximidad y de características como la altura de los edificios y el tipo de suelo en el que se emplacen.

La actual versión de la normativa antísismica data de 2002. ¿Su aplicación es suficiente para garantizar la protección arquitectónica?

La norma está hecha con modelos matemáticos que luego tienen que responder a realidades muy heterogéneas y variadas. Evidentemente los edificios son más sólidos que cuando se construía con adobe, pero todo se subordina a variables que incluyen desde el tipo de cimientos al número de plantas o el material de apoyo. En teoría hay zonas más sensibles, pero en cualquier caso habría que insistir; en muchos casos se le da más importancia al diseño y se apuesta por edificios asimétricos, lo cual es un error. Cuanto más regulares y simples a nivel geométrico sean las construcciones menos riesgo de responder de forma inadecuada.

¿Y qué pasa con los edificios históricos? ¿Es la Catedral más endeble que un bloque de apartamentos junto a la playa?

La Catedral, en principio, resulta menos vulnerable que muchas viviendas y complejos contemporáneos. Y no sólo por la consistencia de los materiales, sino porque se asienta sobre sustrato rocoso y de estructura sólida, la montaña de Gibralfaro. En otros puntos del Centro ocurre justamente lo contrario, porque, a nivel subterráneo, se da la confluencia de materiales blandos, algunos procedentes de rellenos de la época árabe; todo eso hace que potencialmente se amplifique la magnitud del seísmo, si bien existen muchas edificaciones que han sido reforzadas.

¿Incluye en este grupo a la secuencia de bloques levantada en los tiempos del desarrollismo y del ladrillo? Da miedo pensar en un efecto dominó en barrios como la Carretera de Cádiz.

Los edificios construidos en décadas anteriores a la promulgación de la normativa pasan controles periódicos. A veces, incluso, hay sorpresas respecto a las presunciones. La arquitectura española de los setenta, por ejemplo, es muy simétrica y eso relativiza el riesgo. En México, por ejemplo, se demostró la influencia de licencias arquitectónicas como la habilitación de los llamados pisos blandos, que son los que se reservan en la base, y con mayor altura que el resto, para albergar comercios. Este tipo de asimetrías, insisto, aumentan la vulnerabilidad.

Málaga ha registrado dos terremotos significativos en apenas una semana. ¿A qué obedece la proximidad? ¿Se esperan más movimientos al margen de las réplicas?

No existe ningún mecanismo que permita anticiparse a un seísmo y pronosticar con exactitud su fecha, hora y capacidad de incidencia. La herramienta con la que se cuenta, eso sí, es la estadística y el conocimiento previo de la zona y de las características del suelo. En el caso del mar de Alborán se puede decir, eso sí, que es una zona de actividad sísmica importante; y que, además, da la impresión de que esta se ha intensificado en las últimas décadas. Todavía carecemos de perspectiva suficiente para valorar sus causas y su profundidad, pero los tiempos de este tipo de agitaciones se han acortado en la zona.

¿Qué circunstancias deben confluir para que se produzca un tsunami? Los especialistas, al menos esta vez, lo han descartado.

En Málaga es muy complicado que se produzca. Y no sólo, como decía antes, por una cuestión de coincidencia de intensidad y de cercanía con el epicentro; los tsunamis, para su formación, se valen normalmente de grandes masas de agua. Y el Mediterráneo no cumple en este sentido del todo con las condiciones. Especialmente, si se compara con los océanos. El riesgo, siendo también poco elevado, se da más en las zonas del país que descansan sobre el Atlántico.