En la estación de Maelbeek, la boca de metro que conecta a las instituciones europeas con la red suburbana en Bruselas. Hora y media después de sembrar el horror en el aeropuerto de Zaventem, el terror islamista golpeó de nuevo al centro de la capital europea y ha estado apunto de acabar en tragedia para un joven malagueño. Jaime Ojeda, natural de Torremolinos, y que se encuentra en estos momentos trabajando en Bruselas como periodista salió de la boca del metro minutos antes de que se produjera el segundo atentado a la capital belga. "Ahora no me doy cuenta de lo cerca que he estado de morir", afirma quien se ha visto a un palmo de rozar la desgracia. "Fue salir del metro, llegar a la oficina y volver enseguida a la boca del metro porque el siguiente vagón había explotado", relata este joven que, como admite, se encuentra "traumatizado" y en "shock". Una casualidad, un despiste, una llamada. Cualquier circunstancia banal podía haber transportado a Ojeda al siguiente vagón.

Otros testimonios. Cuando Marta Espartero se levantó a primera hora para ir a comprar unos bombones para su madre, todo pretendía aún ser como una mañana cualquiera antes de tomar un vuelo desde Bruselas a Málaga, donde quería pasar unos días en casa antes de volver de nuevo a su rutina de estudiante de Erasmus. Vecina del Perchel, está estudiando este curso con una beca Erasmus en Bélgica y ahora está sufriendo las consecuencias de unos atentados que han convertido lo que pretendía ser un día cualquiera en una mañana del horror. Tan solo pocas horas antes de ponerse en camino para ir dirigirse a Zaventem, la implosión de una sucesión de bombas en el principal aeropuerto del país, han sumido en shock a un país entero y han paralizado el tráfico aéreo desde la capital. A estas horas del mediodía, entre una mezcla de horror y estupor, Marta ahora se encuentra atrapada en su piso y estudiando las posibilidades reales que existen para volver a Málaga, una vez que se ha confirmado que ya no saldrá ningún avión desde Bruselas. "Lo único que queremos es estar en territorio español", afirma Marta, que ahora se encuentra junto a su novio haciendo encaje de bolillos para volver, al mismo tiempo que responde a los whatsapp de sus familiares, en vilo desde que se dio a conocer la noticia a primera hora de la mañana. "Mi madre me está bombardeando a llamadas y yo le intento transmitir que, a pesar del susto, estamos bien", relata Marta. "Realmente, me siento mal por mi familia", resume sobre un año que está siendo "horroroso" para ellos al saber que su hija se encuentra en un país que está en el punto de mira del terrorismo islámico como cualquier otro en Europa. "Yo, a pesar de todo, no lo estoy pasando mal", apura esta joven estudiante de periodismo. "Al final, te acostumbras a las fuertes medidas de seguridad. También, a cruzarte con militares portando metralletas en los centros comerciales". Sobre las posibilidades de volver hoy a Málaga, se muestra pesimista: "Llevo toda la mañana contactando con Ryanair y lo único que nos han ofrecido ha sido recolocarnos en un vuelo de Charleroi-Santander u otro de París-Sevilla". Sobre la oportunidad de sufragar los costes añadidos, ya se hablaría más adelante.

En una situación similar se encuentran también Andrea Rodríguez y Ana Barrera. Ambas, también de Málaga y cursando sus estudios de Erasmus en Bruselas, se encuentran ahora mismo delante del televisor y contemplando atónitas el despliegue informativo de la RTBF, la televisión pública de Bélgica, que informa con detalle sobre unos atentados que ya contabilizan, al menos, 34 muertos. Ambas comparten piso a cinco minutos de la Grand Place, eje neurálgico de la capital. El habitual bullicio de turistas ha dado paso a un silencio fantasmal que se ve reflejado en las terrazas de los locales. A pesar de la recomendación de las autoridades de no salir de las casas y permanecer cuasi confinados por miedo a que haya más ataques, a Andrea y Ana, que han hecho caso omiso a las advertencias, les cuesta trabajo imaginarse cómo es la Grand Place cuando está viva. Entonces, al rededor de sus locales que reparten en cuadrado a lo largo de la plaza, se mezclan los hipsters de Bruselas con los turistas. Las mujeres llevan vestidos estrechos y los pies adornados con zapatillas deportivas. En las tiendas de comic de alrededor cuelgan las ilustraciones de Tintin y Milú. Casi en cada esquina se come bien, aunque caro. Entonces, explosionaron esta mañana unas bombas en Zaventem. El fanatismo en red irrumpió en los móviles de Andrea y Ana en forma de una batería de whatsapp de familiares. "Mi madre me ha dicho que me va a sacar un billete, cueste lo que cueste", comenta Ana. "Los vuelos de París a Málaga ya van por 300 euros", apura. Para Ana no es el primer sobresalto en un año que está siendo complicado. "Cuando los terroristas atacaron a la Sala Bataclan, ya nos volvimos a Málaga", recuerda su última huida forzosa de Bélgica. Aunque ahora mismo afirma que la da pánico sólo pensar en pisar un avión, todavía no sabe qué hacer. Andrea, por su parte, admite que "están algo asustadas" después de unos acontecimientos que se están acelerando, desde que se levantara para ir a clase, hasta verse ahora de nuevo tan cerca del terrorismo islámico. "Nuestra facultad ya nos ha mandado un correo para pedir que nos quedemos en casa", dice, además, de agradecer que en esta ocasión la UMA también se haya puesto en contacto con todos sus estudiantes repartidos en territorio belga. "Al contrario de lo que pasó con los atentados en París, esta vez sí nos han llamado para preguntar si estamos bien". "Hay razones de peso para quedarse en casa", dice en el último boletín de noticias. Hoy, realmente, Bruselas se siente como muerta.