Ráfagas de pólvora, brillo de monedas de oro, tripulantes vengativos, lluvias violentas, homenajes, traiciones. En las largas tres décadas en las que el Septentrión se mantuvo en activo, antes de que, en 1784, un huracán lo jubilara sin miramientos cerca de Málaga, fueron muchas las aventuras y las miserias que se vivieron a bordo; tantas como para elaborar un álbum y que éste sirviera de manual de toda la historia de la navegación española. Pionera creación de la serie inglesa de los astilleros de Cartagena, el navío, orgullo de los borbones, se estrenó muy pronto en los espinosos asuntos de la mar, con una campaña en Orán destinada a masacrar a los corsarios. Su primer viaje de ultramar, que llegaría justamente después, todavía en los tiempos del capitán Mesía de la Cerda, fue también cuestión de descubrir, reducir y despedazar, en este caso a los barcos holandeses que faenaban entre las actuales Colombia y Venezuela en busca de lingotes y piezas de oro. Ya en esta última travesía, aunque postreramente exitosa, expresó la ambivalencia entre victoria y catástrofe que marcó buena parte de la vida marítima del Septentrión. La larga temporada pasada en el Nuevo Mundo produjo deserciones, si bien no tantas como las que amagaron con producirse en 1772, cuando el barco, bajo las órdenes de José Somaglia, reprimió un amotinamiento que se enunciaba con consignas casi de rebelión magna. «Viva el Rey, muera su mal gobierno», gritaban los marineros.

De aquellas insurrecciones, casi sin transición, se pasó a movimientos victoriosos, como la participación en el bloqueo a Gibraltar o el traslado de cargas importantes para la corona. En su intrincada biografía, el Septentrión estuvo también a punto de irse a pique en otra tormenta.

Además, tampoco demasiado lejos de Málaga, en Gibraltar. Un anticipo siniestro, aunque con la amable condescendencia de no dejar víctimas a su paso.