­Avanzaban con temor. En un silencio acuchillado, pedregoso, a punto siempre de quebrarse por la evidencia atronadora de los disparos. Hasta ahora, se sabía que habían sido miles de personas. Miles de habitantes del infierno, como diría la prensa internacional, que no dudó en calificar la huida como la peor masacre cometida nunca contra la población. La Carretera de Almería, el precedente sanguinario de episodios de locura como los de Siberia o los campos de concentración hitlerianos, ha sido abordada en los últimos 79 años con muy distinto rasero y ambiciones; desde el mutismo intencionado del franquismo a la avidez científica de finales del pasado siglo, que ya despojada de retórica ideológica, trató de acercarse, desde la penumbra bibliográfica, a los hechos exactos. Casi siempre tropezando con zonas de oscuridad, prácticamente irresolubles. Fue tanta la saña con la que se atacó a los refugiados, la concentración de brutalidad en apenas cuatro días, que por todas partes surgen incógnitas. La primera y más repetida es saber cuántas personas participaron en el exilio.

Las aproximaciones más aceptadas, extraídas de los cronistas europeos y, sobre todo, de Norman Bethune, el médico canadiense que asistió a los heridos, hablan de alrededor de 150.000 seres humanos. Una investigación pionera, a cargo de los historiadores Andrés Fernández y Maribel Brenes, revela por fin, y contrastando fuentes oficiales diferentes, la verdadera magnitud de la diáspora, que fue mucho más populosa, y presumiblemente más cruenta, de lo que sugerían hasta el momento todos los indicios.

El trabajo, que verá la luz próximamente en forma de libro, se fundamenta en un barrido documental que recorre archivos, militares y de ambos facciones, que nunca previamente, dada su dispersión, habían sido objeto de publicación y de consulta. '1937. Éxodo Málaga Almería. Nuevas fuentes de investigación' es un compendio paciente que reconstruye todos los aspectos visibles y soterrados relacionados con la catástrofe, incluida la descripción hora por hora de todas las operaciones que intervinieron en el genocidio.

En el estudio de las víctimas, una de las principales aportaciones se circunscribe en torno a la cifra. Brenes y Fernández, este último responsable también de la inhumación de los restos de San Rafael, reproducen tres notificaciones militares oficiales que señalan a diversos recuentos en los que se multiplica la población huida; eran, al principio de la marcha, muchos más de los que contabilizó Bethune: unas 300.000 personas, el doble de los habitantes con los que contaba Málaga en 1937el doble de los habitantes con los que contaba Málaga en 1937.

El cómputo revelado por la investigación encaja perfectamente con el relato numeral que va desgranando el propio libro. En los primeros días de febrero, con la pérdida de terreno del frente republicano, cientos de familias fueron sumándose a la riada que buscaba desesperadamente protección; de los municipios desguarnecidos tras la ruptura del cinturón de trincheras, bajaron a la capital un total de 80.000 huidos que se incorporaron a la caravana. Un convoy sucio y empobrecido, integrado sin meditación alguna por familias de muchos lugares de Andalucía, con la única ambición de escapar de la leyenda negra, y fatalmente veraz, con la que iba tomando cuerpo la expansión de los nacionales.

Los ataques comenzaron muy pronto. Ya a la altura de Torre del Mar, y con Málaga vencida, la aviación italiana empezó a secundar con toda su crudeza la consigna de Queipo de Llanos, que había dado orden de aniquilar, sin concesiones, a todas las personas que se encontraran por el territorio. Familias desarmadas y sin experiencia, acosadas por el aire y por el mar, con tres poderosos buques -Canarias, Cervantes y Almirante Cervera-, preparados también para torpedear en toda la franja. A mitad de camino, como recoge otro de los registros recogidos por el trabajo, el número de refugiados se había reducido siniestramente. Fueron 200.000 los que siguieron la ruta hacia Almería a partir de Adra. El resto se reparte entre los que dieron marcha atrás y los que fueron asesinados, lo que da buena cuenta de las dimensiones del drama.

En cuestiones balísticas, el trabajo de Andrés Fernández y Maribel Brenes, cuyo material de campo se exhibirá a partir de finales de mes en el Archivo Histórico Provincial, también arroja nuevos datos. Muchos fundamentales para disipar incertidumbres históricas. En el libro se trasluce el papel, oficialmente opacado, que tuvieron los nazis en la matanza. E, incluso, se incluyen puntualizaciones milimétricas sobre la distancia desde la que dispararon los cañones. El salvajismo de las acciones militares queda patente hasta en las comunicaciones internas de los sublevados: soldados que dudan si apretar el gatillo, aviadores que reaccionan con pavor y con incredulidad al mandato de sus superiores. En la ruta de la antigua N-340, la lengua de costa de Almería, no se veía ni rastro de lo que la propaganda rebelde reconocía como marxistas asesinos y armados; ni siquiera milicianos. Sólo mujeres, hombres y niños, la mayoría con los pies hinchados hasta alcanzar dos y tres veces su tamaño, tirando a duras penas de mulos exhaustos.

En Almería, y nada más llegar, murieron algunos de los supervivientes. El informe del hospital de campaña, también incluido en el trabajo, refiere la llegada de 1.700 unidades familiares, algunas integradas por diez hijos. Las búsquedas se sucedieron. Muchas sin suerte. El texto contiene varios documentos que esclarecen el destino de los refugiados. Una remesa de 50.000 personas que fue diseminada en poblaciones de Cataluña; huidos que decidieron continuar con el avance hasta Francia. La memoria vista con lupa. El suceso, sin duda, más calamitoso de la historia de Málaga.

1937. Éxodo Málaga Almería. Nuevas fuentes de investigación, de Andés Fernández y Maribel Brenes, publicado por la editorial Aristipi, con presentación de Francisco Espinosa, estará disponible en las librerías en las próximas semanas.