­El cáncer llegó a sus vidas cuando menos lo esperaban. Lo hizo, como suele pasar, de manera sigilosa. Susana Pacheco y María José Melero son supervivientes, luchadoras. Llevan el lazo rosa por bandera y sus cicatrices les recuerdan que la vida les puso a prueba y que ellas superaron cada uno de los obstáculos con los que se toparon. Ambas eran entonces madres jóvenes y ambas le sonríen hoy a la vida con la certeza de que tienen una segunda oportunidad. Y la van a aprovechar.

La historia de Susana (40 años) se remonta a la Navidad de 2011. Afrontaba ese periodo como uno de los más intensos. Su recién estrenada maternidad y el estrés del trabajo de entonces -era dependienta de una tienda- apenas le permitieron darse cuenta de que algo no iba bien. La biopsia confirmó los temores de los médicos, que habían sido cautos y un mes después pasó por quirófano. Hoy, aquellos días, son historia para ella. Este 29 de febrero celebrará el bisiesto con una copa en la mano porque se cumplirán entonces cuatro años de uno de los días en que más miedo ha pasado de toda su vida.

Se trató contra el cáncer de mama durante 18 largos meses en los que trató de reparar lo mínimo posible en su enfermedad. «Todo era perfecto hasta que terminó el tratamiento y me vine abajo, estaba tan ocupada en estar bien y en recuperarme que terminar fue lo que me dejó tocada», recuerda una Susana que hoy, cuatro años después, se quiere comer el mundo. «Es cierto que el pelo crecía, pero el pecho no», cuenta esta mujer sin olvidar que perder la mama fue, sin duda, el peor trago del cáncer. «Mi niño me preguntaba que cuando me iba a crecer la tetilla», rememora, mientras señala que pasó de hacer topless a llevar un bañador de cuello vuelto. Este año, en pocos meses, espera terminar el proceso de la prótesis del pecho, un largo trance cuya cicatriz emocional ha sido más difícil de sobrellevar que las consecuencias de la quimioterapia o de la radioterapia.

Susana acudió a Asamma buscando un poco de luz y mujeres que le mostraran el camino a seguir para afrontar el difícil reto que le había puesto la vida. Gracias a cruzarse allí con los mismos miedos y temores supo que algún día volvería a tener pecho y a sentirse la misma de antes. «Me siento guapa, soy la misma, mi cara es la misma, pero cuando te falta el pecho te agachas. Ahora me siento muy orgullosa de mí, de mi cuerpo y de mi vida», reconoce la mujer, que afirma «sonreír ayuda más que llorar».

Precisamente en estos grupos de apoyo Susana se encontró con María José (44 años). Eran de edades similares y estaba pasando por la misma situación que su amiga. Se sentía perdida, montada en una montaña rusa de emociones en la que cada caída costaba más. Pero siempre acababa subiendo.

«Me vine abajo, lo primero que hice, cuando me enteré de lo que tenía, fue pensar en mis hijos y en que esto no les podía afectar», recuerda la mujer, que se remonta a 2011 a sabiendas de que rememora los peores días de su vida. Reconoce que los días duros son los menos y que cada mañana agradece ver amanecer, disfrutar de la cotidianidad, de la pureza de ser y estar.

A María José le hicieron una cirugía conservadora, aunque perdió el pezón. Le quedó una cicatriz que cada día le recordaba qué le había pasado, así que cuando Asamma buscó a una voluntaria para tatuarse un pezón, no dudó dos veces en ofrecerse. Hoy está feliz. «Estoy contentísima, es una parte muy íntima de la mujer , a mí me planteaba inseguridades», reconoce, al tiempo que apunta que no le importó tenerla hasta que acabó con todo. Entonces se lo recordaba todos los días.

Las flores de color vivo y el pezón que le dibujó la tatuadora de Tattoo Stone le han enseñado que la belleza está en donde uno quiere que esté. «Me veo sexy, me siento guapa, más yo», dice la mujer, que señala que el cáncer de mama le ha enseñado a vivir mejor, a no agobiarse y a sacar todo el jugo a cada cosa que hace o ve.