­Trípodes alzados, cámaras de mano de turistas, teléfonos apuntando a regiones del suelo que por su banalidad y, sobre todo, por su altura, apenas salen por la tele. El entorno de los contenedores de basura, alocado en su distribución en puntos como el Centro, compitió ayer en interés con lugares señeros de la ciudad como la Catedral o el Museo Picasso. Nadie quiso perderse los efectos de la segunda jornada de huelga en el servicio limpieza; casi siempre con el mismo objetivo, reaccionar concienzudamente y con un bufido al estado que empieza a envolver muchos rincones de Málaga.

Aunque el parón acaba de comenzar, y pese a la acción de los camiones en activo, la huella de la movilización es ya notoria. Tanto que resulta difícil de confundir con un momento de dejadez o con un error en la planificación cotidiana de la ronda. Bolsas negras abriendo la boca de los recipientes hasta dejarlas como un acordeón, papeleras rebosantes, botellas, cajas. La arquitectura mugrienta de una amenaza que comienza a impacientar a todos. Sobre todo, por su afección en el turismo y la proximidad -sonando ahí, continuamente, como ruido de fondo- de la Semana Santa.

En el Centro, tanto vecinos como comerciantes y restauradores confían en que el Ayuntamiento y los trabajadores de Limasa -aún de desencuentro enconado- alcancen un acuerdo en las próximas horas. La experiencia, en este caso, es mucho más que un grado. Convertidos en protagonistas colaterales de la huelga, las asociaciones profesionales saben que cualquier movimiento en caliente puede ayudar a mover ficha en el ajedrez que mantienen desde hace años el Consistorio y el comité de empresa. Por eso, prefieren morderse la lengua y mantener la calma; aunque, eso sí, preparando movimientos e, incluso, planes alternativos de limpieza por si la movilización se alarga.

El presidente de la Diputación, Elías Bendodo, lamentó ayer que los trabajadores utilicen sistemáticamente la intimidación y aseguró algo que todo el mundo en parones anteriores ha comprobado en uno u otro grado: que el conflicto con la basura siempre es pernicioso para la imagen de Málaga. Javier Flores, del colectivo hostelero Amares, insiste en que el daño es potencialmente grande. Y pone el ejemplo de la visibilidad en la prensa, que ya ayer empezó a trascender el marco territorial de Andalucía, con lo que eso supone para una ciudad que vive en alto grado de las reservas que hacen el resto del país para los fines de semana.

La hostelería, apunta su compañero José Simón Martínez, de Mahos, se reunió el pasado martes para analizar la situación y estudiar posibles maniobras. De momento, se ha adoptado la determinación de distribuir una lista de consejos prácticos entre los bares para minimizar el impacto y esperar nuevos acontecimientos. Aunque con un margen de tregua que, como calcula el propio José Simón, no da para mucho más de una semana. Es el tiempo que se conceden igualmente los comerciantes, cuyo presidente, Enrique Gil, de Fecoma, insiste en la «inquietud» generada por la huelga. «En pocos días puede ser una amenaza seria», resalta.

Ester Ramírez, presidenta de la asociación de vecinos del Centro, habla de la «desprotección» de los residentes, que se enfrentan, por la presencia de la hostelería, a un crecimiento exponencial de la suciedad muy superior al que se podía presumir entre sus 1.600 habitantes. «Esperemos, si esto sigue, que los hosteleros, que son siempre los grandes beneficiados, arrimen el hombro y retiren su suciedad», dice. No lo descartan en el gremio.