Alberto Peláez defendió a muchos guardias civiles y militares en juicios y consejos de guerra en las dos últimas décadas de la dictadura, explica su hija María del Mar Peláez Morales. «En aquellas sesiones era muy importante la puesta en escena, la forma de contar las cosas, la oratoria, además de conocer las leyes militares, y en eso destacó». Su hijo Alberto destaca que llevaba los procesos sin cobrar. Ello hacía, añade su sobrino, Miguel Ángel Peláez, que el entonces coronel José Antonio Caffarena, se emocionase con algunos de sus alegatos en los consejos de guerra. Asimismo, las autoridades del Instituto Armado de la época quisieron recompensarlo con la Cruz del Mérito Militar con distintivo blanco. «Como él destacaba porque era rebelde, no parecía oportuno darle la medalla en un acto público, y el coronel fue a verlo a su despacho y le llevó la medalla y él le contestó que, si no se le entregaba con todos los honores, la rechazaba. Por respeto, no quiso recibirla en privado», relata Miguel Ángel Peláez. Aquella medalla estuvo muchos años formando parte del mobiliario del despacho de Muelle Heredia.

Por otro lado, en mayo de 1980 se organizó una cena de exalcaldes y exconcejales, de forma que Alberto Peláez propuso que se invitara a la corporación de esa época, en su mayoría socialista, se cuenta en el libro publicado por el Colegio de Abogados de Málaga cuando se nombró a Peláez colegiado de honor, en 1991. Su propuesta fue desestimada, de forma que Alberto Peláez renunció a participar en el evento. Poco después, se publicó una nota en la que se aludía a que él iría a la cena, a lo que él contestó con versos, también publicados en un periódico, lo que provocó a su vez que otros le contestaran en versos anónimos y durísimos. «Es cierto que se proyecta/ encuentro de exconcejales/ pienso que la idea es correcta/ si no fundan una secta/ con nostalgias inmortales».

Carlos Álvarez, abogado, prologa el libro en honor de Peláez, y en él cuenta que en un procedimiento sobre un contrato de alquiler de una anciana, la parte contraria habló de la necesidad de rescindir el documento puesto que, en esencia, a la buena mujer le quedaba poco de vida, a lo que Alberto Peláez opuso que su colega había inventado una nueva institución jurídica: «La eutanasia arrendaticia».